La alquimia y el aire

La alquimia y el aire

Desde el principio de las fuentes históricas, ya sean en papiro o piedra, siempre el ser humano ha intentado responder a sus preguntas y, después de reflexionar, ha dejado su huella.

El libro más antiguo del mundo es el papiro Prisse (1900 a.n.e.) y sus variantes. Entre varias enseñanzas, otras están de Ptahhotep, de la V dinastía, que nos ha dejado normas de vida para una coexistencia pacífica y para que cuando naveguemos hacia el occidente, la pluma no pese.

Hoy en día ese manuscrito sigue estando en vigor, algunos ejemplos:

“Corrígete tú mismo y evita que otro te corrija”.

“El respetuoso prospera y el hombre recto es favorecido”.

“No seas ansioso hacia la carne en presencia de alguien codicioso. Toma cuando te dé y no lo rechaces, pues resulta que así se calmará”.

Por lo tanto, nuestra herencia no solo proviene de Grecia y Roma, sino de Egipto, la madre de las civilizaciones. Estas enseñanzas sapienciales fueron para la formación de futuros altos cargos de Egipto para que dirigieran al pueblo con respeto y sabiduría. Muchos sabios fueron a Egipto para recibir la iniciación —Ferécides, Pitágoras, Platón, Yeshua Ben Joseph…— y cuando regresaron a sus ciudades envolvieron esa sabiduría en un lenguaje popular para que la gente entendiera, pero siempre haciendo hincapié en que la virtud es fundamental en los gobernantes y ciudadanos.

La sabiduría egipcia ha sido y es una forma de vida y sus ecos resuenan en cada rincón del planeta a través de los susurros del aire, de la belleza de la naturaleza y de un corazón abierto. Esas voces de los sabios revolucionarios se siguen oyendo en la actualidad con mucha claridad y fuerza, voces que se alzan para decirnos que dejemos a un lado el conflicto para que la sabiduría pueda circular libremente por todos los horizontes.

Estos sabios siempre han hablado de la sabiduría de la naturaleza – si la observamos vemos que el universo se encuentra en el rocío de una rosa en primavera como en la escarcha de una hoja en invierno—; hablaban del orden del mundo —del equilibrio individual y social—; hablaban de filosofía y del origen de lo creado; hablaban de la importancia de saber que somos libres y dueños para realizar nuestro propio destino porque cada uno es el creador de su camino; hablaban de que los seres humanos debemos buscar nuestro bienestar mediante el respeto y el conocimiento. Pero lo más importante era hablar de la naturaleza del alma, esencia de vida. Ellos escuchaban la voz incitante de su destino, destino que cada uno había creado. Nada ha cambiado en nuestros días, seguimos generando nuestra propia senda con nuestras decisiones.

Estos seres han cambiado el mundo al abrir las puertas a otras realidades y lo han conseguido a través de su propia conexión a la conciencia, liberando su espíritu de la prisión de piedras y dogmas. Se enfrentaron al poder político y religioso de su época, volaron por encima de las ideas preconcebidas y estáticas y pagaron un alto precio.

Sus enseñanzas son rayos de luz que ni se compran ni se venden y siguen vigentes en nuestros días al traspasar las murallas levantadas por la ignorancia, el fanatismo, la crueldad. La tibieza no es tolerada, pues trae desconfianza, herramienta que cava surcos donde nace la maleza. Dependemos de nosotros mismos y no de un ego amenazado que nos induce a agarrarnos al miedo.

¿De qué sirve una vida si ignoramos el alma? El alma nos da alas para volar —esperanza para crear una vida mejor y valores para evolucionar—. No se puede delegar el poder del propio corazón en otras manos. La búsqueda de la sabiduría no es un acto de voluntad, el que busca no lo puede evitar porque es su destino, siempre va dando pasos, yendo hacia alguna parte sin llegar a ninguna. Esa búsqueda nos conduce a nuestra alma una vez rasgado los velos que nos impiden ver la luz que atraviesa las fisuras invisibles de las murallas de la ignorancia que no saben de libertad al no saber volar.

Ellos aprendieron del rumor de las hojas, de la belleza de los lagos y montañas, del vuelo de las aves, de la fuerza del rayo. Sus enseñanzas siguen viajando a través del aire y resuenan así: “ama a los demás como a ti mismo. Respeta tu vida y trátate con delicadeza. Busca en el interior tu riqueza y compártela con el exterior sin imponer nada. No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan. Venera tu esencia cósmica como ser divino. Cada uno debe encontrar el camino hacia su propio poderío interior”.

Sus enseñanzas no son ideas o palabras huecas, son formas de vida.

Buda decía: “No creas nada, no importa donde lo has leído o quién lo dijo, no importa si lo he dicho yo, a no ser que esté de acuerdo con tu propia razón y sentido común”. Los intermediarios no son necesarios, solo el amor incondicional puede llegar a la esencia del Creador.

Nadie elude impunemente las citas que le depara su vida según las decisiones tomadas.

(Foto de «La Sabiduría de las palabras»)