¡La Vida es el peregrinaje del Hombre Universal!

Las joyas interiores que posee el ser humano relucen en su interior, al igual que el agua brilla al contacto de los rayos del sol. Estas joyas etéreas —sabiduría, creatividad, intuición, sensibilidad, bondad— vibran en nuestro Ser y se hacen perceptibles cuando con coraje y humildad nos conquistamos a través de la excelencia.

“¡Ante el Sol todo es igual! Echa a volar para estar en la pleamar del alma donde tu itinerario está inscrito, recuerda que cuando estés vestido de ser humano y habites el mundo del olvido, la lucidez quedará envuelta en un velo denso que hará que olvides quién eres porque la llama del recuerdo casi se ha extinguido. Dentro de ti hay joyas que deberás pulir y así te reconocerás cuanto te mires en el espejo del Sol. La naturaleza que todo engloba te ayudará a sentir para despertar la sabiduría e intuición y también a observar tu creatividad a través de la sensibilidad y bondad. En el silencio escucharás el canto mágico de los pájaros que te traerán historias de tiempos atemporales, vuela hacia ese lugar y rompe fronteras; solo así traerás a la superficie las memorias de tu verdadera esencia”, susurros que mi Ser grabó a fuego en mi corazón, antes de convertirme en alma humana para experimentar la vida.

Nací en un cruce de culturas donde las especias se unían al repique de campanas, donde el intercambio de ideas se generaba con respeto y dialéctica (dos inteligencias hambrientas por encontrar la verdad). Crecí en una familia amante y respetuosa con la tradición y con la Unidad, en el estudio y en la reflexión. Ahora, al iniciar mi camino de regreso al hogar, la brisa dorada del amanecer me trae recuerdos de mis acciones para rememorarlas y así sanar lo que escondí para evitar el dolor de la traición.

Corría el año 1275 de la era cristiana, caminaba por la plaza del mercado para ir a la tienda de pergaminos junto a mi padre, la vida bullía a través de las voces, olores, colores, alegría, me gustaba ese ambiente y al mismo tiempo sentía que la fragancia del jazmín abría un camino en mí, una nueva vibración empezaba a tocar las cuerdas de mi alma.   Recordé en ese momento eterno que tenía que profundizar en ese sentir para, tal vez, llegar a comprender.

Desde pequeño la curiosidad fue mi compañera y mis padres me ayudaron a desarrollarla ofreciéndome una excelente educación. Fui a la escuela de sabiduría para estudiar las artes de la medicina, astronomía, matemáticas y filosofía.  Mi madre me contaba cuentos sufíes cada noche y me repetía: “los mitos guardan secretos ancestrales que cada cultura envuelve con su propia fragancia. Descubrir los enigmas de la vida y los tuyos es esencial, pues, te llevarán a la esencia del cosmos universal”.  Así, paso a paso, mi madre fue plantando en mi interior las semillas de luz que me llevaron por múltiples y variados caminos, pero siempre a través del estudio y de la meditación, recuerdo sus palabras antes de dormir: “reflexiona lo que este cuento te quiere decir”.

Años más tarde, cuando me dedicaba a la astronomía, matemáticas, medicina y filosofía, mi mejor amigo fue llevado ante la “justicia” por tener ideas y creencias diferentes a las impuestas, sin embargo, él defendía la tradición y también la unidad de la esencia creadora en cada manifestación. Así el puñal de la traición y de la ignorancia de los que se creen superior hizo un profundo corte en mi corazón.

Una noche, al regresar a casa, después de observar la magia de las luces en el universo y de anotar sus movimientos, me sentía cansado. Esa noche tuve una experiencia y su huella aún perdura en mí. “Estaba en lo alto de una duna, a las afueras de una ciudad, mirando el cielo, hablando con mi compañero de los misterios y las leyes del universo —su orden, su caos, el movimiento cíclico que todo entrelaza, su ritmo y sonido—. Estábamos tan absortos que no vimos cómo se acercaba la tormenta de arena. Como pudimos nos resguardamos el uno contra el otro y nos tapamos la cara con la kufiya. Todo quedó enterrado bajo la arena en un segundo.  Era consciente de mi angustia, del picor de la arena en todos mis poros, sentí que me ahogaba, de pronto una llama en mi cerebro se encendió, me calmé y empecé a meditar, vi que la tormenta, así como llega y se va, que el viento todo cambia y que cuando se va, todo vuelve a percibirse de diferente manera. Comprendí que las tormentas nos permiten cambiar para tener una nueva percepción, pero necesitamos coraje y humildad. Cuando pasó la tormenta, mi amigo y yo nos miramos y en ese momento el velo se rompió, yo era el individuo que vestía mi cuerpo y también era el Otro, no como manifestación, pero sí como esencia, había nacido el sentimiento de fraternidad absoluta, supe que mi vida había cambiado para siempre”.

