El pequeño y la montaña sagrada

El pequeño y la montaña sagrada

Las montañas desde la antigüedad más remota son símbolos sagrados, encierran secretos que son desvelados al buscador del camino de su alma y que esté dispuesto a pasar las pruebas. Las montañas han vivido millones de historias que guardan en sus archivos arcanos dentro de sus cuevas profundas.

Cada nuevo día se sienten pletóricas cuando saludan al astro rey al compás de la música de las musas y este les devuelve el saludo bañándolas con sus átomos de luz para que sigan siendo las hermosas heroínas de las leyendas.  La majestuosidad, la belleza, la fortaleza, la sabiduría de las montañas son arquetipos que nos hablan e inspiran, por eso estamos atraídos por ellas.

Entre millones de historias estaba la de Inko —un niño de mirada brillante y profunda, pero al mismo tiempo sus ojos de ébano transmitían dolor y miedo—, que se acercó a este reino de belleza y silencio. Este pequeño estaba exhausto, su carita mostraba la huella de surcos de ríos secos y su cuerpecito era como pequeñas ramas delgadas sin hojas. Había llegado en una pequeña gruta donde había huellas de otros ocupantes que hicieron un alto en el camino antes de aventurarse por el sendero. El pequeño muchacho se tumbó y se durmió en el acto.

Cuando nuestro compañero el sol emergió para saludarnos, le dijimos que proyectara sobre la cueva sus rayos de luz para que calentaran y despertaran al pequeño, pues hacía dos días que dormía. Así los rayos templaron y despertaron al niño. Estaba aturdido, no sabía dónde estaba, pero se sentía seguro, sus tripas rugieron de hambre. Los pájaros cantores le ofrecieron su trino y su ánimo se elevó, se sintió feliz después de tanto tiempo; salió y vio el riachuelo que traía vida a nuestro valle. Se acercó y bebió el agua que necesitaba, luego se metió en esas aguas azules para lavarse las heridas de su malherido cuerpo. Secándose al sol, sus tripas volvieron a quejarse, se levantó y buscó algo para comer. Descubrió que, a poca distancia, el valle estaba lleno de árboles que le ofrecían sus frutos frescos, también había raíces de plantas que él conocía y que le ayudarían a recuperarse.

Mi reino es la montaña sagrada, solitaria, colosal, eterna, poderosa y da la bienvenida a los valientes que, aunque estén heridos, siguen su camino; ahora le tocaba el turno a ese pequeño hombrecito.

El pequeño Inko era valiente e inteligente, decidió establecerse y explorar las cercanías de su nuevo hogar. Descubrió un camino escarpado y de difícil acceso para aquel que ose molestar a las hojas ambarinas que preceden al silencio y a la gran piedra azul en forma de cubo. Solo aquellos que tienen un corazón sincero pueden acceder a esa gruta donde vive la señora de blanca túnica y corazón azul, una vez hayan superado la prueba. Todo aquel que se aventure en mi reino debe estar en armonía con la naturaleza y con él mismo, si solo visita mi dominio para dar un paseo, el velo del secreto cerrará sus ojos y solo verá una montaña con vistas hermosas sobre un fértil valle.

Al cabo de un tiempo, Inko subió el sendero con determinación, llegó a un terraplén donde había una gran piedra azul en forma de cubo. Se sentó y miró a su alrededor, el paisaje le conmovió, una ligera brisa de arpas trajo belleza, serenidad, armonía, silencio. Mientras estaba recogido y disfrutando de ese regalo de la naturaleza, oyó una suave voz de mujer, el pequeño Inko casi no se cae del susto, no la había oído llegar. “Naki” así se llamaba la señora que viendo al pequeño bañarse en el río de serenas aguas, semanas atrás, supo que era la persona que esperaba desde hacía mucho tiempo —vienen muchos visitantes, pero pocos corazones puros—. Conocía su historia y su valor. Sabía que podía vivir en armonía porque conocía la belleza y el sentido de la vida, el dolor y el miedo, la crueldad y el amor, y ante las vicisitudes en su corta vida, su espíritu se mostró indomable con la violencia. No alberga rencor ni ira, solo una gran herida.  Por eso, su alma lo había llevado a su destino.

Me comunico con mis buscadores a través del sueño y de la meditación, haciéndoles sentir una vibración de alegría para que conecten con sus recuerdos y vuelvan a revivir la grandeza de su ser. Necesitan coraje y voluntad para este viaje que empieza en la cueva de las serpientes o tal vez ramas rotas. Quien controle su mental vencerá en la lucha. Siempre hay un momento en la vida en que el grito de desesperación es el comienzo de un nuevo ciclo que da paso a la esperanza. La vida se percibe intensamente en cada manifestación, sea mineral, vegetal, animal, humano. Todo forma parte de la misma unidad en otra realidad. Naki era la abuela del chamán del poblado de Inko y desde muy pequeño dio señales de que era diferente, no en apariencias, pero sí en su interior. Así poco a poco las enseñanzas se fueron transmitiendo antes de llegar a mí.

Durante su larga estancia en ese maravilloso lugar, aprendió a recordar y a conectar, a sentir y a escuchar la naturaleza, a reflexionar y a meditar. Visitó los archivos arcanos de la gran cueva, comprendió el significado de la Naturaleza, el misterio del ser humano (un átomo de luz crea vida y es ese átomo el que nos devuelve los recuerdos perdidos y nos enseña el camino de regreso).  Una tarde subieron a la piedra-cubo para hacer unos ejercicios y restablecer la energía. Después, se sentaron a ver el atardecer y cuando apareció el sol, algo mágico pasó, se había vestido con sus ropajes reales de púrpura, violeta y dorado, para que Inko viera y sintiera la magnificencia del universo en ese horizonte que es la frontera del sueño donde todo se hace posible al conectar con el recuerdo de la verdad en otra realidad.

Ese atardecer fue especial, Naki también vestía su túnica blanca y azul, reflejo de su corazón. Inko supo de inmediato que algo extraordinario iba a pasar. Cuando volvieron a la cueva sagrada, un hombre alto, fuerte, de pelo largo y ojos sagaces e insondables, les estaba esperando. Se sentaron formando un triángulo; sintió una conexión muy fuerte con ese personaje, este le dijo que tenía que hacer un viaje largo y si quería acompañarlo. Inko estaba perplejo, no quería dejar a Naki y al mismo tiempo deseaba ir con él.

Naki le dijo que había llegado el momento de aprender otras cosas y más tarde, en su momento, regresaría si ese seguía siendo su deseo. Mañana te diré lo que he decidido. Tumbado en el suelo de la cueva y oyendo el silencio de la naturaleza, rememoró su niñez. Las heridas se habían sanado, pero los recuerdos estaban vivos. “Vivía en un pequeño poblado, en el valle, las yurtas de colores, la gente amable, sonriente, los niños jugábamos y aprendíamos de todos los mayores. Era una vida simple y dura debido al tiempo, sin embargo, era una vida tranquila y alegre. Una mañana se oyó ruidos de cascos de caballos y unos jinetes con flechas y lanzas entraron, saquearon y mataron. Yo había ido al bosque a recoger hierbas, por eso no estaba en el poblado. Los vientos trajeron el sonido de la locura. Lágrimas de penas y dolor volvieron a correr sin poder detenerlas. No hay palabras para describir el dolor, el terror y la soledad que deja la crueldad. Toda mi vida desapareció en las cenizas que dejaron de mi pueblo. Unos días más tarde empecé a caminar hacia la montaña sagrada porque el chamán hablaba siempre de una mujer sabia”. ¿Cómo sabré que es la montaña sagrada?, me preguntaba mientras caminaba y una voz suave me decía: “la reconocerás porque cuando la veas no verás una montaña sino belleza”.

