El perdón, bálsamo para el dolor

El perdón, bálsamo para el dolor

Todos los hilos de la humanidad se cruzan en el corazón de cada persona donde nace el perdón. El perdón no es una palabra vacía, es un acto de amor e ilumina nuestro corazón con compasión.

Cada día nos disculpamos o pedimos perdón por nuestras torpes o malas acciones; el pedir perdón se ha convertido en algo banal, porque como un disco rayado lo repetimos una y otra vez y continuamos haciendo la misma acción, causando más daño, incluso, sin darnos cuenta, a nosotros mismos.

Todos hemos pedido perdón miles de veces en nuestra vida, y, muchas veces, hemos sido perdonados en palabras, pero no en el corazón. El perdón no es decir lo siento o pedir excusas por haber hecho o dicho algo mal intencionado o no; el perdón es una actitud que nace en el corazón donde reside nuestra alma y nos permite cambiar de conducta para no repetir esos hechos.

Los grandes dolores del alma hacen que no se oigan los pequeños contratiempos y recíprocamente, que no por ser pequeños, no son lacerantes. En ausencia de un gran dolor, las tonterías más insignificantes nos atormentan y nos hacen sangrar. El perdón nos libera de pesadas cadenas y profundas heridas del pasado y del presente, es el bálsamo que nos ayuda a sanar e incluso a borrar esa cicatriz que nos recuerda nuestro comportamiento. Para perdonar es necesario tener coraje y valentía, fuerzas que nos ayudan a destruir la venganza, el odio y la ira.

Para perdonar y sentir serenidad en el alma tenemos que extender nuestra visión para comprender nuestro comportamiento y observarlo sin juicios, lo que nos permite ser conscientes de nuestras acciones y elecciones, rehusando ser una marioneta de nuestro ego, de los miedos y rencores que nos hacen mover en terreno de arenas movedizas saliendo siempre mal parados y abriendo la puerta de la vulnerabilidad para encontrarnos de frente con la falta de confianza y otros fantasmas que habitan en nuestro subconsciente.

Pedimos a los demás que cambien, pero nosotros no estamos dispuestos a cambiar porque creemos, con error, que somos casi perfectos. Cuántas veces hemos oímos “he cambiado” pero seguimos siendo la misma persona, lo que conlleva repetir nuestros actos de palabras o acciones para volver a arrepentirnos y a disculparnos. No debemos exigir a los demás algo que nosotros no podemos hacer.

El perdón requiere valentía y amor, fuerzas que poseen caballeros y damas de buena voluntad porque sienten la motivación interior de querer ser felices. Esa motivación confiere confianza para orientar nuestra vida en la acción positiva, haciendo renacer el sol cada día. Hay que dejar atrás nuestro pasado, aunque hay que visitarlo de vez en cuando, para observar y comprender nuestras acciones presentes y tener la valentía de rectificarlas, si es necesario.

Todos vivimos en el laberinto de la vida y buscamos la mejor salida, pero nos olvidamos que para ver la salida debemos elevarnos y mirar con otra perspectiva. Aprenderemos si somos conscientes de nuestras acciones, superando nuestros complejos y perdonando nuestras acciones y reacciones. Si perdonamos con el corazón significa que hemos aprendido la lección.

Hay que dejar de escuchar las voces de las dudas y desalientos que nos hacen sufrir y tambalear, nos vacían el aliento y nos hacen sentir muertos, es como caminar por una playa de arena donde las pisadas de nuestra vida, las olas y el viento han borrado. No queda nada de nuestra vida, todo ha sido olvidado. El perdón nos permite renacer para que gobernemos el timón de nuestro destino, aunque nuestro barco esté hecho de viejos maderos. No podemos perdonar a los demás si no nos perdonamos a nosotros mismos. El perdón evita la venganza, el resentimiento, el odio, la ira, la violencia y nos ayuda a elevarnos para aprender a jugar y a reír en nuestra aventura de la vida.

El perdón nos ayuda a abandonar la competición con nosotros mismos y con los demás porque no hay desafíos, solo existen caminos diferentes y cada uno tenemos que caminar por el nuestro guiado por la voz del viento y avanzando en confianza bajo la luz de la verdad.

 

El lenguaje del silencio

El lenguaje del silencio

Mis largas caminatas a través de la naturaleza, me llevaron a un bosque mágico, de altos árboles y bellas flores, donde los colores y olores cambiaban según las estaciones. En un pequeño y escondido camino conocí a un sabio roble, cuyas raíces enterradas en la tierra le daban fuerza y proporcionaban serenidad a aquel que se sentaba bajo sus ramas; nos hicimos amigos después de unos encuentros y así fuimos anudando una sincera amistad durante muchos años; me sentaba durante horas sintiendo su fuerza y serenidad y dejándome arrullar por la suave melodía del viento, así aprendí el lenguaje del silencio.

