por Ángeles Carretero | Abr 28, 2020 | Relatos
Algunos han recordado el olvido y otros temen lo desconocido.
Todos somos viajeros en el tiempo a través de los mares eternos, aunque no lo sabemos.
Vista desde el universo, la Tierra es un grano de polvo en el inmenso cosmos y ha sido creada a través del amor con una belleza que conmueve el corazón; en el planeta habitan diferentes seres vivos y su convivencia se desarrolla en armonía y respeto, excepto, los seres humanos que crean conflictos sin sentido, incluso, hay algunos cuyo objetivo es dar jaque mate a la vida.
“La sabiduría es esencia de luz que, como el aire, se filtra por todas partes y todo contiene. Todo lo que vive en el planeta tiene memoria celular, aunque muchas veces la de los seres humanos esté en hibernación. Por ejemplo, los árboles frutales tienen por misión producir frutos para que los seres vivos los disfruten y, así será, una y otra vez, durante su estancia en la tierra. Los seres humanos poseemos muchas energías —positivas y negativas, creadoras y destructoras, somos hombres y mujeres, santos y demonios—, por lo tanto, tenemos la oportunidad de ser y existir con conciencia, es decir, podemos elegir según nuestro criterio, lo que nos otorga mucho poder y responsabilidad, pues somos creadores de nuestra realidad pudiendo mejorar nuestra existencia si podemos exiliar el olvido para activar nuestras memorias celulares”. Estas eran las enseñanzas que mi maestro Itumi me impartía durante nuestros viajes a través del camino de las estrellas.
¿Fantasía o realidad? Todo depende de con qué ojos veamos nuestra vida.
En mi décimo cumpleaños me contó que mis padres prefirieron darme al templo antes dejarme morir de hambre. Itumi era sacerdote de Atón, hombre mayor, de luengas barbas blancas y ojos serenos, su presencia era paz y me acogió como discípulo. Por la tarde estábamos en la terraza que daba al río Nilo y me regaló un tapiz para cubrir el suelo de mi pequeña habitación, el fondo era azul oscuro y dorado como el cielo de la noche en el desierto, tenía dibujados triángulos, puntos, constelaciones, esferas, elipses todo unido por lazos dorados y en el centro un sol con la llave de la vida, Ank, “nunca olvides que esta llave es la llave del amor que abre tu corazón”, me dijo; me alegré tanto que mis ojos se llenaron de alegría.
Sus enseñanzas fueron un proceso, la comprensión daba paso a la integración. Todo en la vida tiene una función, todos la cumplen excepto el ser humano. Con el tiempo aprendí que la mentira se convierte con facilidad en un hábito de vida, no por vivir en un templo, somos todos sabios y buenos, afirmaba. Me enseñó a desarrollar valor para vivir y a bailar con la luz y la sombra, ambas necesarias, para enfrentarme a los miedos irresueltos de mis vidas pasadas y presente y así descubrir quién era, para poder cumplir con mi verdadero destino, para ello es necesario abrir el corazón y descubrir el alma —recuerda que el alma es curiosa y necesita experiencia—.
Poco a poco, me desveló los secretos de la alquimia, del poder que los seres humanos poseemos. “La meditación es una herramienta mágica que nos permite conectar con la sabiduría ancestral y nos proporciona serena alegría. El espíritu precede a lo manifestado, cada ser humano es un actor dentro de la conciencia universal que se manifiesta en el planeta, eres tu propia ley; también nos ayuda a comprender los beneficios del conocimiento, por eso nuestros antepasados llamaban a las bibliotecas “el tesoro de los remedios del alma” pues curaban la ignorancia. El mayor daño que puede sufrir el ser humano es la pérdida de la sabiduría. Busca siempre la esencia y las raíces, no te pares en las apariencias. Las raíces son el conducto por el que sube el néctar de la energía de la tierra para crear su diversidad —plantas, árboles, ríos, montañas—. Así, sucede en el ser humano, la esencia de nuestro ser es el néctar de luz que nace en la raíz del corazón para darnos la fuerza de vida”.
Un día, mientras el alba arropaba a las estrellas y los colores magenta y dorado nos envolvían calentando nuestro corazón, hizo esta observación: “no olvides las palabras de nuestro querido faraón, el sol. La verdad hay que descubrirla por nosotros mismos sin intermediarios, pues nos impulsa a cambiar de actitud y de forma de pensar. No somos títeres, somos conciencia universal. Ningún esfuerzo pasa desapercibido. La primavera siempre llega después de que las hojas hayan caído al suelo. Aunque nuestra tierra roja caiga, renacerá con su antorcha. El principio y el final es el instante del ahora”.