Durante un tiempo Inko viajó en compañía de ese hombre atemporal que forma parte de esa fraternidad de sabios que protegen a la Humanidad, se llamaba Itumi “el persa”, así transmitió a Inko secretos, ritos y leyendas, la verdad se va transmitiendo oralmente para que las palabras bailen y el ritmo del viento lleve su mensaje a través del aire. En sus viajes conoció a otros personajes que le instruyeron en diferentes conocimientos, todos ellos tenían un denominador común, la unidad de la humanidad, porque solo en la unidad los valores primigenios del universo pueden ser esculpidos en el interior de cada ser humano para darle un sentido a la vida y que encuentre así su destino. Si no hay sentido, no hay destino.

En uno de sus viajes, conoció a una mujer preciosa y de corazón puro, el viaje con Itumi había terminado, el momento del regreso había comenzado.

Naki les dio la bienvenida y al atardecer volvieron a la piedra-cubo para restablecer las energías y enseñar a la preciosa compañera de Inko el lenguaje del silencio para que pudiera oír las leyendas vivas de las hermosas montañas, el canto de las aves nocturnas, el susurro del agua y el baile de las hojas ambarinas que preceden al silencio, todo forma parte de la naturaleza sagrada del cosmos en la tierra.

Una semana más tarde, Naki llamó a Inko para entregarle las llaves de su reino, la montaña sagrada, y comenzar así un nuevo ciclo.

(Foto privada)

Lúa y la gota de agua dorada

Lúa y la gota de agua dorada

Después de tantas historias fascinantes con algunos seres humanos a través del mundo, nos preparamos para una nueva aventura, el clarín ha sonado para reagruparnos en nubes, los vientos soplan y así comienza el baile para descender a la Tierra.

Esta vez los vientos nos llevan a un hermoso y tranquilo paraje en medio del Atlántico, una pequeña isla poblada por gentes amables y generosas. Hay un volcán cuya energía es especial, aunque muchos lugareños lo hayan olvidado. Existen montañas muy altas de lava que crean paisajes muy hermosos que dan vida a épocas pasadas.  El choque entre dos nubes produjo un fuerte destello de luz y formamos unos fuegos artificiales de gotas doradas que bañaban esa naturaleza extraordinaria.

Me llamo Lúa, en esa época tenía diez años, era traviesa, vivaracha y muy alegre. Vivía en un pequeño pueblo de pescadores en una pequeña isla del Atlántico. Iba al colegio de mi barrio. Era obediente, aunque no estaba de acuerdo con muchas cosas tanto en casa como en el colegio. Esto ya me trajo algún que otro problema a mi corta edad, pero vivir como una marioneta nunca me gustó. Soy diferente solo por el hecho de no seguir la corriente.

Todo comenzó hace muchos años cuando una noche de verano empezó a caer una gran tormenta de rayos y mucha agua. Sentí una curiosa sensación, necesitaba salir al jardín para sentir esa fuerza indomable de la naturaleza, oía gritar a mi madre: “¡no salgas!”, sin embargo, no pude contener ese impulso y salí. Vi una cortina de agua cristalina con destellos dorados, caía con tal ímpetu que me quedé embriagada y paralizada al contemplar esa belleza. Sentí una energía tan grande que abrí los brazos para recibir ese baño de agua de las estrellas.  Recuerdo que por mi cara fluían pequeños riachuelos y una gota dorada penetró en mi boca, sentí un extraño sabor en mi garganta.

En ese momento, mi pequeño cuerpo se convirtió en el universo donde el vacío y el todo eran uno, millones de puntos luminosos en continuo movimiento, cuya vibración producía una música sutil y armoniosa. Vi un puntito en el infinito universo, la Tierra. Observaba todo el conjunto a la vez y recordé que muchas veces, en esos momentos de silencio perfumado por las estrellas de los jazmines, miraba al cielo y veía chispas doradas, moviéndose en el aire a toda velocidad, sin chocar, todo está impregnado de ellas. Mi mirada volvió a ese universo de puntos luminosos; de pronto un grito me devolvió a la realidad física, esa experiencia duró una milésima de segundo, fue instantáneo, pero mi alma todo absorbió. Mi madre enfadada salió a buscarme y me hizo volver a casa. Esta vez su regañina no me importó, ese instante mágico cambió mi vida para siempre. Mis padres estaban acostumbrados a mis “arrebatos incoherentes”, mi comportamiento no les parecía el apropiado a una niña pequeña.

Decidí no contar mi experiencia, esa noche soñé con riachuelos que nacían en la ciudad de cristal, con reflejos de colores del arcoíris que recorrían mi cara, como rayos dorados que desembocaban en el océano de mi corazón, algo cobraba vida en mi interior. En el silencio de la noche estelar oí notas musicales que envolvían mi alma, oí una voz: “aunque pequeña, eres curiosa y valiente, tesoro que debes guardar siempre; siente la magia de tu alma para que elijas quien quieres ser; cada mañana el sol iluminará tus ojos para que paso a paso comprendas el sentido de tu vida. No seas una marioneta, sigue tu camino, posees el coraje de tu corazón y la valentía de tu alma, ambos necesarios para levantarte cuando caigas y seguir avanzando por el camino del silencio de los jardines de la vida. Solo encontrarán alegría en el juego de la vida, las personas que se maravillan cuando ven la belleza y el coraje de una flor que lucha por nacer en una roca; las personas que se embriagan del perfume del rocío de las estrellas; las personas que oyen el vals del otoño cuando las hojas caen al ritmo del viento para unirse a la tierra y volver en primavera. Afronta la realidad y no te dejes embaucar por los miedos que se forman en tu imaginación. Cuando te sientas confundida ve a tu corazón donde todo guarda su memoria y te recordará que para avanzar caerás y te levantarás con más fuerza y claridad”.

La esfera dorada me llevó a través de mares y montañas para que viera la grandeza y belleza de la naturaleza. Nos adentramos en montañas primigenias, valles con hermosos árboles centenarios, ríos impetuosos donde habían crecido grandes civilizaciones que dejaron una huella en los templos construidos según el código de belleza. En un momento dado, la gota dorada se posó sobre un loto blanco que crecía en un precioso lago de montaña, tranquilo y sereno, donde se reflejaba el cielo, que solo la brisa del viento lo mecía suavemente cantando canciones de antaño. Visitamos las profundidades del lago, ese mundo subterráneo tan rico y diverso cuyas raíces son el alimento de todo lo que vemos. No soy Lúa, soy parte de ese misterio del universo que todo contiene y es.

