El peregrinaje del ser humano universal

El peregrinaje del ser humano universal

El sendero de la búsqueda comienza con ese anhelo de buscar y buscar que no puede parar, buscar ese impulso que nos eleve hacia el Amor. Solo conociéndonos a nosotros mismos en todas las dimensiones —biológica, emocional-mental y espiritual— podremos encontrar el camino del alma. No hay atajos para llegar a la esencia, no hay atajos para comprender la vida.

 El deseo de los dioses de favorecer a los humanos con conocimiento implicaba que el ser humano debía conocerse primero para luego expandir su conocimiento al cosmos y a la naturaleza; es —en el sentido atemporal— una prioridad, porque así recordaríamos que somos polvo de estrellas al regirnos por sus mismas leyes de la armonía.

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Después de unos meses agotadores por reuniones interminables cuyo objetivo era obtener más beneficios para la empresa al coste que fuera, mi salud empezó a deteriorarse gravemente, había cruzado la línea roja y la alarma sonó de forma estrepitosa mediante la angustia, ya que se formó un tsunami de emociones caóticas dentro de mí, había perdido el control sobre mi persona.

El médico me sugirió ir a un lugar tranquilo para recuperar la salud y reflexionar sobre ese apetito insaciable de la codicia desmesurada en la que había caído. Todos conocemos la teoría del daño que produce el estrés y, sin embargo, no hacemos caso de sus alertas; necesitamos cataclismos interiores que nos fragmenten para darnos cuenta de que sin la acción nuestro razonamiento no vale. La salud es un valor imprescindible para la vida.

Unos días después estaba en la casa de mis padres a la orilla de un precioso lago, rodeado de pinos ancestrales y montañas vestidas de blanco.

Una mañana me sentía serena, así que aproveché para dar un paseo. El lago era un cristal transparente donde las sombras de los pinos y de alguna nube lo hacían parecer más profundo. Me senté contra el tronco de un viejo amigo, al que siempre iba cuando era pequeña y le contaba mis sueños, hoy le contaría mi vida y por qué había regresado después de tantos años. Las lágrimas que cayeron limpiaron el dolor profundo que sentía mi alma.

Estaba absorta en mis emociones cuando vi dos ramitas en el suelo que formaban una cruz y en el vértice del palo vertical había una piedra redonda, me vino inmediatamente la imagen de un ANKH, ya que tengo una colgada al cuello.  De pronto estaba en el Egipto antiguo de la XVIII dinastía, es decir, tres mil quinientos años atrás. Vivíamos en Akhetatón (Amarna); mi padre era escultor y un ferviente adorador del Dios solar del Amor. Era una niña muy pequeña cuando mi padre me regaló un Ankh de oro para celebrar la Vida en Atón. Cuando cumplí trece años me llevó a un pequeño santuario donde el disco solar brillaba con intensidad, en su centro había una circunferencia más pequeña que sobresalía y de ahí emergían unos rayos cristalinos dirigidos hacia todos los puntos.  Cuando lo vi sentí un hormigueo de energía tan fuerte que dos lágrimas se escaparon. Mi padre me miraba y sonreía.  “Este lugar es el punto de encuentro entre el cielo y la tierra, simbólicamente, la energía de Maat abraza con sus alas —rayos de luz— a todo aquel de intención pura que desee entrar para llenarse de amor y paz. No olvides que vivirás muchas vidas, olvidarás todo, sin embargo, algunos símbolos te ayudarán a recordar para conectar; lucha siempre contra el olvido, activa tu memoria, recuerda que eres un sol en tu corazón”, oí esas palabras de mi padre como si me las hubiera susurrado al oído.

Volví a estar con mi amigo el pino, parecía que había vivido toda una vida y, sin embargo, era el instante. En la dimensión de la energía no existe el tiempo ni el espacio, todo es instantáneo.  Mi cuerpo sentía escalofríos por la vibración de esos momentos vividos. Era como si me hubiera asomado al balcón del universo desde donde comprendemos que la tierra entera es un templo de sabiduría y podemos recordar y olvidar. Ahora comprendía.

Poco a poco me fui sintiendo mejor y empecé a recuperar la salud, a respirar, a reflexionar y a comprender que la enseñanza de la vida no es para adquirir bienes, sino para evolucionar como almas. Me fijé en la naturaleza para aprender, en su ley evolutiva que nos empuja a ser mejores personas, a vivir en armonía con el todo, a conectarme con cada instante de la vida, para saborearlo y comprenderlo (bueno y malo). Comprendí que cuando estamos en equilibrio es cuando recobramos la salud y el bienestar porque estamos en armonía con las leyes naturales.

La lectura, que siempre me había apasionado, la había apartado por la codicia de poseer porque me hacía sentir que era importante. En el pequeño despacho de mi padre encontré antiguas joyas del saber (Pitágoras, Platón, Avicena, Ibn Arabí, Giordano Bruno, etc.). Esas joyas me devolvieron a un mundo pretérito donde el amor al prójimo, a la justicia como armonía para un mayor bienestar individual y social eran primordiales a la vida; ese mundo me hizo comprender lo equivocada que estaba. Unas frases de Sócrates removieron mi interior: “La vida no examinada no merece la pena ser vivida”, “No puedes enseñar a nadie, solo puedes hacerle reflexionar”, y yo tenía mucho que reflexionar.

Cada amanecer iba al lago para saludar al sol que filtraba su luz al planeta y a todos los seres que la habitan para darles vida —como hacía mi querido faraón Akenatón—. El último día de mi estancia en ese lugar, los colores dorados, rojos y violetas me envolvieron en un abrazo de elevada vibración de renacimiento. Instantes después el fulgor me cegó y observé en mi interior la atemporalidad de la Vida y volví a ver desde el balcón del universo el peregrinaje del Hombre Universal Atemporal.

Mientras regresaba a la cabaña supe cuál era mi nuevo camino, podía seguir trabajando para obtener beneficios, pero en equilibrio y armonía. Esta fragmentación interior me ayudó a recordar que somos seres superiores al tener una conciencia elevada, pero lo olvidamos, y en nuestra era de la razón materialista ese concepto ha quedado en las antípodas donde habita la ignorancia.

El olvido es un velo que podemos rasgar si deseamos descubrir el camino de la mente al corazón.

La Esencia es Esencia antes, ahora y después y Es el camino del Humano Universal Atemporal en peregrinaje sobre la Tierra.

(Foto Haleakala)

 

El sufí que recordó el secreto del origen de la vida

El sufí que recordó el secreto del origen de la vida

¡La Vida es el peregrinaje del Hombre Universal!

Las joyas interiores que posee el ser humano relucen en su interior, al igual que el agua brilla al contacto de los rayos del sol. Estas joyas etéreas —sabiduría, creatividad, intuición, sensibilidad, bondad— vibran en nuestro Ser y se hacen perceptibles cuando con coraje y humildad nos conquistamos a través de la excelencia.