Semanas más tarde, comuniqué a mis padres y alumnos mi decisión de marcharme. Mi padre era sufí y sabía que la transformación se hace mientras giramos en la danza de los planetas aquí y ahora. Fue entonces cuando me retiré a una montaña cuyo valle era un jardín de flores y sus fragancias me deleitaban porque comprendía que la alquimia natural se producía a cada instante. El silencio me envolvía con su melodiosa armonía, la observación y la meditación me llevaron a la intimidad espiritual cuya vibración era el reflejo de la Luz primordial. Tuve una certitud —todas las experiencias entre “yo y el Otro” son únicas e irrepetibles, nos llevan a la unidad del Ser, al amor y a la paz, sea cual sea nuestro culto—, cada ser humano es único e irrepetible.

Pasé unos años en la montaña y cuando sentí que era el momento de regresar lo hice renovado, empecé mi viaje como aventurero espiritual y qué mejor enseñanza que la de estar rodeado de gente frente a uno mismo, observándose, sintiendo, transformando las emociones en joyas etéreas. Siempre supe que la verdad no pertenece a nadie, sino a uno mismo, con nuestra experiencia del “yo y el Otro”.

Recorrí muchos caminos con altibajos y hoy he llegado a mi última parada. La noche me envolvió con el manto de las estrellas y la luz dorada del amanecer traía sonidos de un nuevo día, escuchando la melodía del silencio, sentí el cálido abrazo de mi Ser y un canto sonó en mi corazón:

“Vivo obedeciendo a mi voz interior

que me llena de aliento y alegría,

para seguir la Vía de la Vida

dejando estelas de armonía

para no olvidar la memoria contenida.

Recordar que cuando estamos

en el mundo del olvido,

nos volvemos agrios y violentos,

porque hemos olvidado

la naturaleza de nuestra esencia.

Ese recuerdo nos devolverá el hálito sagrado

que contiene fuerza,

pues un humano se evalúa

con el ejemplo que da

y no con su bruta fuerza.

No estando en la opinión

sino en el criterio, reflexionando,

escuchando y discerniendo

el contenido de palabras y actos

tanto propios como ajenos.

Conceptos, ideas y espacio vacío

se entrelazan formando un nuevo Ser,

ya que lo que se opone me hace crecer

y a través de la intuición y sabiduría

el velo de la ignorancia y arrogancia

cae para que la verdad sea desvelada

e ilumine los secretos de la Vía”.

Esa noche, mientras miraba el nuevo amanecer, he vuelto a las praderas de la armonía, soy átomo en el universo infinito y eterno. No hay tiempo ni espacio, pero sí mantengo mi memoria intacta de mi viaje a la tierra.  Mi maestro celeste, el Ser, se acercó y la luz nos envolvió. Todas las experiencias que se realizan en el planeta Tierra son para aprender que el mundo visible es el reflejo de nuestro mundo invisible. Si queremos cambiar debemos penetrar en el mundo del más allá y crear nuestra propia realidad.

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En el campo de las flores estelares, en el océano dorado del amor y armonía, los átomos de los grandes héroes silenciosos del mundo se unen en un solo Sol, donde los límites, diferencias, creencias no existen. Solo existen átomos de la esencia divina. Todo es posible en ese jardín de energía.

El canto de los pájaros que cada mañana trinan en los árboles es para hacernos llegar un mensaje de alegría.  Pequeño homenaje a Titanes como Ibn Arabí, Farid al Din Attar, Rumi, Avicena, Al-Ghazali y a todas las almas que han sembrado y siembran la Vida con estrellas.