Me desperté serena, rememoré mi sueño y esa voz del aire se hizo palabra en mi diario. Sentía esa fuerza que vibraba en mi interior y me empujaba a buscar respuestas, ese instante mágico fue mi punto de inflexión.  El día era, como siempre, soleado, salí a coger lapas con mis amigos, disfrutaba de su compañía, de nuestras risas y juegos. También había un deseo oculto, deseaba sentir esa magia del agua, sin embargo, solo sentí un recuerdo, y, una vibración muy profunda me hizo llorar, supe que esa maravillosa gota de agua se unía a ese gran océano azul para poder elevarse de nuevo al mundo celeste y proseguir sus viajes eternos en el corazón de los humanos. Le agradecí con toda mi alma esta aventura.

A partir de ese momento fui “normal” para mis padres y amigos y “diferente” para mí, la magia de mi universo interior empezó a germinar como una semilla. De niña fui muchas veces incomprendida; solitaria, de adolescente y feliz de madura. He pasado por cientos de aventuras, con caídas y sueños rotos, pero me he levantado porque esa voz me repetía: ¡no te rindas! Así mi vida se ha ido forjando con mis decisiones y hoy soy la persona que quiero ser, vivo la vida que me hace crecer y sentir bien. La vida es el camino de regreso a la conciencia universal, comprender nuestros pensamientos, emociones, acciones, para decidir si queremos nutrirnos del mundo celeste y terrestre o solo de las apariencias exteriores.  Los seres humanos tenemos la capacidad de crear y destruir, solo depende de nuestra elección.

Recuerdo a menudo la extraordinaria experiencia de la gota dorada, la magia de la vida, los misterios de los seres humanos que van unidos a los misterios de la naturaleza, por eso nos sentimos tan bien cuando estamos en medio de un bosque, del mar, de la montaña porque la naturaleza nos ama y nos protege.  Heráclito decía: “La naturaleza ama esconderse, sin embargo, revela sus misterios a quien la ama”, somos parte de ese mundo visible e invisible.

Los padres tenemos la responsabilidad de ser guías para nuestros hijos y no imponer nuestros criterios a golpes sin dialogar con ellos. Los niños deben ser respetados, amados y dejar que su creatividad emerja y se desarrolle; todos los niños tienen un gran poder de captación, de observación, de sentimiento, de creatividad que no hay que apagar, sino todo lo contrario, seguir alimentando esa llama de vida que es la que guiará sus vidas.

(Foto privada)

La hermandad de la libertad

La hermandad de la libertad

“El hombre venera a Dios que es invisible, pero masacra a la naturaleza visible que es la cara invisible de Dios”.  Hubert Reeves.

Mi nombre es Kala, fortaleza.

Antes de entrar en nuestro país una turba de hombres con túnicas rotas y sucias que a golpes suprimían la libertad con balas lanzadas al aire y contra ciudadanos que se oponían a su delirio, mi vida transcurría como un apacible riachuelo, todo fluía. Estaba casada, tenía un niño precioso y un compañero de alma, amante y respetuoso. Meses atrás llegaron noticias desmoralizadoras y una tensión perceptible se extendió como una nube negra por toda la ciudad; ni en nuestras peores pesadillas pudimos imaginar tal crueldad. Un día cualquiera las puertas del tiempo se cerraron de golpe.

Mi familia sucumbió bajo fuegos de sangre y yo quedé como trofeo de herejía.  Vivir esclavizada, viendo la mirada de la llama del infierno en esos hombres, hizo que mi cerebro colapsara y se petrificara mi corazón.

Al cabo de unos meses trajeron a una mujer a la que maltrataron con más brutalidad porque pertenecía a una organización que luchaba por la libertad y derechos de las mujeres y niñas. Aunque los golpes la hicieron caer, su mirada reverberada, la luz de su lucha y sus palabras eran ecos: “el ser humano no ha sido creado para ser esclavo de otro ser humano”. Su valor y fuerza fue como un tsunami para nosotras, despertamos de nuestra agonía y nos unimos a su lucha por la libertad. Supimos que había dejado instrucciones a su organización para ayudarla a escapar en caso de ser capturada. Una noche nos reunió y armadas de valor y esperanza escapamos. Nos escondimos durante un tiempo en una cueva que habían preparado, esperamos hasta que alguien vino a buscarnos para sacarnos del país.

Después de haber conocido a esa extraordinaria mujer que me enseñó: “la verdad no es contraria a la verdad y si, realmente, la buscas la puedes encontrar”, decidí hacer todo lo posible para que no se sigan cometiendo crímenes en nombre de la libertad.

Llegué a la India donde pasé unos años. Aprendí mucho de esas personas sonrientes que comparten todo lo que no tienen. Vi con sinceridad la verdad humana, supe que el mayor miedo es no tener coraje para enfrentarse a nuestros miedos irresueltos. En la India trabajé como abogada —era mi antigua profesión—, en una asociación para ayudar a mujeres y niñas desfavorecidas y a los hombres que querían avanzar en libertad, respeto y dignidad; también estudié baile para que la mujer y el hombre pudieran experimentar emociones, sentimientos a través de movimientos armónicos para romper la prohibición de la diferencia. Diez años después de vivir en ese complejo y entrañable país, llegó la hora de marcharme.

A veces la vida experimenta un extraño placer en clavarnos una espina de pino en el pie. Mi llegada al Reino Unido estuvo llena de obstáculos y algunas ofensas, sin embargo, mi determinación triunfó.

Una hermosa tarde de otoño fui a caminar por Saint James Park, su serena belleza me deleitaba, el sendero por el que caminaba era una alfombra de hojas ocres y arrugadas que, al contacto con los tibios rayos del sol, cobró vida. Me tumbé en la orilla del lago para sentir el aire fresco en mis mejillas. Ese día hacía cinco años que había llegado a Londres. Me quedé ensimismada ante mis recuerdos, cuanta melancolía y nostalgia sentía. Había aprendido durante esos años de reconstrucción de mi ser, a despojarme de las apariencias, a rasgar los velos y sobre todo a desnudar mi alma para sanar los surcos que aún guardaban las cenizas del infierno. ¡Cuánto dolor genera la crueldad humana! Algunas lágrimas se escapaban al compás de los latidos de mi corazón que se amplificaban. Mirando al lago vi un pato que viajaba tranquilamente sin pensar en nada, solo disfrutaba de su paseo, “esa es la libertad que añoro para todo ser humano”, me dije.

Mi nombre es Falak, estrella.

Una mañana, mientras me preparaba con esmero y alegría para ir a mi primer día de trabajo en una galería de arte, se oyó un terrible estruendo, el techo cayó y todo se apagó… Durante un tiempo estuve inconsciente hasta que me desperté en un hospital tan herido como yo. Cuando cobré conciencia me dijeron que muchas bombas habían caído. Estaba confusa hasta que a través de unos altavoces oí cómo vomitaban palabras de odio y opresión. Sirenas de ambulancias, gritos de angustia y dolor nos volvían sordos. Mi desesperación culminó cuando no supe qué había pasado con mi familia. Nadie sabía nada de nadie…, todo era oscuro, excepto por alguna bombilla encendida que nos indicaba que aún había vida.