“¡Ante el Sol todo es igual! Echa a volar para estar en la pleamar del alma donde tu itinerario está inscrito, recuerda que cuando estés vestido de ser humano y habites el mundo del olvido, la lucidez quedará envuelta en un velo denso que hará que olvides quién eres porque la llama del recuerdo casi se ha extinguido. Dentro de ti hay joyas que deberás pulir y así te reconocerás cuanto te mires en el espejo del Sol. La naturaleza que todo engloba te ayudará a sentir para despertar la sabiduría e intuición y también a observar tu creatividad a través de la sensibilidad y bondad. En el silencio escucharás el canto mágico de los pájaros que te traerán historias de tiempos atemporales, vuela hacia ese lugar y rompe fronteras; solo así traerás a la superficie las memorias de tu verdadera esencia”, susurros que mi Ser grabó a fuego en mi corazón, antes de convertirme en alma humana para experimentar la vida.

Nací en un cruce de culturas donde las especias se unían al repique de campanas, donde el intercambio de ideas se generaba con respeto y dialéctica (dos inteligencias hambrientas por encontrar la verdad). Crecí en una familia amante y respetuosa con la tradición y con la Unidad, en el estudio y en la reflexión. Ahora, al iniciar mi camino de regreso al hogar, la brisa dorada del amanecer me trae recuerdos de mis acciones para rememorarlas y así sanar lo que escondí para evitar el dolor de la traición.

Corría el año 1275 de la era cristiana, caminaba por la plaza del mercado para ir a la tienda de pergaminos junto a mi padre, la vida bullía a través de las voces, olores, colores, alegría, me gustaba ese ambiente y al mismo tiempo sentía que la fragancia del jazmín abría un camino en mí, una nueva vibración empezaba a tocar las cuerdas de mi alma.   Recordé en ese momento eterno que tenía que profundizar en ese sentir para, tal vez, llegar a comprender.

Desde pequeño la curiosidad fue mi compañera y mis padres me ayudaron a desarrollarla ofreciéndome una excelente educación. Fui a la escuela de sabiduría para estudiar las artes de la medicina, astronomía, matemáticas y filosofía.  Mi madre me contaba cuentos sufíes cada noche y me repetía: “los mitos guardan secretos ancestrales que cada cultura envuelve con su propia fragancia. Descubrir los enigmas de la vida y los tuyos es esencial, pues, te llevarán a la esencia del cosmos universal”.  Así, paso a paso, mi madre fue plantando en mi interior las semillas de luz que me llevaron por múltiples y variados caminos, pero siempre a través del estudio y de la meditación, recuerdo sus palabras antes de dormir: “reflexiona lo que este cuento te quiere decir”.

Años más tarde, cuando me dedicaba a la astronomía, matemáticas, medicina y filosofía, mi mejor amigo fue llevado ante la “justicia” por tener ideas y creencias diferentes a las impuestas, sin embargo, él defendía la tradición y también la unidad de la esencia creadora en cada manifestación. Así el puñal de la traición y de la ignorancia de los que se creen superior hizo un profundo corte en mi corazón.

Una noche, al regresar a casa, después de observar la magia de las luces en el universo y de anotar sus movimientos, me sentía cansado. Esa noche tuve una experiencia y su huella aún perdura en mí. “Estaba en lo alto de una duna, a las afueras de una ciudad, mirando el cielo, hablando con mi compañero de los misterios y las leyes del universo —su orden, su caos, el movimiento cíclico que todo entrelaza, su ritmo y sonido—. Estábamos tan absortos que no vimos cómo se acercaba la tormenta de arena. Como pudimos nos resguardamos el uno contra el otro y nos tapamos la cara con la kufiya. Todo quedó enterrado bajo la arena en un segundo.  Era consciente de mi angustia, del picor de la arena en todos mis poros, sentí que me ahogaba, de pronto una llama en mi cerebro se encendió, me calmé y empecé a meditar, vi que la tormenta, así como llega y se va, que el viento todo cambia y que cuando se va, todo vuelve a percibirse de diferente manera. Comprendí que las tormentas nos permiten cambiar para tener una nueva percepción, pero necesitamos coraje y humildad. Cuando pasó la tormenta, mi amigo y yo nos miramos y en ese momento el velo se rompió, yo era el individuo que vestía mi cuerpo y también era el Otro, no como manifestación, pero sí como esencia, había nacido el sentimiento de fraternidad absoluta, supe que mi vida había cambiado para siempre”.

Semanas más tarde, comuniqué a mis padres y alumnos mi decisión de marcharme. Mi padre era sufí y sabía que la transformación se hace mientras giramos en la danza de los planetas aquí y ahora. Fue entonces cuando me retiré a una montaña cuyo valle era un jardín de flores y sus fragancias me deleitaban porque comprendía que la alquimia natural se producía a cada instante. El silencio me envolvía con su melodiosa armonía, la observación y la meditación me llevaron a la intimidad espiritual cuya vibración era el reflejo de la Luz primordial. Tuve una certitud —todas las experiencias entre “yo y el Otro” son únicas e irrepetibles, nos llevan a la unidad del Ser, al amor y a la paz, sea cual sea nuestro culto—, cada ser humano es único e irrepetible.

Pasé unos años en la montaña y cuando sentí que era el momento de regresar lo hice renovado, empecé mi viaje como aventurero espiritual y qué mejor enseñanza que la de estar rodeado de gente frente a uno mismo, observándose, sintiendo, transformando las emociones en joyas etéreas. Siempre supe que la verdad no pertenece a nadie, sino a uno mismo, con nuestra experiencia del “yo y el Otro”.

Recorrí muchos caminos con altibajos y hoy he llegado a mi última parada. La noche me envolvió con el manto de las estrellas y la luz dorada del amanecer traía sonidos de un nuevo día, escuchando la melodía del silencio, sentí el cálido abrazo de mi Ser y un canto sonó en mi corazón:

“Vivo obedeciendo a mi voz interior

que me llena de aliento y alegría,

para seguir la Vía de la Vida

dejando estelas de armonía

para no olvidar la memoria contenida.

Recordar que cuando estamos

en el mundo del olvido,

nos volvemos agrios y violentos,

porque hemos olvidado

la naturaleza de nuestra esencia.

Ese recuerdo nos devolverá el hálito sagrado

que contiene fuerza,

pues un humano se evalúa

con el ejemplo que da

y no con su bruta fuerza.

No estando en la opinión

sino en el criterio, reflexionando,

escuchando y discerniendo

el contenido de palabras y actos

tanto propios como ajenos.

Conceptos, ideas y espacio vacío

se entrelazan formando un nuevo Ser,

ya que lo que se opone me hace crecer

y a través de la intuición y sabiduría

el velo de la ignorancia y arrogancia

cae para que la verdad sea desvelada

e ilumine los secretos de la Vía”.