Esas palabras quedaron grabadas en mi alma como una huella de fuego. Días después, estábamos en la terraza cuyas escaleras llegaban a la orilla del río Nilo, en ese punto de la tarde, donde el calor empieza a alejarse para dejar entrar el viento fresco que por la noche acaricia al desierto, era uno de los momentos que más disfrutaba observando el juego de luces del horizonte y esa calma propiciaba las confidencias. Anoche, tuve un sueño, le dije: “estaba en una aldea pequeña donde vivía gente sencilla y amable en armonía con la naturaleza, todos llevaban grabados el sol en su corazón. Eran otros tiempos”. Itumi me habló un poco de esos tiempos lejanos que nada tenían que ver con Kemet. Me cogió la mano, sentí ese escalofrío previo a un viaje a través del tiempo y de pronto estábamos volando a través de mares y de paisajes de una belleza sobrecogedora.
Llegamos a una tranquila aldea, se oía el alegre canturreo de un riachuelo y se olía la fragancia de las flores de primavera, a lo lejos se dibujaban perfiles de altos picos blancos. El chamán, “Luz del alba”, salió de su tipi para saludarnos. Era un hombre alto y musculoso, vestido con un manto ambarino, pelo largo recogido en una cola. No hacía falta hablar, todo se decía a través de las miradas. Sin más, empezamos a subir por un sendero empinado, su semblante se puso triste cuando nos dijo: “algún día este camino será conocido como el “camino de las lágrimas” por el éxodo de un pueblo cuyo dolor y tristeza seguirá vibrando en la tierra y abonará estos campos que ahora son floridos. El hombre blanco nos echará para arrebatarnos las tierras y por ser diferentes, sin importarle el dolor infligido a mi pueblo y a la madre naturaleza”. Los tres vimos con claridad el terrible espectáculo y una profunda huella de dolor se imprimió en mi alma. “Luz del alba”, me miró a lo más profundo de mi alma con sus abismales ojos que brillaban como una noche vestida de diamantes y me dijo: “algún día volverás a este lugar para continuar la senda del chamán”. Abrí los ojos y ahí estábamos en la terraza, mi maestro mirándome con sus ojos llenos de tristeza; aprovechó para decirme que debía huir, pues un traidor iba a entregar el país del sol al reino de la sombra.
Unos ruidos sonaron en el interior del templo y antes de que la ignorancia y la violencia llegaran a la terraza, me urgió a que huyera a través de las aguas.
“Hay que destruir la ignorancia para construir la lucidez. La violencia, la codicia, y el egoísmo son realidades que traerán tiempos sombríos; no podemos escondernos, pues la vida se ocupará de devolvernos al mismo lugar; hay que tomar la dirección adecuada y seguir luchando para que las personas buenas sigan creciendo como las raíces en la tierra y cubran de vida al planeta”. Me desperté con esa voz tan querida y conocida en mi ser y una gran emoción de amor comprimió mi corazón; salí del tipi para refrescarme en las frías aguas del riachuelo. Mi compañero estaba preparando el desayuno, su mirada se posó en la mía y en silencio saludamos al sol para dar gracias por el nuevo día. Esta noche ha vuelto desde las estrellas mi maestro Itumi, le dije a mi compañero, lágrimas de amor regaron la tierra y recordé aquel viaje cuando el chamán “Luz del alba” nos enseñó el camino de lágrimas, en ese momento, volví a sentir vibrar sus palabras en mi corazón: —“algún día volverás”—; hoy es ese día, pues he recobrado la memoria y estoy en ese lugar, preparada para los acontecimientos que van a pasar.
Mi nuevo ciclo de vida me ha llevado a nacer en este precioso lugar donde la naturaleza nos regala vida y armonía para continuar la senda del chamán.
“Algunos recuerdan el olvido y otros temen lo desconocido. No hay espacio ni tiempo, solo ciclos de vida —principio y fin—; hay que recuperar la memoria escondida en el alma para exiliar el olvido y poder llegar a nuestro destino. La ignorancia nos impide volar, pues aprisiona el don de la sabiduría y de la libertad. El don de la imaginación es poderoso, así como todos los dones que nos regalan los dioses cuando somos merecedores; el don nos permite ser visionarios y volar en una alfombra mágica hacia otros universos donde el perfume de las estrellas se esparce como flores silvestres en nuestra alma”, palabras que “Luz del Alba” lanzó al aire, hace muchos, muchos años, para que todo aquel que quiera escuchar, las pueda sentir en su alma.