Para conservar mi cordura mantenía vivos los recuerdos de mis padres que desfilaron con ternura y orgullo. Mi padre era periodista y mi madre profesora de filosofía en la universidad; mi educación fue sólida gracias a mi padre que grabó a fuego en mi alma los valores de la vida y a mi madre que me inculcó el amor y el poder del conocimiento. Éramos una familia alegre, unida, libre en un país del Mediterráneo oriental, cálido, bello, con mucha historia y atardeceres perfumados.

Cuando pude caminar, esos individuos me arrastraron a fuerza de golpes a mi nuevo alojamiento. Me llevaron a un campo de concentración donde solo había miserables y traidores como ellos decían.

Mi hermoso y cálido país —lleno de luz y belleza— había sido devorado por la bestia, así como todos nosotros. Hacía tiempo que mis padres recibían amenazas por defender los derechos humanos y por la libertad que implica; nunca sucumbieron a los deseos de esos fanáticos de la opresión. “Ante el sol nadie es diferente” decían. Más adelante supe que esos individuos se los habían llevado junto a otros cientos para ejecutarlos, el dolor fue tan grande que caí dentro de una sima sin fondo.

Unos días después probé en mi cuerpo la crueldad de esos individuos. Sin embargo, a los pocos meses de vivir en ese terror, un soldado de ojos profundos me miró con compasión, vi un destello de luz e intuí que me ayudaría. Oí la voz clara y potente de mi padre: “echa a volar para que enciendas luces en la oscuridad”.

Una noche soñé que sobre esa sima oscura de mi mente había una nube dorada y zafiro de donde salía un lazo que venía a sujetarme para devolverme a la vida. Me agarré bien fuerte y sentí la alegría espontánea surgida de las profundidades de mi ser. Cuando desperté comprendí, instantáneamente, que “la luz y el amor nunca mueren; que para luchar hay que dar un paso al frente y hacer la injusticia visible para luchar por ella. ¡Cuántas cicatrices en el alma son causadas por oraciones estériles elevadas!”. El león se acababa de despertar y rugía con fuerza por su libertad. Salí del barracón y vi cómo el sol trepaba por el firmamento. Aunque siguieron las vejaciones, estaba preparada a escapar. Mi listón de vida rozaba el suelo, recordé esos atardeceres perfumados, a mis padres, a mis amigos y todas las personas maravillosas que en ese sucio y lúgubre lugar había conocido, y así poco a poco el listón se elevó al volver a la vida.

Mis pies sangraron por los caminos de piedras, mi alma rota por la indiferencia y por bandera la desesperanza al ver que muchas puertas se cerraban porque era inmigrante y de piel morena. Con sacrificios y largas esperas llegué a Reino Unido gracias a la ayuda de ese hombre y a una red de mujeres que me ayudaron a salir de mi país.

Tenía por costumbre ir a pasear por Saint James Park, qué con sus sauces llorones, lagos, paseos y tranquilidad me hacían sentir que había vuelto a la vida. Una tarde, mientras volvía a casa, vi un cartel donde anunciaban una conferencia sobre la libertad de la mujer, la ponente era una mujer afgana. Supe de inmediato que tenía que ir. Así fue como conocí a Kala, mujer sabia, fuerte, cuya experiencia de dolor la llevó a la luz del sol.

Después de la conferencia, me acerqué a ella, me presenté y quedamos para hablar al día siguiente, a ambas nos gustaba ese lugar tan entrañable, Saint James Park. Hablamos y lloramos, lloramos y hablamos… una mariposa blanca revoloteo delante de nosotras, las dos nos miramos, fue nuestro punto de inflexión y una fiesta espontánea surgió de las profundidades de nuestra alma. Así nació la hermandad de la libertad.

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La hermandad de la libertad pone énfasis en que la persona es única y digna en sí misma por derecho propio. Así pues, es fundamental el respeto por los derechos de todas las personas y en particular por las que no quieren ser poseídas. ¡Ha habido y hay muchos crímenes en nombre de la libertad!

Todos los seres humanos estamos cansados de escuchar cómo hay oraciones que se elevan a cambio de cicatrices en el alma de otros.

 

Recuerdos de mi infancia

Recuerdos de mi infancia

A finales de septiembre, cuando la naturaleza comienza a tocar la melodía del vals de otoño, decidí ir a pasar unos días en un pequeño pueblo montañero.

Al anochecer, cuando las luces iluminan y la gente se recoge, fui a dar un paseo por sus calles empedradas, sentía las energías de sus viejas casas e iba escuchando historias que las piedras me contaban. Al día siguiente fui a visitar un antiguo monasterio donde sus murallas aún guardan huellas de lucha, aunque siguen en pie para cantar a la vida, ahora son murallas de recogimiento y no de protección de lucha; sus jardines vivos llenos de flores blancas que rivalizan con las etéreas y ligeras nubes de verano, cuya fragancia envuelve el aire me hacen recordar que aprendemos de los rumores del viento y de la belleza de la naturaleza.

Después de este bonito paseo entré en una pequeña y acogedora cafetería; me senté en la mesa más alejada para seguir disfrutando esa fragancia que tanto me seduce. Mientras esperaba al camarero me di cuenta de mi cansancio, de cuánto echaba de menos el silencio, la fuerza y belleza de la naturaleza y sobre todo la serenidad que me transmitía. Mi vida estaba pasando por tormentas devastadoras, me encontraba en medio de una espesa bruma, no había marcha atrás, solo quedaba seguir hacia alguna parte. A mi derecha se sentaron unas señoras que no paraban de hablar y reír. Con tanta jarana, mi deseo de tranquilidad se interrumpió, las miré con cara de pocos amigos, pero me ignoraron y siguieron con sus risas. Quería marcharme, en ese momento apareció el camarero.

Las señoras contaban las peripecias de su fin de semana en un pueblo perdido entre las montañas. ¡Qué sorpresa me llevé cuando lo nombraron!, hablaban de mi pueblo, ese lugar del que hui hace tantos años. Tuve una sensación de vértigo, un tsunami me arrolló por completo, me ahogaba en mis emociones y recuerdos. Sentí cómo mi alma lloraba de desesperación.

Como un rayo alumbra la noche oscura, me vino la imagen de sus calles polvorientas, la casa familiar, sentí el olor a vaca y a fuego de leña; oía risas, llantos… “Volví a estar en ese domingo en que mi hermano mayor cumplía trece años. Se levantó con sigilo para no despertarnos, puso trece tazas de barro, una jarra de leche, pan y mantequilla sobre la gran mesa de madera que tantas grietas tenía, pero mi madre se había adelantado y le había preparado su tarta favorita de queso y frambuesas. Día de fiesta, de alegría, de dulces y algún regalo. La imagen de mi padre mirándonos alegre y orgulloso me sobresaltó. Mi padre era un hombre de montaña, alto, vigoroso, con mirada profunda, parco en palabras y tenía un corazón hecho de nubes blancas. Amaba el campo, trabajaba de sol a sol, casi no lo veíamos excepto los domingos donde era día de baño y fiesta porque en casa no había agua, teníamos que ir con cubos a sacar el agua del pozo que estaba en el patio, momento de alegría y juegos. Algarabía, llantos y risas, sonidos y recuerdos que me hacían sonreír y al mismo tiempo sentir nostalgia de mi gran familia.

