El peregrinaje del ser humano universal

El peregrinaje del ser humano universal

El sendero de la búsqueda comienza con ese anhelo de buscar y buscar que no puede parar, buscar ese impulso que nos eleve hacia el Amor. Solo conociéndonos a nosotros mismos en todas las dimensiones —biológica, emocional-mental y espiritual— podremos encontrar el camino del alma. No hay atajos para llegar a la esencia, no hay atajos para comprender la vida.

 El deseo de los dioses de favorecer a los humanos con conocimiento implicaba que el ser humano debía conocerse primero para luego expandir su conocimiento al cosmos y a la naturaleza; es —en el sentido atemporal— una prioridad, porque así recordaríamos que somos polvo de estrellas al regirnos por sus mismas leyes de la armonía.

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Después de unos meses agotadores por reuniones interminables cuyo objetivo era obtener más beneficios para la empresa al coste que fuera, mi salud empezó a deteriorarse gravemente, había cruzado la línea roja y la alarma sonó de forma estrepitosa mediante la angustia, ya que se formó un tsunami de emociones caóticas dentro de mí, había perdido el control sobre mi persona.

El médico me sugirió ir a un lugar tranquilo para recuperar la salud y reflexionar sobre ese apetito insaciable de la codicia desmesurada en la que había caído. Todos conocemos la teoría del daño que produce el estrés y, sin embargo, no hacemos caso de sus alertas; necesitamos cataclismos interiores que nos fragmenten para darnos cuenta de que sin la acción nuestro razonamiento no vale. La salud es un valor imprescindible para la vida.

Unos días después estaba en la casa de mis padres a la orilla de un precioso lago, rodeado de pinos ancestrales y montañas vestidas de blanco.

Una mañana me sentía serena, así que aproveché para dar un paseo. El lago era un cristal transparente donde las sombras de los pinos y de alguna nube lo hacían parecer más profundo. Me senté contra el tronco de un viejo amigo, al que siempre iba cuando era pequeña y le contaba mis sueños, hoy le contaría mi vida y por qué había regresado después de tantos años. Las lágrimas que cayeron limpiaron el dolor profundo que sentía mi alma.

Estaba absorta en mis emociones cuando vi dos ramitas en el suelo que formaban una cruz y en el vértice del palo vertical había una piedra redonda, me vino inmediatamente la imagen de un ANKH, ya que tengo una colgada al cuello.  De pronto estaba en el Egipto antiguo de la XVIII dinastía, es decir, tres mil quinientos años atrás. Vivíamos en Akhetatón (Amarna); mi padre era escultor y un ferviente adorador del Dios solar del Amor. Era una niña muy pequeña cuando mi padre me regaló un Ankh de oro para celebrar la Vida en Atón. Cuando cumplí trece años me llevó a un pequeño santuario donde el disco solar brillaba con intensidad, en su centro había una circunferencia más pequeña que sobresalía y de ahí emergían unos rayos cristalinos dirigidos hacia todos los puntos.  Cuando lo vi sentí un hormigueo de energía tan fuerte que dos lágrimas se escaparon. Mi padre me miraba y sonreía.  “Este lugar es el punto de encuentro entre el cielo y la tierra, simbólicamente, la energía de Maat abraza con sus alas —rayos de luz— a todo aquel de intención pura que desee entrar para llenarse de amor y paz. No olvides que vivirás muchas vidas, olvidarás todo, sin embargo, algunos símbolos te ayudarán a recordar para conectar; lucha siempre contra el olvido, activa tu memoria, recuerda que eres un sol en tu corazón”, oí esas palabras de mi padre como si me las hubiera susurrado al oído.

Volví a estar con mi amigo el pino, parecía que había vivido toda una vida y, sin embargo, era el instante. En la dimensión de la energía no existe el tiempo ni el espacio, todo es instantáneo.  Mi cuerpo sentía escalofríos por la vibración de esos momentos vividos. Era como si me hubiera asomado al balcón del universo desde donde comprendemos que la tierra entera es un templo de sabiduría y podemos recordar y olvidar. Ahora comprendía.

Poco a poco me fui sintiendo mejor y empecé a recuperar la salud, a respirar, a reflexionar y a comprender que la enseñanza de la vida no es para adquirir bienes, sino para evolucionar como almas. Me fijé en la naturaleza para aprender, en su ley evolutiva que nos empuja a ser mejores personas, a vivir en armonía con el todo, a conectarme con cada instante de la vida, para saborearlo y comprenderlo (bueno y malo). Comprendí que cuando estamos en equilibrio es cuando recobramos la salud y el bienestar porque estamos en armonía con las leyes naturales.

La lectura, que siempre me había apasionado, la había apartado por la codicia de poseer porque me hacía sentir que era importante. En el pequeño despacho de mi padre encontré antiguas joyas del saber (Pitágoras, Platón, Avicena, Ibn Arabí, Giordano Bruno, etc.). Esas joyas me devolvieron a un mundo pretérito donde el amor al prójimo, a la justicia como armonía para un mayor bienestar individual y social eran primordiales a la vida; ese mundo me hizo comprender lo equivocada que estaba. Unas frases de Sócrates removieron mi interior: “La vida no examinada no merece la pena ser vivida”, “No puedes enseñar a nadie, solo puedes hacerle reflexionar”, y yo tenía mucho que reflexionar.