Esa noche, mientras miraba el nuevo amanecer, he vuelto a las praderas de la armonía, soy átomo en el universo infinito y eterno. No hay tiempo ni espacio, pero sí mantengo mi memoria intacta de mi viaje a la tierra.  Mi maestro celeste, el Ser, se acercó y la luz nos envolvió. Todas las experiencias que se realizan en el planeta Tierra son para aprender que el mundo visible es el reflejo de nuestro mundo invisible. Si queremos cambiar debemos penetrar en el mundo del más allá y crear nuestra propia realidad.

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En el campo de las flores estelares, en el océano dorado del amor y armonía, los átomos de los grandes héroes silenciosos del mundo se unen en un solo Sol, donde los límites, diferencias, creencias no existen. Solo existen átomos de la esencia divina. Todo es posible en ese jardín de energía.

El canto de los pájaros que cada mañana trinan en los árboles es para hacernos llegar un mensaje de alegría.  Pequeño homenaje a Titanes como Ibn Arabí, Farid al Din Attar, Rumi, Avicena, Al-Ghazali y a todas las almas que han sembrado y siembran la Vida con estrellas.

El pequeño y la montaña sagrada

El pequeño y la montaña sagrada

Las montañas desde la antigüedad más remota son símbolos sagrados, encierran secretos que son desvelados al buscador del camino de su alma y que esté dispuesto a pasar las pruebas. Las montañas han vivido millones de historias que guardan en sus archivos arcanos dentro de sus cuevas profundas.

Cada nuevo día se sienten pletóricas cuando saludan al astro rey al compás de la música de las musas y este les devuelve el saludo bañándolas con sus átomos de luz para que sigan siendo las hermosas heroínas de las leyendas.  La majestuosidad, la belleza, la fortaleza, la sabiduría de las montañas son arquetipos que nos hablan e inspiran, por eso estamos atraídos por ellas.

Entre millones de historias estaba la de Inko —un niño de mirada brillante y profunda, pero al mismo tiempo sus ojos de ébano transmitían dolor y miedo—, que se acercó a este reino de belleza y silencio. Este pequeño estaba exhausto, su carita mostraba la huella de surcos de ríos secos y su cuerpecito era como pequeñas ramas delgadas sin hojas. Había llegado en una pequeña gruta donde había huellas de otros ocupantes que hicieron un alto en el camino antes de aventurarse por el sendero. El pequeño muchacho se tumbó y se durmió en el acto.

Cuando nuestro compañero el sol emergió para saludarnos, le dijimos que proyectara sobre la cueva sus rayos de luz para que calentaran y despertaran al pequeño, pues hacía dos días que dormía. Así los rayos templaron y despertaron al niño. Estaba aturdido, no sabía dónde estaba, pero se sentía seguro, sus tripas rugieron de hambre. Los pájaros cantores le ofrecieron su trino y su ánimo se elevó, se sintió feliz después de tanto tiempo; salió y vio el riachuelo que traía vida a nuestro valle. Se acercó y bebió el agua que necesitaba, luego se metió en esas aguas azules para lavarse las heridas de su malherido cuerpo. Secándose al sol, sus tripas volvieron a quejarse, se levantó y buscó algo para comer. Descubrió que, a poca distancia, el valle estaba lleno de árboles que le ofrecían sus frutos frescos, también había raíces de plantas que él conocía y que le ayudarían a recuperarse.

Mi reino es la montaña sagrada, solitaria, colosal, eterna, poderosa y da la bienvenida a los valientes que, aunque estén heridos, siguen su camino; ahora le tocaba el turno a ese pequeño hombrecito.

El pequeño Inko era valiente e inteligente, decidió establecerse y explorar las cercanías de su nuevo hogar. Descubrió un camino escarpado y de difícil acceso para aquel que ose molestar a las hojas ambarinas que preceden al silencio y a la gran piedra azul en forma de cubo. Solo aquellos que tienen un corazón sincero pueden acceder a esa gruta donde vive la señora de blanca túnica y corazón azul, una vez hayan superado la prueba. Todo aquel que se aventure en mi reino debe estar en armonía con la naturaleza y con él mismo, si solo visita mi dominio para dar un paseo, el velo del secreto cerrará sus ojos y solo verá una montaña con vistas hermosas sobre un fértil valle.

Al cabo de un tiempo, Inko subió el sendero con determinación, llegó a un terraplén donde había una gran piedra azul en forma de cubo. Se sentó y miró a su alrededor, el paisaje le conmovió, una ligera brisa de arpas trajo belleza, serenidad, armonía, silencio. Mientras estaba recogido y disfrutando de ese regalo de la naturaleza, oyó una suave voz de mujer, el pequeño Inko casi no se cae del susto, no la había oído llegar. “Naki” así se llamaba la señora que viendo al pequeño bañarse en el río de serenas aguas, semanas atrás, supo que era la persona que esperaba desde hacía mucho tiempo —vienen muchos visitantes, pero pocos corazones puros—. Conocía su historia y su valor. Sabía que podía vivir en armonía porque conocía la belleza y el sentido de la vida, el dolor y el miedo, la crueldad y el amor, y ante las vicisitudes en su corta vida, su espíritu se mostró indomable con la violencia. No alberga rencor ni ira, solo una gran herida.  Por eso, su alma lo había llevado a su destino.

Me comunico con mis buscadores a través del sueño y de la meditación, haciéndoles sentir una vibración de alegría para que conecten con sus recuerdos y vuelvan a revivir la grandeza de su ser. Necesitan coraje y voluntad para este viaje que empieza en la cueva de las serpientes o tal vez ramas rotas. Quien controle su mental vencerá en la lucha. Siempre hay un momento en la vida en que el grito de desesperación es el comienzo de un nuevo ciclo que da paso a la esperanza. La vida se percibe intensamente en cada manifestación, sea mineral, vegetal, animal, humano. Todo forma parte de la misma unidad en otra realidad. Naki era la abuela del chamán del poblado de Inko y desde muy pequeño dio señales de que era diferente, no en apariencias, pero sí en su interior. Así poco a poco las enseñanzas se fueron transmitiendo antes de llegar a mí.

Durante su larga estancia en ese maravilloso lugar, aprendió a recordar y a conectar, a sentir y a escuchar la naturaleza, a reflexionar y a meditar. Visitó los archivos arcanos de la gran cueva, comprendió el significado de la Naturaleza, el misterio del ser humano (un átomo de luz crea vida y es ese átomo el que nos devuelve los recuerdos perdidos y nos enseña el camino de regreso).  Una tarde subieron a la piedra-cubo para hacer unos ejercicios y restablecer la energía. Después, se sentaron a ver el atardecer y cuando apareció el sol, algo mágico pasó, se había vestido con sus ropajes reales de púrpura, violeta y dorado, para que Inko viera y sintiera la magnificencia del universo en ese horizonte que es la frontera del sueño donde todo se hace posible al conectar con el recuerdo de la verdad en otra realidad.