La casa era de piedra y vigas de madera, típica de montaña, tenía dos plantas, en la planta superior las habitaciones y en la planta baja la cocina con un gran patio y en medio un gigantesco roble al que todos subíamos y todos, en alguna ocasión, bajábamos muy deprisa para gran disgusto de mi madre —más nos dolía su regañina que el dolor de la caída—. De súbito me envolvió el aroma de mi madre —olía a campo, a rocío, a tierra—. Vi su hermosa sonrisa de amor y ternura, su mirada limpia y profunda como la de un recién nacido, mis ojos se llenaron de agua y parpadeé con fuerza para sacar ese dolor punzante por su vacío, ¡cuánto la echaba de menos!

Mi madre era una antorcha de fuego dorado que todo iluminaba, nos inculcó el amor a la naturaleza, nos mostró su sabiduría, nos enseñó a escuchar las historias de los árboles, de las montañas, a sentir la dulzura del agua del riachuelo, decía que en todos ellos habitaban seres invisibles que siempre nos ayudaban, pero para oírlos debíamos aprender a escucharlos; “recordad que la vida guarda en cada manifestación sus memorias presentes y pasadas”. Nos educó con valentía y fuerza para hacer frente a la vida y poder enfrentarnos a nosotros mismos, ese es el gran desafío, nos repetía; nos insistía en trascender los velos que nos envuelven para desentrañar los secretos que hay detrás de ellos.

Recuerdos de fogatas con cantos, historias, alegrías. Hubo una noche de verano muy especial, como siempre fuimos al bosque, mi madre hizo una fogata, le gustaba contar historias alrededor del fuego chispeante sobre las estrellas que forman carros, animales, cinturones de guerreros. Mientras la escuchaba, me sentí atrapado en la noche de los tiempos y dibujé algo en la tierra. Mi madre calló y me observó, vi en su mirada algo especial. Al día siguiente, ella y yo volvimos a ese lugar. Me preguntó: ¿qué significa ese dibujo? La miré extrañado, pues sabía que ella lo conocía. Le conté cómo me sentí en el momento en que lo dibujé, también le dije que desde hacía tiempo soñaba con un lobezno blanco y un lago pequeño en una cueva; asintió con dulzura y me abrazó de forma especial, sus ojos llameaban amor. A partir de ese momento, empezó a revelarme otros secretos del bosque, del agua, de las montañas, de la tierra, del fuego.

Me despertaba al amanecer para que la acompañara a buscar raíces, hierbas y flores, me repetía: “huele el rocío y siente como las flores, la tierra, los árboles se despiertan; observa los colores del amanecer y los colores de las energías que habitan el bosque; escucha la voz del viento que te contará la historia de las montañas cuya sabiduría se esconde en cada átomo de polvo. Siente desde tu corazón las fuerzas de la naturaleza, así vivirás la aventura de tu alma. El Creador vive en todas partes, en el polvo de cada camino, en cada casa, en cada árbol, en cada ser, pues es el sol, el aire, el agua, la risa, el llanto y se manifiesta en la naturaleza y en cada ser vivo a través de las leyes naturales de la vida”.

Desde siempre había visto a muchas personas que venían a casa para buscar consuelo y sanación, ella les preparaba unas cocciones para que mejoraran, mi madre era la chamana y una tarde mientras recogíamos raíces, hierbas, flores y algunas piedras, me comentó: “el chamán posee una creencia profunda en la naturaleza y en el cosmos, la naturaleza es su aliado más poderoso; debe pasar por pruebas exteriores e interiores, sabe que cada persona es dueña de su destino, que el alma es inconquistable, que el Creador vive CON la humanidad a través de la relación. También ayuda a su comunidad y les hace ser responsables de sus actos. El chamán es el guardián de las melodías de la naturaleza y debe transmitirlas”. ¡Tenía tanto que aprender!; cuando mi madre intuyó que estaba preparado, me llevó por un camino que desconocía, nos encontramos con mi abuela que la abrazó con gran dulzura, sus ojos destellaban rayos de amor, ambas lloraron en silencio. Sin mediar palabra, mi abuela se dio la vuelta y yo la seguí… Caminamos unas horas hasta llegar a una llanura donde había pequeñas casas de madera; muy cerca se oía el ruido de un caudaloso río. Pasé unas semanas entre ellos mientras aprendía. Una tarde, mientras hablaba con mi abuela, le comenté mi sueño recurrente —un lobezno blanco y un pequeño lago en una cueva…—.

Al día siguiente mi abuela me dijo que me preparara para partir, mis ojos expresaron dudas, pero continuó diciendo: “tu madre, antes que tú, también tuvo que hacer ese camino, ir a la cueva del lago medicina para recuperar sus memorias; saldrás en cinco días”. Al quinto día, justo antes de que la gran bola de fuego emergiera, me entregó algunas provisiones y su bastón: “encuentra la cueva del lago si es tu destino, y vuelve cuando hayas recuperado la memoria” dijo. En mi última noche volví a tener el sueño —estaba caminando hacia una gran montaña cuando oí un pequeño llanto, me acerqué y vi a un lobezno blanco, estaba escondido debajo de su madre muerta. Con cuidado lo cogí, le di agua y le susurré: ¡no tengas miedo, cuidaré de ti!, eso fue suficiente para que los duendes de la naturaleza hicieran el resto—. Así desperté y empecé mi camino.

Al ir avanzando por el camino, la montaña se hizo más visible; cogí el sendero de un desfiladero, el sonido del río era profundo, me paré en un risco a descansar, me pareció oír un pequeño llanto, me vino a la memoria mi sueño y me acerqué con cautela. Vi a una loba muerta, debajo un cachorro blanco, lo cogí y como en mi sueño le susurré: “¡no tengas miedo, cuidaré de ti!”. Pasaron dos semanas antes de llegar a un valle. La vista era majestuosa, de una belleza tan singular que mis manos se elevaron para dar gracias por esa maravillosa creación. No muy lejos se veía cuatro montañas que parecían los dedos de una mano gigante, algunas águilas nos observaban bailando en círculos y me recordaron que ese lugar era sagrado. El cachorro, que se llamaba “Lobo”, correteaba contento y aullaba, supe que echaba de menos a su manada; hacía días que había visto a un gran lobo blanco que nos seguía a distancia. Lo llevé cerca de unas rocas y lo dejé, sabía que la manada acechaba, me quedé esperando hasta ver cómo se iban juntos y el jefe de la manada me lo agradeció con su mirada y aullando se fueron.  Di las gracias en silencio a mi madre por sus enseñanzas.

Volví sobre mi camino y de vez en cuando veía al gran lobo blanco que aullaba para indicarme el camino cuando me extraviaba; oía la voz mi madre: los animales son intuitivos y buenos. Había una cascada y me paré a observarla, justo a un lado vi un entrante; la cueva era espaciosa, en el fondo había un pequeño lago, seguramente del agua que se filtraba por la pared. Estaba muy cansado, preparé una pequeña fogata y me quedé dormido. Una luz brillante me despertó. Miré hacia el lago y vi a una mujer que vestía una túnica azul zafiro, tenía una estrella dorada de cinco puntas en el pecho. Su dulzura me conmovió, sin decir nada, nos sentamos frente a frente, con las piernas cruzadas. Su sonrisa era cálida y serena. “Te estaba esperando”, dijo. Yo, en cambio, no pude decir nada, estaba fascinado de ver a esa hermosa mujer atemporal.