Hoy, me siento confusa y gris como esas nubes a punto de descargar toda su fuerza. Tengo que tomar una decisión, no sé hacia donde debo ir ni qué camino tomar, pero sé que esa decisión cambiará mi vida; la indecisión y la confusión me hacen sentir angustia. Me siento encima de sus raíces, cierro los ojos para sentir serenidad en mi alma y poder oír las palabras del silencio de mi buen amigo, el roble.

“Lanzas al aire miles de preguntas para obtener respuestas. En momentos previos a tomar la decisión me abres tu alma y me cuentas tus miedos y temores ante lo desconocido; sabes que es en esos momentos de incertidumbre cuando tienes que luchar por tu vida para crear tu destino, transformando tus deseos en acciones para que no sean ilusiones. Los cambios en la vida son necesarios y positivos, aunque, a veces, es duro salir del confort de la rutina, dejar los hábitos que son los que te hacen sentir una ficticia seguridad porque es lo que conoces. Los cambios son vitales para avanzar y crear una nueva vida.  Necesitas extender tu visión para comprender y abordar tu confusión bajo otra dirección, creando un ambiente propicio para tomar tu decisión. A veces, sin mirar ni saborear, dejas pasar los días y no comprendes que eso que pasa y no vuelve es la vida. No la mires pasar, sé valiente y camina hacia tu destino.

Vivir en el confort de la rutina crea resistencias, murallas, apegos. Esas resistencias a abandonar esa zona de confort es la que provoca miedos y te hace vivir bajo las presiones de unas reglas impuestas por la sociedad, donde, prácticamente, todos sois iguales, misma comida, misma costumbre, misma ropa, mismo comportamiento…; la idiosincrasia de cada uno se está perdiendo; dos de las cualidades más importantes del ser humano, la imaginación y la creatividad están rumbo al baúl del desván.

Todos buscáis reconocimiento, seguridad, amor, pasáis la vida buscando a ese ser amado que os colme, pero que nunca llega porque lo buscáis en el sitio equivocado, si no te amas, no puedes amar. La falta de amor y de confianza es la causante de todos los males de vuestra vida. Por esta razón vivís en la resistencia, con choques frontales que provocan sufrimiento y violencia. El cambio, el ir más allá de los límites y dejar de vivir una vida lineal, es la alternativa para transformar lo aburrido en divertido, cada alternativa excluye algo, pero hay que avanzar y no tener miedo del obstáculo. Muchas conciencias duermen y no quieren despertar de ese sueño hipnótico que ha sido impuesto para mejor controlar, lo que produce un riesgo en vosotros mismos y en vuestra vida.

La fuerza de tu motivación es la que te hará avanzar y te ayudará a saltar o a esquivar el obstáculo que ahora imaginas. Esa confusión, ese miedo, desaparecerá cuando tomes la decisión y empieces a caminar. Tu vida te pertenece así como tu destino, el deseo te lleva a la acción y la acción al resultado”.

Cuando dejó de hablar sentí una paz extraordinaria y una alegría sublime por sus palabras, le di las gracias y él me regaló un trocito de su alma. Comprendí que si realmente quiero florecer como persona, elegir y encontrar mi destino, tengo que tomar la decisión que me dicte el corazón. Es maravilloso tener amigos tan especiales con los que puedes conversar de todos los temas de la vida, incluso los más profundos del alma, sin juicios ni excusas. Somos lo que somos, para comprenderlo tuve que dejar atrás egos y apegos.

La esperanza ante la desesperación

La esperanza ante la desesperación

Muchas tardes me acerco a la orilla del mar a recoger viejos maderos de algún barco desgastado por sus muchas travesías que se han ido perdiendo en el océano y han llegado a esta orilla; me gusta recogerlos e intentar hacer con ellos alguna obra de arte, crear vida de algo muerto porque así me siento yo, en este enigmático país de melancolía cuyos ríos misteriosos están surcados por ácidas lágrimas.  Soy un fugitivo y huérfano del amor, hui del hogar cuando era muy joven creyendo poseer la fuerza, el coraje y la valentía para ir en busca de mis sueños.

Recuerdo que en mi huida tenía mucha prisa, y, no vi la piedra en el camino, así, en el primer tropiezo, me quedé tirado en la cuneta y mis sueños conmigo. Desde entonces, hace ya treinta años, vivo en la autocompasión y destrucción hacia mi persona y hacia los que me rodean porque sufren mi carencia de amor.