Ese atardecer fue especial, Naki también vestía su túnica blanca y azul, reflejo de su corazón. Inko supo de inmediato que algo extraordinario iba a pasar. Cuando volvieron a la cueva sagrada, un hombre alto, fuerte, de pelo largo y ojos sagaces e insondables, les estaba esperando. Se sentaron formando un triángulo; sintió una conexión muy fuerte con ese personaje, este le dijo que tenía que hacer un viaje largo y si quería acompañarlo. Inko estaba perplejo, no quería dejar a Naki y al mismo tiempo deseaba ir con él.

Naki le dijo que había llegado el momento de aprender otras cosas y más tarde, en su momento, regresaría si ese seguía siendo su deseo. Mañana te diré lo que he decidido. Tumbado en el suelo de la cueva y oyendo el silencio de la naturaleza, rememoró su niñez. Las heridas se habían sanado, pero los recuerdos estaban vivos. “Vivía en un pequeño poblado, en el valle, las yurtas de colores, la gente amable, sonriente, los niños jugábamos y aprendíamos de todos los mayores. Era una vida simple y dura debido al tiempo, sin embargo, era una vida tranquila y alegre. Una mañana se oyó ruidos de cascos de caballos y unos jinetes con flechas y lanzas entraron, saquearon y mataron. Yo había ido al bosque a recoger hierbas, por eso no estaba en el poblado. Los vientos trajeron el sonido de la locura. Lágrimas de penas y dolor volvieron a correr sin poder detenerlas. No hay palabras para describir el dolor, el terror y la soledad que deja la crueldad. Toda mi vida desapareció en las cenizas que dejaron de mi pueblo. Unos días más tarde empecé a caminar hacia la montaña sagrada porque el chamán hablaba siempre de una mujer sabia”. ¿Cómo sabré que es la montaña sagrada?, me preguntaba mientras caminaba y una voz suave me decía: “la reconocerás porque cuando la veas no verás una montaña sino belleza”.

Durante un tiempo Inko viajó en compañía de ese hombre atemporal que forma parte de esa fraternidad de sabios que protegen a la Humanidad, se llamaba Itumi “el persa”, así transmitió a Inko secretos, ritos y leyendas, la verdad se va transmitiendo oralmente para que las palabras bailen y el ritmo del viento lleve su mensaje a través del aire. En sus viajes conoció a otros personajes que le instruyeron en diferentes conocimientos, todos ellos tenían un denominador común, la unidad de la humanidad, porque solo en la unidad los valores primigenios del universo pueden ser esculpidos en el interior de cada ser humano para darle un sentido a la vida y que encuentre así su destino. Si no hay sentido, no hay destino.

En uno de sus viajes, conoció a una mujer preciosa y de corazón puro, el viaje con Itumi había terminado, el momento del regreso había comenzado.

Naki les dio la bienvenida y al atardecer volvieron a la piedra-cubo para restablecer las energías y enseñar a la preciosa compañera de Inko el lenguaje del silencio para que pudiera oír las leyendas vivas de las hermosas montañas, el canto de las aves nocturnas, el susurro del agua y el baile de las hojas ambarinas que preceden al silencio, todo forma parte de la naturaleza sagrada del cosmos en la tierra.

Una semana más tarde, Naki llamó a Inko para entregarle las llaves de su reino, la montaña sagrada, y comenzar así un nuevo ciclo.

(Foto privada)

Lúa y la gota de agua dorada

Lúa y la gota de agua dorada

Después de tantas historias fascinantes con algunos seres humanos a través del mundo, nos preparamos para una nueva aventura, el clarín ha sonado para reagruparnos en nubes, los vientos soplan y así comienza el baile para descender a la Tierra.

Esta vez los vientos nos llevan a un hermoso y tranquilo paraje en medio del Atlántico, una pequeña isla poblada por gentes amables y generosas. Hay un volcán cuya energía es especial, aunque muchos lugareños lo hayan olvidado. Existen montañas muy altas de lava que crean paisajes muy hermosos que dan vida a épocas pasadas.  El choque entre dos nubes produjo un fuerte destello de luz y formamos unos fuegos artificiales de gotas doradas que bañaban esa naturaleza extraordinaria.

Me llamo Lúa, en esa época tenía diez años, era traviesa, vivaracha y muy alegre. Vivía en un pequeño pueblo de pescadores en una pequeña isla del Atlántico. Iba al colegio de mi barrio. Era obediente, aunque no estaba de acuerdo con muchas cosas tanto en casa como en el colegio. Esto ya me trajo algún que otro problema a mi corta edad, pero vivir como una marioneta nunca me gustó. Soy diferente solo por el hecho de no seguir la corriente.

Todo comenzó hace muchos años cuando una noche de verano empezó a caer una gran tormenta de rayos y mucha agua. Sentí una curiosa sensación, necesitaba salir al jardín para sentir esa fuerza indomable de la naturaleza, oía gritar a mi madre: “¡no salgas!”, sin embargo, no pude contener ese impulso y salí. Vi una cortina de agua cristalina con destellos dorados, caía con tal ímpetu que me quedé embriagada y paralizada al contemplar esa belleza. Sentí una energía tan grande que abrí los brazos para recibir ese baño de agua de las estrellas.  Recuerdo que por mi cara fluían pequeños riachuelos y una gota dorada penetró en mi boca, sentí un extraño sabor en mi garganta.

En ese momento, mi pequeño cuerpo se convirtió en el universo donde el vacío y el todo eran uno, millones de puntos luminosos en continuo movimiento, cuya vibración producía una música sutil y armoniosa. Vi un puntito en el infinito universo, la Tierra. Observaba todo el conjunto a la vez y recordé que muchas veces, en esos momentos de silencio perfumado por las estrellas de los jazmines, miraba al cielo y veía chispas doradas, moviéndose en el aire a toda velocidad, sin chocar, todo está impregnado de ellas. Mi mirada volvió a ese universo de puntos luminosos; de pronto un grito me devolvió a la realidad física, esa experiencia duró una milésima de segundo, fue instantáneo, pero mi alma todo absorbió. Mi madre enfadada salió a buscarme y me hizo volver a casa. Esta vez su regañina no me importó, ese instante mágico cambió mi vida para siempre. Mis padres estaban acostumbrados a mis “arrebatos incoherentes”, mi comportamiento no les parecía el apropiado a una niña pequeña.

Decidí no contar mi experiencia, esa noche soñé con riachuelos que nacían en la ciudad de cristal, con reflejos de colores del arcoíris que recorrían mi cara, como rayos dorados que desembocaban en el océano de mi corazón, algo cobraba vida en mi interior. En el silencio de la noche estelar oí notas musicales que envolvían mi alma, oí una voz: “aunque pequeña, eres curiosa y valiente, tesoro que debes guardar siempre; siente la magia de tu alma para que elijas quien quieres ser; cada mañana el sol iluminará tus ojos para que paso a paso comprendas el sentido de tu vida. No seas una marioneta, sigue tu camino, posees el coraje de tu corazón y la valentía de tu alma, ambos necesarios para levantarte cuando caigas y seguir avanzando por el camino del silencio de los jardines de la vida. Solo encontrarán alegría en el juego de la vida, las personas que se maravillan cuando ven la belleza y el coraje de una flor que lucha por nacer en una roca; las personas que se embriagan del perfume del rocío de las estrellas; las personas que oyen el vals del otoño cuando las hojas caen al ritmo del viento para unirse a la tierra y volver en primavera. Afronta la realidad y no te dejes embaucar por los miedos que se forman en tu imaginación. Cuando te sientas confundida ve a tu corazón donde todo guarda su memoria y te recordará que para avanzar caerás y te levantarás con más fuerza y claridad”.