(Foto privada)
por Ángeles Carretero | Abr 21, 2020 | Artículo
La rueda de la vida gira sin parar y cada uno de sus radios simboliza un camino, una encrucijada o un impasse en el que todos experimentamos diversas emociones por lo vivido a cada instante. Muchas veces no nos gusta nuestra realidad y huimos engañándonos con un futuro que nunca llegará, la vida que es más sabia que nuestro ego nos volverá a poner delante de ese escenario del que huimos, pues lo que se esconde y no se supera vuelve a aparecer cuando menos se espera.
La vida es un viaje de observación si queremos comprender por qué vivimos y cuál es el objetivo; para percibir necesitamos valor, coraje y entusiasmo para ahondar en nuestra psique e ir comprendiendo sin juzgar todas las situaciones por las que pasamos para ir avanzando. Nuestras experiencias también se presentan como un laberinto de trampas donde los engaños de la mente nos mantienen aletargados y prisioneros, siendo muy difícil salir de esa ilusión creada por miedos, ofensas, reacciones violentas que nos hieren el alma y enferman a la humanidad al igual que una célula enferma hace que el cuerpo entero sufra.
La vida pone a prueba a los seres humanos que habitamos el planeta —sin distinción de estatus social, raza o credo— para saber si hemos aprendido la lección o si hay que repetir el mismo escenario, dependiendo de nuestro comportamiento y decisiones nos adentraremos en senderos largos y llanos con alegres y desenfadados escenarios o en caminos abruptos y en profundas gargantas donde se oyen los ecos de los lamentos. Todos esos caminos forman parte de nuestras decisiones.
El objetivo de la observación es la paz interior, joya de las joyas que se encuentra en el templo del alma, donde la vida es próspera y fructífera para todos si hemos asumido la responsabilidad de que vivimos en dos mundos interior y exterior con una mente clara y un corazón compasivo. Para ello se requiere una conciencia en el presente, pues sin ser conscientes no podemos saber si existe un problema y, por lo tanto, no podremos buscar soluciones. Muchas veces huimos de la vida que es este instante, proyectándonos en un futuro inexistente, dejando para mañana el hoy: “cuando tenga tiempo haré, cuando sea mayor haré, cuando esto termine haré, cuando me ponga bien haré…” pero ese tiempo futuro nunca llegará si no vivimos el presente, lo que proyectamos para mañana pertenecerá al pasado sin haberlo vivido y nunca se hará; la vida es para vivirla ahora, poniendo nuestra conciencia en cada acción, pensamiento, palabra y emoción. Hemos dejado escapar muchas oportunidades, incluso hemos dejado nuestra vida pasar, la rueda de la vida jamás vuelve atrás, solo el ahora nos permite vivir a cada instante.
La vida es un viaje de observación interior y exterior. La vida es acaparadora y nos enredamos en sus redes ilusorias de ego y orgullo que crean unas situaciones que no existen; solo son batallas entre egos heridos que solo destruyen y crean discordia. Cuanto más sabemos sobre nosotros mismos, más fácil es desentrañar los misterios de la encrucijada de la vida, pues nos damos cuenta de que estando presentes en nuestra conciencia, todos los sentidos se agudizan y somos capaces de encontrar soluciones positivas.
Cuando nos observamos, comprendemos cómo funciona nuestra mente y estamos preparados —si lo deseamos— para saltar fuera de nuestra sombra, quebrando todos los parámetros mentales y emocionales porque dejamos de abonar esos conflictos internos que generamos sin parar. La observación nos permite ver esos fantasmas, esa parte oscura que todos tenemos y que se alimenta de nuestros miedos, para que desaparezcan con el hechizo del amor. Cuando hay un problema nos acordamos del ser superior para pedir ayuda, pero no queremos aceptar que la ayuda viene primero de nosotros mismos, las respuestas a todas las invocaciones están por todas partes, si sabemos observar nuestro mundo interior que refleja nuestra vida exterior y si observamos las señales evitaremos muchos males.