Ella sonreía y al cabo de unos minutos, hablé: “mi abuela me envió para recuperar mi memoria”.

—Lo sé; ha llegado el momento de recuperar tu conocimiento, tu sabiduría, tu responsabilidad. Sus ojos relampaguearon como si una bola de luz hubiera explotado.

Ella veía mi desconcierto y podía oír mis pensamientos, me miró y susurró: “todo a su tiempo”.

Me desperté con un gran sobresalto, el sol empezaba a brillar con fuerza en el exterior. Fui al fondo de la cueva y justo al lado del lago medicina vi huellas de pisadas pequeñas y una estrella dorada de cinco puntas en el suelo.

Durante cuatro noches tuve la misma experiencia, en la quinta noche fue la señora quien me despertó, cogió mi mano, salimos y subimos por el sendero hasta la cima; las estrellas estaban bajo nuestros pies, brillantes, cálidas, hermosas. Nos sentamos en silencio y oí la melodía del cosmos que solo la vibración del amor puede crear. Puso su mano en mi corazón y apareció una estrella dorada, su fulgor me absorbió y me llevó a través de una espiral de luz por universos lejanos donde había millones de planetas cristalinos.

Reconocí un lugar, todo era de cristal blanco donde los rayos desviaban luces de colores brillantes, vi algunas figuras esbeltas y cristalinas que se alegraron de verme, oí en mi interior una voz: “no olvides de dónde vienes cuando vivas en del olvido, la estrella dorada que habita en tu corazón te recordará quién eres y de dónde vienes, te dará fuerza y amor para restablecer tu equilibrio cada vez que caigas. Es importante que sientas y mires todo a través del corazón”.

Como un flash, la visión de mi esencia, de mi verdadero hogar fue tan fuerte que solo tuve deseos de permanecer en esa mágica dimensión, sin embargo, recordé mis palabras al pronunciar el juramento sagrado de fraternidad para ayudar a los demás, no podía olvidar que en el planeta habitan los contrarios, la infinitud de la esencia y la finitud de la existencia. Volví a estar en la cima de la montaña con la hermosa mujer atemporal que cogía mis manos y sonriendo desapareció.

Supe que había recuperado mi memoria”.

Una profunda carcajada me devolvió a la cafetería. No había pasado ni dos minutos, comprendí que el tiempo y el espacio no existen en el universo del alma, el “ahora” es vivir en el alma; el ahora no es una unidad de tiempo. Miré a las señoras agradecidas y recordé unas palabras de mi madre: “El Creador se representa en la naturaleza a través de sus leyes naturales y en las personas a través del amor y del buen humor”. Eché una mirada hacia mi vida, me vi abatido, mi corazón vacío, casi sin latidos, mis ojos secos y me acordé por qué sentía esa aridez… —Otra vez estaba en mi pueblo, era feliz de hacer lo que hacía hasta que conocí a esa persona que me dijo y convenció: “puedes sacar provecho de tu conocimiento y sabiduría”, y sin darme cuenta me sumergí en una espiral material de competición y ego, así empezó mi camino hacia el olvido, me extravié en un cruce de caminos, me olvidé de sentir, sepulté mi estrella dorada, me hundí en ese mundo donde las apariencias es la tarjeta de visita, sentí mi soledad rodeada de gente y mi llanto silencioso que cada noche me acompañaba cuando la luz se apagaba—. Dejé de sentir por tener. Alto precio pagué al haber huido de ese pequeño pueblo donde la vida se vive entre cristales de colores y cantos de la naturaleza.

Me uní a sus risas y entablamos una conversación de lo más variopinta y sanadora.  Nunca sabrán el regalo que me habían hecho. Sentí de nuevo el pequeño cosquilleo de mi estrella dorada que me devolvió la presencia invisible, pero tangible de la señora de la cueva, de mi abuela, de mi madre, de mi pueblo, todos volvieron para darme ánimos y fuerzas. Una sonrisa iluminó mi cara, sentía los rayos dorados de mi ciudad de cristal que, aunque lejana, siempre está cercana.

Volví a mi pequeño pueblo de senderos de polvo y viento.

Vivir es recuperar la memoria del olvido, saber que la naturaleza y la magia se funden para hacernos comprender que somos el maestro de nuestro destino, que nuestra alma es inconquistable y que la presencia de la esencia siempre nos rodea. Como decía Séneca: “el hombre más poderoso es aquel que es dueño de sí mismo”.

(Foto privada)

La perla del universo

La perla del universo

Al volver a casa después del trabajo pasé por un pequeño parque para niños, estaba desierto y un columpio vacío se balanceaba al ritmo del viento; me senté en él y dejé que la brisa del mar me columpiara al compás del vaivén de las olas; la suave luz del atardecer me envolvía mientras observaba como la gran esfera de fuego descendía en total confianza hasta quedar suspendida sobre la línea que une el cielo y el océano. Al observarla sentí como la llama de la vida se encendía en mi corazón y fluía por mi cuerpo en todas direcciones, como ríos de fuego que van cauterizando las heridas abiertas de nuestras vivencias, de encuentros y desencuentros, de deseos y apegos, de amor y desamor, de confianza plena y traición perversa. Vuelvo a sentir la caricia de la brisa del mar. Salto del columpio y vuelvo a casa mientras las estrellas se veían dobles, unas brillando en el cielo y otras brillando en el mar.

El fulgor del sol me despertó. Volví a sentir como la llama de la vida recorría mis venas y me llenaba de hondos sentimientos de fuerza y vitalidad. Hoy, como cada sábado, me preparo para ir a caminar por el borde del acantilado que bordea al inmenso océano. Es un camino sinuoso de tierra y piedras que asciende con lentitud hasta un llano donde se ven unas murallas majestuosas, orgullosas y bellas de piedra volcánica que nacen en las profundidades marinas y se alzan desafiantes al infinito azul. Una de esas montañas siempre me ha hechizado y atraído con la fuerza de un imán; su cima es una cara perfecta que mira al cielo y tiene la boca abierta para recibir el agua que las nubes le regala y ella, a su vez, la entrega al océano a través de su bella cascada. Un rugido proveniente del océano me advierte que respete ese lugar que antaño fue un reino sagrado lleno de vida y alegría, cuya magia se esparce por todas partes como el perfume de las flores silvestres. Me quedo atónita por esa advertencia y aclaración. En contraste con esa fuerza casi violenta del océano, oigo el dulce canto de las golondrinas que juegan en el aire en total confianza celestial.