La esfera dorada me llevó a través de mares y montañas para que viera la grandeza y belleza de la naturaleza. Nos adentramos en montañas primigenias, valles con hermosos árboles centenarios, ríos impetuosos donde habían crecido grandes civilizaciones que dejaron una huella en los templos construidos según el código de belleza. En un momento dado, la gota dorada se posó sobre un loto blanco que crecía en un precioso lago de montaña, tranquilo y sereno, donde se reflejaba el cielo, que solo la brisa del viento lo mecía suavemente cantando canciones de antaño. Visitamos las profundidades del lago, ese mundo subterráneo tan rico y diverso cuyas raíces son el alimento de todo lo que vemos. No soy Lúa, soy parte de ese misterio del universo que todo contiene y es.

Me desperté serena, rememoré mi sueño y esa voz del aire se hizo palabra en mi diario. Sentía esa fuerza que vibraba en mi interior y me empujaba a buscar respuestas, ese instante mágico fue mi punto de inflexión.  El día era, como siempre, soleado, salí a coger lapas con mis amigos, disfrutaba de su compañía, de nuestras risas y juegos. También había un deseo oculto, deseaba sentir esa magia del agua, sin embargo, solo sentí un recuerdo, y, una vibración muy profunda me hizo llorar, supe que esa maravillosa gota de agua se unía a ese gran océano azul para poder elevarse de nuevo al mundo celeste y proseguir sus viajes eternos en el corazón de los humanos. Le agradecí con toda mi alma esta aventura.

A partir de ese momento fui “normal” para mis padres y amigos y “diferente” para mí, la magia de mi universo interior empezó a germinar como una semilla. De niña fui muchas veces incomprendida; solitaria, de adolescente y feliz de madura. He pasado por cientos de aventuras, con caídas y sueños rotos, pero me he levantado porque esa voz me repetía: ¡no te rindas! Así mi vida se ha ido forjando con mis decisiones y hoy soy la persona que quiero ser, vivo la vida que me hace crecer y sentir bien. La vida es el camino de regreso a la conciencia universal, comprender nuestros pensamientos, emociones, acciones, para decidir si queremos nutrirnos del mundo celeste y terrestre o solo de las apariencias exteriores.  Los seres humanos tenemos la capacidad de crear y destruir, solo depende de nuestra elección.

Recuerdo a menudo la extraordinaria experiencia de la gota dorada, la magia de la vida, los misterios de los seres humanos que van unidos a los misterios de la naturaleza, por eso nos sentimos tan bien cuando estamos en medio de un bosque, del mar, de la montaña porque la naturaleza nos ama y nos protege.  Heráclito decía: “La naturaleza ama esconderse, sin embargo, revela sus misterios a quien la ama”, somos parte de ese mundo visible e invisible.

Los padres tenemos la responsabilidad de ser guías para nuestros hijos y no imponer nuestros criterios a golpes sin dialogar con ellos. Los niños deben ser respetados, amados y dejar que su creatividad emerja y se desarrolle; todos los niños tienen un gran poder de captación, de observación, de sentimiento, de creatividad que no hay que apagar, sino todo lo contrario, seguir alimentando esa llama de vida que es la que guiará sus vidas.

(Foto privada)

La hermandad de la libertad

La hermandad de la libertad

“El hombre venera a Dios que es invisible, pero masacra a la naturaleza visible que es la cara invisible de Dios”.  Hubert Reeves.

Mi nombre es Kala, fortaleza.

Antes de entrar en nuestro país una turba de hombres con túnicas rotas y sucias que a golpes suprimían la libertad con balas lanzadas al aire y contra ciudadanos que se oponían a su delirio, mi vida transcurría como un apacible riachuelo, todo fluía. Estaba casada, tenía un niño precioso y un compañero de alma, amante y respetuoso. Meses atrás llegaron noticias desmoralizadoras y una tensión perceptible se extendió como una nube negra por toda la ciudad; ni en nuestras peores pesadillas pudimos imaginar tal crueldad. Un día cualquiera las puertas del tiempo se cerraron de golpe.

Mi familia sucumbió bajo fuegos de sangre y yo quedé como trofeo de herejía.  Vivir esclavizada, viendo la mirada de la llama del infierno en esos hombres, hizo que mi cerebro colapsara y se petrificara mi corazón.

Al cabo de unos meses trajeron a una mujer a la que maltrataron con más brutalidad porque pertenecía a una organización que luchaba por la libertad y derechos de las mujeres y niñas. Aunque los golpes la hicieron caer, su mirada reverberada, la luz de su lucha y sus palabras eran ecos: “el ser humano no ha sido creado para ser esclavo de otro ser humano”. Su valor y fuerza fue como un tsunami para nosotras, despertamos de nuestra agonía y nos unimos a su lucha por la libertad. Supimos que había dejado instrucciones a su organización para ayudarla a escapar en caso de ser capturada. Una noche nos reunió y armadas de valor y esperanza escapamos. Nos escondimos durante un tiempo en una cueva que habían preparado, esperamos hasta que alguien vino a buscarnos para sacarnos del país.

Después de haber conocido a esa extraordinaria mujer que me enseñó: “la verdad no es contraria a la verdad y si, realmente, la buscas la puedes encontrar”, decidí hacer todo lo posible para que no se sigan cometiendo crímenes en nombre de la libertad.

Llegué a la India donde pasé unos años. Aprendí mucho de esas personas sonrientes que comparten todo lo que no tienen. Vi con sinceridad la verdad humana, supe que el mayor miedo es no tener coraje para enfrentarse a nuestros miedos irresueltos. En la India trabajé como abogada —era mi antigua profesión—, en una asociación para ayudar a mujeres y niñas desfavorecidas y a los hombres que querían avanzar en libertad, respeto y dignidad; también estudié baile para que la mujer y el hombre pudieran experimentar emociones, sentimientos a través de movimientos armónicos para romper la prohibición de la diferencia. Diez años después de vivir en ese complejo y entrañable país, llegó la hora de marcharme.

A veces la vida experimenta un extraño placer en clavarnos una espina de pino en el pie. Mi llegada al Reino Unido estuvo llena de obstáculos y algunas ofensas, sin embargo, mi determinación triunfó.