La vida es como una marea que sube y baja y cada momento es perfecto para hacer lo correcto. En cada situación debemos aprender a desaprender y a cambiar de actitud para no reaccionar e ir calmando los impulsos del ego. La verdad de la búsqueda se forma con la conciencia y la sinceridad, ambas nos ayudan a descubrir verdades más profundas si somos observadores de nosotros y de todo lo que nos rodea. Hay que romper los parámetros mentales para que la luz se filtre por esas fisuras abiertas provocadas por heridas ególatras que nos hacen frágiles y vulnerables. Estando en la observación vemos nuestra actitud frente a las situaciones de cada día y la podemos rectificar, en caso de que no sea la correcta. Cada día tenemos una oportunidad para crear nuestro destino y llegar al objetivo.
Además de ser cuerpo biológico, emocional y mental, somos energía, somos seres espirituales y todos los seres en el planeta tenemos por misión ayudar a los demás haciendo el bien, unos de una forma y otros de otra, pero todos debemos hacer algo por los demás. Si seguimos alimentando nuestros cuerpos con miedo e ira, crearemos violencia y mucho resentimiento a nuestro alrededor; en cambio, si nos alimentamos de alegría y serenidad, se creará un mandala de paz y prosperidad en torno a nosotros. Todo depende de nuestra elección. La vida es un misterioso hechizo de ilusión que no es y hay que descubrir ese encantamiento para ver la realidad.
La vida es un viaje de observación que desentraña ese misterio de nuestro infinito universo y poder, solo hay que prestar atención a las señales del camino y aunque haya penalidades y miserias, siempre hay que dejar un hueco para la esperanza.
por Ángeles Carretero | Abr 13, 2020 | Artículo
El arcoíris es el puente entre el universo celeste y terrestre para que todos los seres humanos podamos transitar por él y descubrir los misterios entre ambos universos.
La energía creadora nos envía su reflejo a través del espejo de las aguas primigenias para que veamos la manifestación de su obra a través de la vida en el planeta. También nos dio el regalo del amor para labrar día a día los campos de la vida con serenidad y alegría, aunque muchas veces los hayamos sembrado de desdicha. El sendero del alma es armonía, amor, dulzura y solidaridad y nos enseña a amar la vida; si amamos la vida seremos solidarios con los demás porque nos amamos a nosotros mismos y a todas las emociones que de ese amor se manifiesten, también el amor nos enseña a luchar con lucidez y compasión contra todas las emociones contrarias a él porque crean una tela de araña de desamor, desgarramiento y autoengaño. El verdadero amor crea límites, pues no es amor lo que no se respeta ni lo que se intenta dominar.
Cada día se obra el milagro de la continuidad de la vida con el alba y el crepúsculo, momentos de transición que preceden al milagro de la luz, regalándonos sus bellos espectáculos, tanto al amanecer como al anochecer, para que nosotros podamos sentir la luz y la sombra, ambas necesarias y ambas nos enseñan a reflexionar y a tomar conciencia de nuestras acciones para prepararnos para la siguiente oportunidad.
Desde siempre los seres humanos han exclamado “¡qué maravilloso espectáculo!”, al ver cómo brillan los diamantes del manto de la diosa Nut que se mueven en una danza sagrada y tuvieron la certeza que la vida es movimiento. La vida es un fluir constante, la muerte un fluir interrumpido. Por la noche, los buscadores de misterios se sentaban para observar tal majestuosidad y oír en el silencio la sinfonía de las esferas, sintieron que había algo superior a lo humano, algo extraordinario y sagrado. Así, paso a paso, a través de los senderos del alma, algunas personas curiosas y observadoras quisieron saber el origen de sí mismas y del universo y empezaron a preguntarse: ¿Qué es el universo? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Por qué vivimos? ¿Por qué morimos? ¿Quién soy y quién es Él? Preguntas que generaron miles de respuestas y otros miles de cuestiones en un círculo sin fin.
La curiosidad y la observación han sido los motores que han llevado a descubrir nuevos universos en nuestro interior; esos buscadores de lo inefable a los que ahora se les conoce como “sabios”, fueron muy valientes al adentrarse en el mundo de los fantasmas de la profundidad de la mente y descubrieron que la fuerza, la disciplina y la voluntad son las herramientas para bucear en esas aguas primigenias, en lo más profundo de nuestra conciencia donde reside la sabiduría, enseñanza que deja su huella con flores de mil colores y fragancias delicadas para que todo aquel que quiera transitar por el sendero de su alma lo reconozca y no se pierda. El sendero del alma es el reflejo del espejo entre dos universos paralelos, lo que está arriba está abajo, separados por el horizonte, punto de unión entre el alba y el crepúsculo, círculo sin fin.