Cada amanecer iba al lago para saludar al sol que filtraba su luz al planeta y a todos los seres que la habitan para darles vida —como hacía mi querido faraón Akenatón—. El último día de mi estancia en ese lugar, los colores dorados, rojos y violetas me envolvieron en un abrazo de elevada vibración de renacimiento. Instantes después el fulgor me cegó y observé en mi interior la atemporalidad de la Vida y volví a ver desde el balcón del universo el peregrinaje del Hombre Universal Atemporal.

Mientras regresaba a la cabaña supe cuál era mi nuevo camino, podía seguir trabajando para obtener beneficios, pero en equilibrio y armonía. Esta fragmentación interior me ayudó a recordar que somos seres superiores al tener una conciencia elevada, pero lo olvidamos, y en nuestra era de la razón materialista ese concepto ha quedado en las antípodas donde habita la ignorancia.

El olvido es un velo que podemos rasgar si deseamos descubrir el camino de la mente al corazón.

La Esencia es Esencia antes, ahora y después y Es el camino del Humano Universal Atemporal en peregrinaje sobre la Tierra.

(Foto Haleakala)

 

El sufí que recordó el secreto del origen de la vida

El sufí que recordó el secreto del origen de la vida

¡La Vida es el peregrinaje del Hombre Universal!

Las joyas interiores que posee el ser humano relucen en su interior, al igual que el agua brilla al contacto de los rayos del sol. Estas joyas etéreas —sabiduría, creatividad, intuición, sensibilidad, bondad— vibran en nuestro Ser y se hacen perceptibles cuando con coraje y humildad nos conquistamos a través de la excelencia.

“¡Ante el Sol todo es igual! Echa a volar para estar en la pleamar del alma donde tu itinerario está inscrito, recuerda que cuando estés vestido de ser humano y habites el mundo del olvido, la lucidez quedará envuelta en un velo denso que hará que olvides quién eres porque la llama del recuerdo casi se ha extinguido. Dentro de ti hay joyas que deberás pulir y así te reconocerás cuanto te mires en el espejo del Sol. La naturaleza que todo engloba te ayudará a sentir para despertar la sabiduría e intuición y también a observar tu creatividad a través de la sensibilidad y bondad. En el silencio escucharás el canto mágico de los pájaros que te traerán historias de tiempos atemporales, vuela hacia ese lugar y rompe fronteras; solo así traerás a la superficie las memorias de tu verdadera esencia”, susurros que mi Ser grabó a fuego en mi corazón, antes de convertirme en alma humana para experimentar la vida.

Nací en un cruce de culturas donde las especias se unían al repique de campanas, donde el intercambio de ideas se generaba con respeto y dialéctica (dos inteligencias hambrientas por encontrar la verdad). Crecí en una familia amante y respetuosa con la tradición y con la Unidad, en el estudio y en la reflexión. Ahora, al iniciar mi camino de regreso al hogar, la brisa dorada del amanecer me trae recuerdos de mis acciones para rememorarlas y así sanar lo que escondí para evitar el dolor de la traición.

Corría el año 1275 de la era cristiana, caminaba por la plaza del mercado para ir a la tienda de pergaminos junto a mi padre, la vida bullía a través de las voces, olores, colores, alegría, me gustaba ese ambiente y al mismo tiempo sentía que la fragancia del jazmín abría un camino en mí, una nueva vibración empezaba a tocar las cuerdas de mi alma.   Recordé en ese momento eterno que tenía que profundizar en ese sentir para, tal vez, llegar a comprender.

Desde pequeño la curiosidad fue mi compañera y mis padres me ayudaron a desarrollarla ofreciéndome una excelente educación. Fui a la escuela de sabiduría para estudiar las artes de la medicina, astronomía, matemáticas y filosofía.  Mi madre me contaba cuentos sufíes cada noche y me repetía: “los mitos guardan secretos ancestrales que cada cultura envuelve con su propia fragancia. Descubrir los enigmas de la vida y los tuyos es esencial, pues, te llevarán a la esencia del cosmos universal”.  Así, paso a paso, mi madre fue plantando en mi interior las semillas de luz que me llevaron por múltiples y variados caminos, pero siempre a través del estudio y de la meditación, recuerdo sus palabras antes de dormir: “reflexiona lo que este cuento te quiere decir”.

Años más tarde, cuando me dedicaba a la astronomía, matemáticas, medicina y filosofía, mi mejor amigo fue llevado ante la “justicia” por tener ideas y creencias diferentes a las impuestas, sin embargo, él defendía la tradición y también la unidad de la esencia creadora en cada manifestación. Así el puñal de la traición y de la ignorancia de los que se creen superior hizo un profundo corte en mi corazón.