Una hermosa tarde de otoño fui a caminar por Saint James Park, su serena belleza me deleitaba, el sendero por el que caminaba era una alfombra de hojas ocres y arrugadas que, al contacto con los tibios rayos del sol, cobró vida. Me tumbé en la orilla del lago para sentir el aire fresco en mis mejillas. Ese día hacía cinco años que había llegado a Londres. Me quedé ensimismada ante mis recuerdos, cuanta melancolía y nostalgia sentía. Había aprendido durante esos años de reconstrucción de mi ser, a despojarme de las apariencias, a rasgar los velos y sobre todo a desnudar mi alma para sanar los surcos que aún guardaban las cenizas del infierno. ¡Cuánto dolor genera la crueldad humana! Algunas lágrimas se escapaban al compás de los latidos de mi corazón que se amplificaban. Mirando al lago vi un pato que viajaba tranquilamente sin pensar en nada, solo disfrutaba de su paseo, “esa es la libertad que añoro para todo ser humano”, me dije.

Mi nombre es Falak, estrella.

Una mañana, mientras me preparaba con esmero y alegría para ir a mi primer día de trabajo en una galería de arte, se oyó un terrible estruendo, el techo cayó y todo se apagó… Durante un tiempo estuve inconsciente hasta que me desperté en un hospital tan herido como yo. Cuando cobré conciencia me dijeron que muchas bombas habían caído. Estaba confusa hasta que a través de unos altavoces oí cómo vomitaban palabras de odio y opresión. Sirenas de ambulancias, gritos de angustia y dolor nos volvían sordos. Mi desesperación culminó cuando no supe qué había pasado con mi familia. Nadie sabía nada de nadie…, todo era oscuro, excepto por alguna bombilla encendida que nos indicaba que aún había vida.

Para conservar mi cordura mantenía vivos los recuerdos de mis padres que desfilaron con ternura y orgullo. Mi padre era periodista y mi madre profesora de filosofía en la universidad; mi educación fue sólida gracias a mi padre que grabó a fuego en mi alma los valores de la vida y a mi madre que me inculcó el amor y el poder del conocimiento. Éramos una familia alegre, unida, libre en un país del Mediterráneo oriental, cálido, bello, con mucha historia y atardeceres perfumados.

Cuando pude caminar, esos individuos me arrastraron a fuerza de golpes a mi nuevo alojamiento. Me llevaron a un campo de concentración donde solo había miserables y traidores como ellos decían.

Mi hermoso y cálido país —lleno de luz y belleza— había sido devorado por la bestia, así como todos nosotros. Hacía tiempo que mis padres recibían amenazas por defender los derechos humanos y por la libertad que implica; nunca sucumbieron a los deseos de esos fanáticos de la opresión. “Ante el sol nadie es diferente” decían. Más adelante supe que esos individuos se los habían llevado junto a otros cientos para ejecutarlos, el dolor fue tan grande que caí dentro de una sima sin fondo.

Unos días después probé en mi cuerpo la crueldad de esos individuos. Sin embargo, a los pocos meses de vivir en ese terror, un soldado de ojos profundos me miró con compasión, vi un destello de luz e intuí que me ayudaría. Oí la voz clara y potente de mi padre: “echa a volar para que enciendas luces en la oscuridad”.

Una noche soñé que sobre esa sima oscura de mi mente había una nube dorada y zafiro de donde salía un lazo que venía a sujetarme para devolverme a la vida. Me agarré bien fuerte y sentí la alegría espontánea surgida de las profundidades de mi ser. Cuando desperté comprendí, instantáneamente, que “la luz y el amor nunca mueren; que para luchar hay que dar un paso al frente y hacer la injusticia visible para luchar por ella. ¡Cuántas cicatrices en el alma son causadas por oraciones estériles elevadas!”. El león se acababa de despertar y rugía con fuerza por su libertad. Salí del barracón y vi cómo el sol trepaba por el firmamento. Aunque siguieron las vejaciones, estaba preparada a escapar. Mi listón de vida rozaba el suelo, recordé esos atardeceres perfumados, a mis padres, a mis amigos y todas las personas maravillosas que en ese sucio y lúgubre lugar había conocido, y así poco a poco el listón se elevó al volver a la vida.

Mis pies sangraron por los caminos de piedras, mi alma rota por la indiferencia y por bandera la desesperanza al ver que muchas puertas se cerraban porque era inmigrante y de piel morena. Con sacrificios y largas esperas llegué a Reino Unido gracias a la ayuda de ese hombre y a una red de mujeres que me ayudaron a salir de mi país.

Tenía por costumbre ir a pasear por Saint James Park, qué con sus sauces llorones, lagos, paseos y tranquilidad me hacían sentir que había vuelto a la vida. Una tarde, mientras volvía a casa, vi un cartel donde anunciaban una conferencia sobre la libertad de la mujer, la ponente era una mujer afgana. Supe de inmediato que tenía que ir. Así fue como conocí a Kala, mujer sabia, fuerte, cuya experiencia de dolor la llevó a la luz del sol.

Después de la conferencia, me acerqué a ella, me presenté y quedamos para hablar al día siguiente, a ambas nos gustaba ese lugar tan entrañable, Saint James Park. Hablamos y lloramos, lloramos y hablamos… una mariposa blanca revoloteo delante de nosotras, las dos nos miramos, fue nuestro punto de inflexión y una fiesta espontánea surgió de las profundidades de nuestra alma. Así nació la hermandad de la libertad.

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La hermandad de la libertad pone énfasis en que la persona es única y digna en sí misma por derecho propio. Así pues, es fundamental el respeto por los derechos de todas las personas y en particular por las que no quieren ser poseídas. ¡Ha habido y hay muchos crímenes en nombre de la libertad!

Todos los seres humanos estamos cansados de escuchar cómo hay oraciones que se elevan a cambio de cicatrices en el alma de otros.

 

Recuerdos de mi infancia

Recuerdos de mi infancia

A finales de septiembre, cuando la naturaleza comienza a tocar la melodía del vals de otoño, decidí ir a pasar unos días en un pequeño pueblo montañero.

Al anochecer, cuando las luces iluminan y la gente se recoge, fui a dar un paseo por sus calles empedradas, sentía las energías de sus viejas casas e iba escuchando historias que las piedras me contaban. Al día siguiente fui a visitar un antiguo monasterio donde sus murallas aún guardan huellas de lucha, aunque siguen en pie para cantar a la vida, ahora son murallas de recogimiento y no de protección de lucha; sus jardines vivos llenos de flores blancas que rivalizan con las etéreas y ligeras nubes de verano, cuya fragancia envuelve el aire me hacen recordar que aprendemos de los rumores del viento y de la belleza de la naturaleza.