Hoy percibo una extraña sensibilidad en mi interior. Me siento en una roca para mirar, embelesa el paisaje y contemplo un auténtico espectáculo, el movimiento de la vida: —el baile de las aves al compás del aire.  Las olas que chocan contra las grandes murallas espolvoreándolas de copos de nieve y, en su caída, oigo sus risas. A lo lejos delfines saltarines que provocan mi sonrisa. Diamantes que tejen un manto plateado sobre las aguas. Piedras que guardan en su interior el fuego de los volcanes.   Flores silvestres, blancas, amarillas, verdes y violetas que conversan y dejan su fragancia para todos los caminantes—. Observando el espectáculo comprendí que todo está entrelazado y todos los seres que habitan en el planeta —agua, montaña, gaviota, delfín, piedra, flor, ser humano— respiramos el mismo aire, bebemos la misma agua y nos alimentamos de la misma tierra. El susurro de una vieja canción me saca de mi embeleso, miro a la montaña que parece sonreír al verme sobresaltada.

“A cámara lenta, mi cabeza gira hacia el horizonte. Veo una dama etérea que emerge entre dos olas lejanas y se acerca a mí con pasos aéreos.  Estoy fascinada, su sonrisa ilumina el lugar y me llena de serenidad; coge mi mano, nos levantamos y caminamos por un sendero de lazos dorados. Me lleva a la ciudad de cristal hecha de piedras de luz de cuarzo, rubí, zafiro, ámbar; caminamos por una vereda de ámbar hasta llegar a una pirámide brillante, luminosa, cristalina, de color azul, zafiro, su belleza es colosal.  La señora etérea no entra y me espera fuera. Al poner mis pies sobre el zafiro azul, una cálida sensación me acoge y envuelve; siento una confianza total y no me opongo a lo que pueda pasar. Percibo como una espiral de luz azul, zafiro y diamantes me eleva hacia el vértice de la pirámide, donde una puerta se abre al espacio radiante y puro de la luz blanca y dorada. Vuelvo a sentir como la calidez de esa luz me envuelve y me transforma en luz eterna. Sé que estoy de nuevo en casa. A través de un rayo blanco cristalino observo un lugar majestuoso de una perfección y belleza sublimes, hasta tal punto que el universo entero contiene su aliento y se rinde ante esa perla que vibra en los confines del universo. Gaia es su nombre.  Gaia es conciencia pura de vida, alegría y amor; es el planeta donde conviven reinos diferentes de seres vivos, entre ellos el ser humano, obra maestra del Creador. Para que la conciencia de la belleza, de la vida y de la alegría pudiera manifestarse se les dio una apariencia externa y, además, al ser humano se le dotó de una conciencia espiritual superior, siendo dicha conciencia el baremo de su experiencia terrenal a partir de los pensamientos, sentimientos y actos.

Al no existir tiempo ni espacio en el rayo cristalino, la historia de la humanidad se manifestó en el presente eterno: desde el comienzo de la historia de la humanidad el ser humano se convirtió en un vagabundo errante al centrarse en la codicia, avaricia, egoísmo, lo que ha provocado guerras y más guerras, generando miedo, sufrimiento, miseria. Entre tanto tormento y ruinas, el ser humano ha ido tejiendo velos densos con hilos de tinta negra para esconder su violencia y vergüenza. En el presente vive en un olvido total de mentiras y mezquindad, cayendo en su propia trampa. Ese terrible escenario de hace miles de años no ha cambiado en el presente momento. Hay tanta miseria humana que la perla del universo, Gaia, llora de dolor y pena e implora, una vez más, a los seres humanos, que tomen conciencia del daño que provocan al destruir todo e incluso a ellos mismos y les recuerda que todos los seres que viven en el planeta tienen los mismos componentes que ella. También insiste al ser humano que recuerde que es el único ser vivo en el planeta que tiene la capacidad de elevarse hacia la luz o caer en la más profunda oscuridad, todo depende de su elección”.

Volví a sentir el viento en mi cara, dos lágrimas tibias caían por mis mejillas, la mujer etérea se había ido; miré hacia el océano de luces plateadas y vi que la huella de pasos aéreos formaba una estela azul, blanca y dorada.

Con esa visión, comprendí que perdemos nuestro tiempo en elucubraciones, dejándonos arrastrar por corrientes que nos llevan de un lugar a otro sin comprender el verdadero sentido de la vida. Gastamos energía y tiempo en ir de un error a otro, de encadenarnos a los miedos, de desear lo que no tenemos, de querer poseer sin importar el daño que causamos. Nos hemos olvidado de nuestra conciencia y en lugar de elevarnos caemos en la trampa de la sombra, transformándonos en autómatas al no usar el don de la observación —hacemos las cosas sin pensar, sin armonía, sin amor–de ahí todos los males que vivimos. Nuestra vida es una caricatura, una máscara donde lo esencial de la persona se ha borrado de tanto ignorarlo. Hay que trascender el velo de la ignorancia, de nuestro ego si queremos llegar a ser seres humanos verdaderos, sin etiquetas, aceptando al otro en lo que es y no en lo que queramos que deba ser; dejar de pensar en forma binaria y aceptar la multiplicidad para llegar a la unidad.

También es importante saber leer en las apariencias de las palabras que nos atraviesan el alma y que nos ayudan si van cargadas de sabiduría celestial que es la antorcha que ilumina la noche del mundo. En cambio, si hay ausencia de sabiduría, fabricamos flechas de emociones reprimidas. Cuando la certitud de las cosas que creemos que es se va, nosotros también nos alejamos de nuestro centro y caemos, a no ser que estemos bien atados a ese eje de la sabiduría.  Supe que no podemos huir del destino, pues tarde o temprano nos encuentra y llama a nuestra puerta.

Miré a la montaña, no sé si era ella o yo la que sonreía, vi su cascada de colores mientras los rayos del sol la acariciaba. Una mariposa blanca revoloteó frente a mí con su belleza, elegancia, fragilidad, confianza y sabiduría, recordándome que lo mejor de nuestra vida es no olvidar la relación entre el cielo y la tierra, pues estamos concatenados al universo.

Volví a casa para reflexionar y escribí esta historia para no olvidar que el perfume de las flores silvestres y la huella de la estela azul, blanca y dorada son la magia de un efímero momento que es el eterno universo.

(Dibujo Lorena Ursell, “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”)

La mujer de fuego

La mujer de fuego

He vuelto a tener una noche agitada de esas que parece que estoy en un tiovivo dando vueltas y vueltas, hasta que el frío me despierta. Tengo esa sensación de alegría y tristeza en mi cuerpo, huella imperecedera de ese sueño repetitivo donde las llamas de una hoguera se transforman en una hermosa mujer que danza al ritmo del crepitar del fuego y de los sonidos del bosque. Antes de levantarme, revivo durante unos minutos las sensaciones que convergen en mi corazón; percibo ecos lejanos que no comprendo aunque tengo un vago cosquilleo. Me levanto y voy directa a la ducha, necesito sentir el agua fría en mi cuerpo, estoy sudando, un calor abrasador quema mis entrañas.

Con ese sabor agridulce voy a trabajar. Hoy tengo una reunión importante con mi principal cliente para debatir sus inversiones y conseguir pingües beneficios para ambos. Me apasiona el reto, la competencia, ganar.