Hoy, mi hijo ha hecho lo mismo que hice yo, marcharse; pero, él tuvo la valentía de despedirse, valentía que no tuve yo. Hoy, también, me he enterado de que mis padres se han ido y una profunda tristeza ha inundado mi alma; no sé por qué ese sentimiento nace ahora después de tantos años. Algunas personas cercanas, incluyendo a mi hijo, me tendieron una mano cuando dejaba a mi paso botellas vacías y otras apiladas esperando a ser vaciadas. Desprecié sus manos porque las fuerzas para enfrentarme a sus miradas me habían abandonado hacía mucho tiempo.  Preferí quedarme en ese oscuro rincón donde el dolor y la autocompasión junto con mi represión interior habían matado incluso mis más lejanos y profundos anhelos, porque anestesié mis sentimientos con rabia para no sentir culpa.

Un día cayó en mis manos un libro cuyas palabras decían: “para dejar huella debes de ser Hombre”. Observé desde lo alto mi oscuro teatro y comprendí que el telón siempre había estado bajado; nunca hubo ninguna obra que representar, porque mi vida había sido escrita como una novela sin autor, edificada en una muralla de silencio y olvido entre mi corazón sombrío, mi familia y algunos conocidos.

A pesar de navegar por ríos de melancolía, logré imponer mi voluntad a mi dolor, iniciando el vuelo del ángel y dejando atrás a la bestia. Quebré la parálisis de mi vida al haber construido un sigiloso viacrucis de dolor y sufrimiento. En ese momento sonó en mi corazón una campana despertándome de ese letargo de muerte, donde los pensamientos que me habitaban estaban en perpetuo diálogo y en dramático desacuerdo. La vibración de la campana se quedó impresa en mi alma y como un observador miniaturista observé las carencias de mi vida fugitiva.

Esas palabras “para dejar huella debes de ser Hombre” me devolvieron a la vida, a la libertad, al mundo de las quimeras y sueños, a conversar con almas sencillas, aprendiendo a saborear caminatas y reflexiones serenas, a disfrutar de una calma antes nunca insospechada. Así surgió el cosquilleo del conocimiento de estar vivo, cuya finalidad es cultivar el camino con semillas de sabiduría para que florezca el saber universal de la vida. Descubrí la esperanza ante la desesperación.

Mi carencia de amar fue sustituida por amor que como un meteorito incandescente atravesó mi alma, cuando me encontré cara a cara con mi hijo, sus ojos lagrimosos llenos de dulzura y perdón me devolvieron mi sueño más profundo, amar y ser amado. Ahora sé que la huella que toda persona debe dejar es sentir el amor, porque no hay alegría más grande que amar. La esperanza nos salva y la alegría y el amor se unen en ese punto entre el crepúsculo y el mar para que hagas lo que hagas siempre podamos encontrar la paz.

 

Exijo mi derecho a VIVIR

Exijo mi derecho a VIVIR

La Humanidad está sufriendo un cambio profundo a una velocidad vertiginosa, lo que muchas veces produce confusión y destrucción; los conflictos armados son cada vez más cruentos. Las relaciones humanas se hacen más y más frecuentes a través de un ordenador, lo que provoca, en algunas ocasiones, que nos escudemos detrás de una pantalla, creando un personaje ficticio que no tiene nada que ver con la realidad. Hemos dejado a un lado el sentimiento humano de sentir una mirada llena de ternura o una caricia llena de pasión. Nos hemos conformado con una pantalla sin alma.

El mundo virtual nos bombardea y manipula, nos imponen reglas, normas, nos dicen cómo tenemos que vivir, qué comer, cómo vestir, qué creer, si no seguimos los cánones previstos no estamos dentro de la norma —la diferencia sigue molestando, somos marionetas articuladas movidas por los más fuertes tanto del poder político, social, financiero como religioso—.

En la actualidad, en muchos países, se reproduce una y otra vez el mismo escenario atroz y cruel.  Muchas personas siguen viviendo desde hace años en la muerte, en la miseria, en la injusticia, y los responsables de esas barbaries siguen jugando con sus discursos vacíos, llegando a compromisos ficticios, porque buscan sus propios beneficios sin importarles las atrocidades que están infligiendo. Es fácil crear guerras y posturas hostiles cuando sus familias y sus amigos están a salvo en sus torres de marfil.

Muchas voces ahogadas en su grito de horror se preguntan en silencio, ¿por qué no tengo derecho a vivir?, ¿qué hemos hecho mis hijos, mi familia para morir de hambre o por balas que nos arrebatan la vida sin saber por qué?

La voz de la humanidad se alza de nuevo exigiendo el derecho a vivir.  Todas las víctimas tienen que ser recordadas porque han sido injustamente castigadas y juzgadas. El dolor de las masacres está impreso en el aire de la Naturaleza que respira la Humanidad.  Estos crímenes de guerra deben ser castigados, la justicia es un derecho de todo ser humano y debe ser igual para todos.