Después de este bonito paseo entré en una pequeña y acogedora cafetería; me senté en la mesa más alejada para seguir disfrutando esa fragancia que tanto me seduce. Mientras esperaba al camarero me di cuenta de mi cansancio, de cuánto echaba de menos el silencio, la fuerza y belleza de la naturaleza y sobre todo la serenidad que me transmitía. Mi vida estaba pasando por tormentas devastadoras, me encontraba en medio de una espesa bruma, no había marcha atrás, solo quedaba seguir hacia alguna parte. A mi derecha se sentaron unas señoras que no paraban de hablar y reír. Con tanta jarana, mi deseo de tranquilidad se interrumpió, las miré con cara de pocos amigos, pero me ignoraron y siguieron con sus risas. Quería marcharme, en ese momento apareció el camarero.

Las señoras contaban las peripecias de su fin de semana en un pueblo perdido entre las montañas. ¡Qué sorpresa me llevé cuando lo nombraron!, hablaban de mi pueblo, ese lugar del que hui hace tantos años. Tuve una sensación de vértigo, un tsunami me arrolló por completo, me ahogaba en mis emociones y recuerdos. Sentí cómo mi alma lloraba de desesperación.

Como un rayo alumbra la noche oscura, me vino la imagen de sus calles polvorientas, la casa familiar, sentí el olor a vaca y a fuego de leña; oía risas, llantos… “Volví a estar en ese domingo en que mi hermano mayor cumplía trece años. Se levantó con sigilo para no despertarnos, puso trece tazas de barro, una jarra de leche, pan y mantequilla sobre la gran mesa de madera que tantas grietas tenía, pero mi madre se había adelantado y le había preparado su tarta favorita de queso y frambuesas. Día de fiesta, de alegría, de dulces y algún regalo. La imagen de mi padre mirándonos alegre y orgulloso me sobresaltó. Mi padre era un hombre de montaña, alto, vigoroso, con mirada profunda, parco en palabras y tenía un corazón hecho de nubes blancas. Amaba el campo, trabajaba de sol a sol, casi no lo veíamos excepto los domingos donde era día de baño y fiesta porque en casa no había agua, teníamos que ir con cubos a sacar el agua del pozo que estaba en el patio, momento de alegría y juegos. Algarabía, llantos y risas, sonidos y recuerdos que me hacían sonreír y al mismo tiempo sentir nostalgia de mi gran familia.

La casa era de piedra y vigas de madera, típica de montaña, tenía dos plantas, en la planta superior las habitaciones y en la planta baja la cocina con un gran patio y en medio un gigantesco roble al que todos subíamos y todos, en alguna ocasión, bajábamos muy deprisa para gran disgusto de mi madre —más nos dolía su regañina que el dolor de la caída—. De súbito me envolvió el aroma de mi madre —olía a campo, a rocío, a tierra—. Vi su hermosa sonrisa de amor y ternura, su mirada limpia y profunda como la de un recién nacido, mis ojos se llenaron de agua y parpadeé con fuerza para sacar ese dolor punzante por su vacío, ¡cuánto la echaba de menos!

Mi madre era una antorcha de fuego dorado que todo iluminaba, nos inculcó el amor a la naturaleza, nos mostró su sabiduría, nos enseñó a escuchar las historias de los árboles, de las montañas, a sentir la dulzura del agua del riachuelo, decía que en todos ellos habitaban seres invisibles que siempre nos ayudaban, pero para oírlos debíamos aprender a escucharlos; “recordad que la vida guarda en cada manifestación sus memorias presentes y pasadas”. Nos educó con valentía y fuerza para hacer frente a la vida y poder enfrentarnos a nosotros mismos, ese es el gran desafío, nos repetía; nos insistía en trascender los velos que nos envuelven para desentrañar los secretos que hay detrás de ellos.

Recuerdos de fogatas con cantos, historias, alegrías. Hubo una noche de verano muy especial, como siempre fuimos al bosque, mi madre hizo una fogata, le gustaba contar historias alrededor del fuego chispeante sobre las estrellas que forman carros, animales, cinturones de guerreros. Mientras la escuchaba, me sentí atrapado en la noche de los tiempos y dibujé algo en la tierra. Mi madre calló y me observó, vi en su mirada algo especial. Al día siguiente, ella y yo volvimos a ese lugar. Me preguntó: ¿qué significa ese dibujo? La miré extrañado, pues sabía que ella lo conocía. Le conté cómo me sentí en el momento en que lo dibujé, también le dije que desde hacía tiempo soñaba con un lobezno blanco y un lago pequeño en una cueva; asintió con dulzura y me abrazó de forma especial, sus ojos llameaban amor. A partir de ese momento, empezó a revelarme otros secretos del bosque, del agua, de las montañas, de la tierra, del fuego.

Me despertaba al amanecer para que la acompañara a buscar raíces, hierbas y flores, me repetía: “huele el rocío y siente como las flores, la tierra, los árboles se despiertan; observa los colores del amanecer y los colores de las energías que habitan el bosque; escucha la voz del viento que te contará la historia de las montañas cuya sabiduría se esconde en cada átomo de polvo. Siente desde tu corazón las fuerzas de la naturaleza, así vivirás la aventura de tu alma. El Creador vive en todas partes, en el polvo de cada camino, en cada casa, en cada árbol, en cada ser, pues es el sol, el aire, el agua, la risa, el llanto y se manifiesta en la naturaleza y en cada ser vivo a través de las leyes naturales de la vida”.

Desde siempre había visto a muchas personas que venían a casa para buscar consuelo y sanación, ella les preparaba unas cocciones para que mejoraran, mi madre era la chamana y una tarde mientras recogíamos raíces, hierbas, flores y algunas piedras, me comentó: “el chamán posee una creencia profunda en la naturaleza y en el cosmos, la naturaleza es su aliado más poderoso; debe pasar por pruebas exteriores e interiores, sabe que cada persona es dueña de su destino, que el alma es inconquistable, que el Creador vive CON la humanidad a través de la relación. También ayuda a su comunidad y les hace ser responsables de sus actos. El chamán es el guardián de las melodías de la naturaleza y debe transmitirlas”. ¡Tenía tanto que aprender!; cuando mi madre intuyó que estaba preparado, me llevó por un camino que desconocía, nos encontramos con mi abuela que la abrazó con gran dulzura, sus ojos destellaban rayos de amor, ambas lloraron en silencio. Sin mediar palabra, mi abuela se dio la vuelta y yo la seguí… Caminamos unas horas hasta llegar a una llanura donde había pequeñas casas de madera; muy cerca se oía el ruido de un caudaloso río. Pasé unas semanas entre ellos mientras aprendía. Una tarde, mientras hablaba con mi abuela, le comenté mi sueño recurrente —un lobezno blanco y un pequeño lago en una cueva…—.

Al día siguiente mi abuela me dijo que me preparara para partir, mis ojos expresaron dudas, pero continuó diciendo: “tu madre, antes que tú, también tuvo que hacer ese camino, ir a la cueva del lago medicina para recuperar sus memorias; saldrás en cinco días”. Al quinto día, justo antes de que la gran bola de fuego emergiera, me entregó algunas provisiones y su bastón: “encuentra la cueva del lago si es tu destino, y vuelve cuando hayas recuperado la memoria” dijo. En mi última noche volví a tener el sueño —estaba caminando hacia una gran montaña cuando oí un pequeño llanto, me acerqué y vi a un lobezno blanco, estaba escondido debajo de su madre muerta. Con cuidado lo cogí, le di agua y le susurré: ¡no tengas miedo, cuidaré de ti!, eso fue suficiente para que los duendes de la naturaleza hicieran el resto—. Así desperté y empecé mi camino.