Al finalizar el trabajo y de regreso a casa, mi cuerpo acusa un cansancio extenuante, algo infrecuente en mí. Necesito sumergirme en un baño caliente para relajar mi cuerpo y mente, pensaba. Después del baño y con mi mano aún mojada, retiro el vaho para verme en el espejo; me golpean las palabras que pronuncié en la reunión: “machacar hasta conseguir el resultado”, inmediatamente, sentí cómo mi estómago se estrujaba. No comprendo lo que me pasa. Veo mi reflejo y no me reconozco; esos ecos del sueño hacen vibrar algo en mi interior, surgen peguntas: ¿quién eres ahora?, ¿dónde están tus sueños y deseos?, ¿qué sentido tiene tu vida? Dos lágrimas amargas corren por mis mejillas mojadas. Algo en mi interior me hace sentir que me he extraviado y mi reflejo lo manifiesta. Duele profundamente ver mi realidad, ahora no son lágrimas que bañan mi cara, son torrentes de dolor que ahogan mi corazón. Salgo y cierro la puerta de un golpe. Me preparo una copa de vino blanco, me tumbo en el sofá y escucho jazz para evitar oír la voz de mis diablillos que no paran de hacer ruido dentro de mi cabeza: “la vanidad es la causa de todos los extravíos de los sentidos”. Observo mi vida, sin juicios ni emociones. Recuerdos que distan una eternidad entre mi verdadero yo y mi actual caricatura comienzan a resurgir con una fuerza sobrenatural. Siento cansancio, sopor y cierro los ojos.

Los rayos del sol me despiertan, sigo en el sofá. Como un autómata me visto y salgo de casa. Necesito tomar aire fresco. Subo al coche y conduzco sin dirección y para no seguir oyendo a mis diablillos, pongo el volumen de la radio a tope; el coche, como si tuviera vida propia, se dirige a la carretera que lleva a las montañas, a mi pequeña cabaña. Estoy como en trance, solo puedo seguir adelante. Al cabo de varias horas llego al pequeño pueblo de casas de piedras y calles empedradas, tiene tanto encanto que me hace sentir bien tan solo con verlo; siento calma, sensación que no sentía desde hacía mucho, mucho tiempo.

A la mañana siguiente, después de la ducha, vuelvo a limpiar el espejo de vaho y vuelvo a ver mi reflejo, no me gusta lo que veo; el cansancio es agotador y esas preguntas vuelven galopando como un elefante en su huida. Salgo de la cabaña y me dirijo hacia el lago cercano. ¡Cuánto tiempo hacía que no venía! No recordaba su belleza. “Me vi cuando era niña y venía con mis padres de acampada, por la noche hacíamos una fogata; sus llamas de colores vivos me hipnotizaban y recordé de pronto a la señora de fuego que danzaba con las llamas, su largo pelo rojo, labios carmín, tez dorada y una gran sonrisa daba una belleza singular a su cara. Bailaba entre las llamas con soltura y elegancia”. Como una explosión volvió ese recuerdo de mi sueño y comprendí que no era un sueño, sino un recuerdo olvidado.

Al atardecer regresé. Sentí la serenidad que emana de la madre tierra cuando se prepara para descansar. La policromía del bosque y del atardecer me hizo sentir ese escalofrío de unión con la madre tierra que había olvidado. Me senté con gran respeto para no perturbar su reposo, pero de pronto la sinfonía de la noche empezó con el coro de las aguas cristalinas para dejar paso al ritmo de la brisa que hacía danzar las ramas que producían sonidos de maracas y el canto de las aves nocturnas mientras las luciérnagas danzaban en honor a la luna. Poco a poco, los colores se transformaron en profundos abismos para magnificar el espectáculo del universo. Ante tal grandeza me sentí muy pequeña; con profundo respeto hice un círculo con piedras y encendí una hoguera, de repente las llaman, se reavivaron y apareció la señora de pelo rojo, tez dorada, cuya sonrisa iluminó el abismo del universo.

Estaba hipnotizada, las preguntas sin respuestas volvieron a danzar en mi mente: ¿Quién eres ahora? ¿Dónde están tus sueños y deseos? ¿Qué sentido tiene tu vida? Me quedé callada y en esa milésima de segundo donde el tiempo y el espacio no existen, volví a mi infancia. “Me vi con mis padres un sábado de luna nueva, yo tenía siete años; hicimos una hoguera mientras en el cielo caían estrellas fugaces y otras brillaban como diamantes. Mientras cenábamos mi padre contaba historias, pero yo no escuchaba, estaba hipnotizada por las llamas. Veía a la señora del fuego bailar, me levanté y me puse a danzar con ella al compás de la sinfonía del bosque; mis padres me miraban sin comprender lo que hacía, aunque sonreían.  Mientras bailaba supe que quería plasmar en lienzos la esencia del fuego en toda su expresión —letras de fuego que bailan en el cielo, amaneceres mágicos y atardeceres serenos; llamas que dan luz a la vida cuando emergen del corazón del ser que lo siente y ascienden a través de una espiral de transformación para crear nuevos universos; seres de fuego que bailan al compás de los latidos de los seres vivos; fuego creador que como esencia divina crea la vida—, veía esos flashes aunque no los comprendía. También, me vino el recuerdo de esa tarde de primavera cuando era estudiante de arte y mis compañeros se burlaban de mi obsesión por el fuego, incluso mis padres no me comprendían y aunque no dijeran nada sus miradas lo decían. Mi baja estima y vulnerabilidad hicieron que dejase atrás mi pasión para hacer lo que otros querían. Mis padres me educaron según su camino y no el mío, así fue como me olvidé de mí y nació mi caricatura”. Como un rayo en la oscura noche, comprendí y volví a mirar a la señora, vi su sonrisa de comprensión y empatía: “nunca es tarde para empezar si ese es aún tu deseo. Siempre hay que vivir según los dictados del corazón para encontrar el sentido de la vida, pues él sabe lo que tú ignoras; recuerda que el sonido de tus latidos es el sonido de la creación”, dijo.

Sentí una fuerza poderosa que impregnaba todas mis células, la fuerza de querer ser yo misma, de aprender a mirar para ver mi vida, a tener confianza y compromiso conmigo misma —el valor de lo que aprendemos radica en lo que queremos que sea nuestra vida—; tuve la certeza de que tenía que dejar de pelear para volver a ser guerrera en mi vida. Me levanté y bailé junto a la señora del fuego esa danza de las llamas de los corazones vivos; cerré los ojos y sentí cómo las llamas me envolvían, me había convertido en la mujer de fuego. “Hay que ser valientes, pero no temerarios, dejar que muera lo que tiene que morir y que viva lo que tiene que vivir, una cosa es aprender para no repetir el pasado y otra renegar de tus raíces”, me dijo con su sempiterna sonrisa antes de desaparecer entre los colores rubí y magenta.

Cuando regresé a la cabaña, lo primero que hice fue mirarme en el espejo. Vi a una mujer bella, llena de fuerza y deseos, que reía y bailaba al son de su corazón de fuego, donde las llamas son esencia de vida y amor.

Mi vida cambió para siempre, pues dejé a un lado las apariencias y me centré en mi alma; plasmé en lienzos letras de fuego para que su chispa iluminara el universo y mantuviera con vida la esencia del fuego en el corazón de todo aquel cuya añoranza la sintiera en la piel.

(Foto docemasuna.com)