Una noche, al regresar a casa, después de observar la magia de las luces en el universo y de anotar sus movimientos, me sentía cansado. Esa noche tuve una experiencia y su huella aún perdura en mí. “Estaba en lo alto de una duna, a las afueras de una ciudad, mirando el cielo, hablando con mi compañero de los misterios y las leyes del universo —su orden, su caos, el movimiento cíclico que todo entrelaza, su ritmo y sonido—. Estábamos tan absortos que no vimos cómo se acercaba la tormenta de arena. Como pudimos nos resguardamos el uno contra el otro y nos tapamos la cara con la kufiya. Todo quedó enterrado bajo la arena en un segundo.  Era consciente de mi angustia, del picor de la arena en todos mis poros, sentí que me ahogaba, de pronto una llama en mi cerebro se encendió, me calmé y empecé a meditar, vi que la tormenta, así como llega y se va, que el viento todo cambia y que cuando se va, todo vuelve a percibirse de diferente manera. Comprendí que las tormentas nos permiten cambiar para tener una nueva percepción, pero necesitamos coraje y humildad. Cuando pasó la tormenta, mi amigo y yo nos miramos y en ese momento el velo se rompió, yo era el individuo que vestía mi cuerpo y también era el Otro, no como manifestación, pero sí como esencia, había nacido el sentimiento de fraternidad absoluta, supe que mi vida había cambiado para siempre”.

Semanas más tarde, comuniqué a mis padres y alumnos mi decisión de marcharme. Mi padre era sufí y sabía que la transformación se hace mientras giramos en la danza de los planetas aquí y ahora. Fue entonces cuando me retiré a una montaña cuyo valle era un jardín de flores y sus fragancias me deleitaban porque comprendía que la alquimia natural se producía a cada instante. El silencio me envolvía con su melodiosa armonía, la observación y la meditación me llevaron a la intimidad espiritual cuya vibración era el reflejo de la Luz primordial. Tuve una certitud —todas las experiencias entre “yo y el Otro” son únicas e irrepetibles, nos llevan a la unidad del Ser, al amor y a la paz, sea cual sea nuestro culto—, cada ser humano es único e irrepetible.

Pasé unos años en la montaña y cuando sentí que era el momento de regresar lo hice renovado, empecé mi viaje como aventurero espiritual y qué mejor enseñanza que la de estar rodeado de gente frente a uno mismo, observándose, sintiendo, transformando las emociones en joyas etéreas. Siempre supe que la verdad no pertenece a nadie, sino a uno mismo, con nuestra experiencia del “yo y el Otro”.

Recorrí muchos caminos con altibajos y hoy he llegado a mi última parada. La noche me envolvió con el manto de las estrellas y la luz dorada del amanecer traía sonidos de un nuevo día, escuchando la melodía del silencio, sentí el cálido abrazo de mi Ser y un canto sonó en mi corazón:

“Vivo obedeciendo a mi voz interior

que me llena de aliento y alegría,

para seguir la Vía de la Vida

dejando estelas de armonía

para no olvidar la memoria contenida.

Recordar que cuando estamos

en el mundo del olvido,

nos volvemos agrios y violentos,

porque hemos olvidado

la naturaleza de nuestra esencia.

Ese recuerdo nos devolverá el hálito sagrado

que contiene fuerza,

pues un humano se evalúa

con el ejemplo que da

y no con su bruta fuerza.

No estando en la opinión

sino en el criterio, reflexionando,

escuchando y discerniendo

el contenido de palabras y actos

tanto propios como ajenos.

Conceptos, ideas y espacio vacío

se entrelazan formando un nuevo Ser,

ya que lo que se opone me hace crecer

y a través de la intuición y sabiduría

el velo de la ignorancia y arrogancia

cae para que la verdad sea desvelada

e ilumine los secretos de la Vía”.

Esa noche, mientras miraba el nuevo amanecer, he vuelto a las praderas de la armonía, soy átomo en el universo infinito y eterno. No hay tiempo ni espacio, pero sí mantengo mi memoria intacta de mi viaje a la tierra.  Mi maestro celeste, el Ser, se acercó y la luz nos envolvió. Todas las experiencias que se realizan en el planeta Tierra son para aprender que el mundo visible es el reflejo de nuestro mundo invisible. Si queremos cambiar debemos penetrar en el mundo del más allá y crear nuestra propia realidad.

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En el campo de las flores estelares, en el océano dorado del amor y armonía, los átomos de los grandes héroes silenciosos del mundo se unen en un solo Sol, donde los límites, diferencias, creencias no existen. Solo existen átomos de la esencia divina. Todo es posible en ese jardín de energía.

El canto de los pájaros que cada mañana trinan en los árboles es para hacernos llegar un mensaje de alegría.  Pequeño homenaje a Titanes como Ibn Arabí, Farid al Din Attar, Rumi, Avicena, Al-Ghazali y a todas las almas que han sembrado y siembran la Vida con estrellas.