Al ir avanzando por el camino, la montaña se hizo más visible; cogí el sendero de un desfiladero, el sonido del río era profundo, me paré en un risco a descansar, me pareció oír un pequeño llanto, me vino a la memoria mi sueño y me acerqué con cautela. Vi a una loba muerta, debajo un cachorro blanco, lo cogí y como en mi sueño le susurré: “¡no tengas miedo, cuidaré de ti!”. Pasaron dos semanas antes de llegar a un valle. La vista era majestuosa, de una belleza tan singular que mis manos se elevaron para dar gracias por esa maravillosa creación. No muy lejos se veía cuatro montañas que parecían los dedos de una mano gigante, algunas águilas nos observaban bailando en círculos y me recordaron que ese lugar era sagrado. El cachorro, que se llamaba “Lobo”, correteaba contento y aullaba, supe que echaba de menos a su manada; hacía días que había visto a un gran lobo blanco que nos seguía a distancia. Lo llevé cerca de unas rocas y lo dejé, sabía que la manada acechaba, me quedé esperando hasta ver cómo se iban juntos y el jefe de la manada me lo agradeció con su mirada y aullando se fueron.  Di las gracias en silencio a mi madre por sus enseñanzas.

Volví sobre mi camino y de vez en cuando veía al gran lobo blanco que aullaba para indicarme el camino cuando me extraviaba; oía la voz mi madre: los animales son intuitivos y buenos. Había una cascada y me paré a observarla, justo a un lado vi un entrante; la cueva era espaciosa, en el fondo había un pequeño lago, seguramente del agua que se filtraba por la pared. Estaba muy cansado, preparé una pequeña fogata y me quedé dormido. Una luz brillante me despertó. Miré hacia el lago y vi a una mujer que vestía una túnica azul zafiro, tenía una estrella dorada de cinco puntas en el pecho. Su dulzura me conmovió, sin decir nada, nos sentamos frente a frente, con las piernas cruzadas. Su sonrisa era cálida y serena. “Te estaba esperando”, dijo. Yo, en cambio, no pude decir nada, estaba fascinado de ver a esa hermosa mujer atemporal.

Ella sonreía y al cabo de unos minutos, hablé: “mi abuela me envió para recuperar mi memoria”.

—Lo sé; ha llegado el momento de recuperar tu conocimiento, tu sabiduría, tu responsabilidad. Sus ojos relampaguearon como si una bola de luz hubiera explotado.

Ella veía mi desconcierto y podía oír mis pensamientos, me miró y susurró: “todo a su tiempo”.

Me desperté con un gran sobresalto, el sol empezaba a brillar con fuerza en el exterior. Fui al fondo de la cueva y justo al lado del lago medicina vi huellas de pisadas pequeñas y una estrella dorada de cinco puntas en el suelo.

Durante cuatro noches tuve la misma experiencia, en la quinta noche fue la señora quien me despertó, cogió mi mano, salimos y subimos por el sendero hasta la cima; las estrellas estaban bajo nuestros pies, brillantes, cálidas, hermosas. Nos sentamos en silencio y oí la melodía del cosmos que solo la vibración del amor puede crear. Puso su mano en mi corazón y apareció una estrella dorada, su fulgor me absorbió y me llevó a través de una espiral de luz por universos lejanos donde había millones de planetas cristalinos.

Reconocí un lugar, todo era de cristal blanco donde los rayos desviaban luces de colores brillantes, vi algunas figuras esbeltas y cristalinas que se alegraron de verme, oí en mi interior una voz: “no olvides de dónde vienes cuando vivas en del olvido, la estrella dorada que habita en tu corazón te recordará quién eres y de dónde vienes, te dará fuerza y amor para restablecer tu equilibrio cada vez que caigas. Es importante que sientas y mires todo a través del corazón”.

Como un flash, la visión de mi esencia, de mi verdadero hogar fue tan fuerte que solo tuve deseos de permanecer en esa mágica dimensión, sin embargo, recordé mis palabras al pronunciar el juramento sagrado de fraternidad para ayudar a los demás, no podía olvidar que en el planeta habitan los contrarios, la infinitud de la esencia y la finitud de la existencia. Volví a estar en la cima de la montaña con la hermosa mujer atemporal que cogía mis manos y sonriendo desapareció.

Supe que había recuperado mi memoria”.

Una profunda carcajada me devolvió a la cafetería. No había pasado ni dos minutos, comprendí que el tiempo y el espacio no existen en el universo del alma, el “ahora” es vivir en el alma; el ahora no es una unidad de tiempo. Miré a las señoras agradecidas y recordé unas palabras de mi madre: “El Creador se representa en la naturaleza a través de sus leyes naturales y en las personas a través del amor y del buen humor”. Eché una mirada hacia mi vida, me vi abatido, mi corazón vacío, casi sin latidos, mis ojos secos y me acordé por qué sentía esa aridez… —Otra vez estaba en mi pueblo, era feliz de hacer lo que hacía hasta que conocí a esa persona que me dijo y convenció: “puedes sacar provecho de tu conocimiento y sabiduría”, y sin darme cuenta me sumergí en una espiral material de competición y ego, así empezó mi camino hacia el olvido, me extravié en un cruce de caminos, me olvidé de sentir, sepulté mi estrella dorada, me hundí en ese mundo donde las apariencias es la tarjeta de visita, sentí mi soledad rodeada de gente y mi llanto silencioso que cada noche me acompañaba cuando la luz se apagaba—. Dejé de sentir por tener. Alto precio pagué al haber huido de ese pequeño pueblo donde la vida se vive entre cristales de colores y cantos de la naturaleza.

Me uní a sus risas y entablamos una conversación de lo más variopinta y sanadora.  Nunca sabrán el regalo que me habían hecho. Sentí de nuevo el pequeño cosquilleo de mi estrella dorada que me devolvió la presencia invisible, pero tangible de la señora de la cueva, de mi abuela, de mi madre, de mi pueblo, todos volvieron para darme ánimos y fuerzas. Una sonrisa iluminó mi cara, sentía los rayos dorados de mi ciudad de cristal que, aunque lejana, siempre está cercana.

Volví a mi pequeño pueblo de senderos de polvo y viento.

Vivir es recuperar la memoria del olvido, saber que la naturaleza y la magia se funden para hacernos comprender que somos el maestro de nuestro destino, que nuestra alma es inconquistable y que la presencia de la esencia siempre nos rodea. Como decía Séneca: “el hombre más poderoso es aquel que es dueño de sí mismo”.

(Foto privada)