Esa percepción de los universos paralelos elevó sus conciencias para comprender el sendero de la vida por el que cada uno camina al ritmo de sus pasos, caminos con muchas curvas que impiden ver lo que hay detrás de cada una de ellas a nivel físico, emocional y mental, pues todas tienen sus propias vivencias; esos “sabios” comprendieron que había que dirigir el timón de la mente para alimentar la propia reflexión y evitar que caigamos o tropecemos en alguna de esas curvas ciegas y así poder llegar a nuestro destino con equilibrio y armonía que son el conjunto de todo en la vida.
Esos “sabios” pudieron recordar gracias a su memoria celular formada por átomos de luz que todos portamos en el alma la sabiduría de la energía creadora y quisieron dejar constancia de ello para que la vida de las futuras generaciones fuera menos dolorosa y tuvieran acceso a la felicidad. Esa memoria celular está viva y palpita con cada latido de nuestro corazón, pues es esencia de vida y espera que despertemos de nuestra hibernación producida por la duda y el miedo para poder libremente, una vez más, preguntarnos de nuevo esas cuestiones que siguen bailando en el aire a través de los tiempos.
Para despertar de la hibernación es necesaria la primavera, donde los colores, aromas, los rayos del sol y las noches claras y hermosas nos invitan a reflexionar “para vivir solo necesitamos estar vivos y amar la vida con respeto y honorabilidad”. La primavera, símbolo de renacimiento, donde la rosa del corazón se abre para dejar fluir sus aromas de alegría, paz y compasión y alejar a los espectros del miedo, temor, penas y tristezas que nacen en las aguas profundas de la mente y nos mantienen aletargados.
El sendero del alma es amor que genera dulzura, equilibrio y armonía para vivir la vida, es la línea que nos guía a través de nuestras vivencias que no solo se componen de familia, amigos, trabajo, ocio, estudio…, sino de nosotros mismos; somos la clave de nuestra existencia, la clave de nuestra vida. Nuestro sendero tiene varios tramos, tramos buenos y malos y los recorremos a través de diversos periodos de nuestra vida. Pero siempre hay “algo” interior, un pensamiento, un escalofrío, una emoción, una intuición que nos hace reflexionar para luchar y nos motiva para salir de la rutina del no vivir; para dejar atrás todo lo que no somos, pues siempre hay una persona o circunstancia, incluso nosotros mismos, que nos impide ser la persona que realmente somos y eso es lo que el sendero del alma no permite, solo puede caminar la persona que es y que vive por ella misma a través del respeto, solidaridad y agradecimiento, pues esa búsqueda requiere sinceridad y perseverancia; quien camina con miedo, odio, temor, ira, resentimiento seguirá el camino de obstáculos que él o ella ha trazado. El alma se compone de átomos de luz y contiene la sabiduría para guiarnos a través de su sendero y decirnos que la luz siempre está ahí si nosotros queremos verla y la aceptamos en nuestra vida. Siempre se cuela por la menor rendija y rompe cadenas para liberarnos a la vida.
El sendero del alma es el espejo de la energía creadora cuyo reflejo es la manifestación de su obra y donde los buscadores curiosos y observadores han sabido encontrar respuestas. Han sabido que estar aquí es saborear el néctar del éter, pues somos micro universos en estos universos paralelos.
por Ángeles Carretero | Abr 1, 2020 | Artículo
Una vez más en la historia de la humanidad, la vida nos sacude para que salgamos de nuestro profundo letargo que nos provoca la falta de conciencia. Mientras estamos en una situación confortable, sentados en el sofá de nuestra zona de confort, pensamos que nada puede cambiar y nos creemos eternos y fuertes, pero la vida llama a nuestra puerta sin avisar y nos zarandea, volviéndonos frágiles y vulnerables.
Los seres humanos hemos generado tanta crueldad y violencia a través de la historia que, una vez más, hemos vuelto a alcanzar su punto álgido; durante muchos años hemos intentado aniquilar a la familia Humanidad sometiendo a millones de personas a un sufrimiento atroz con guerras sin sentido, ausencias de derechos humanos, maltratos, injusticias…; a la naturaleza y a sus habitantes los matamos poco a poco con la polución, no respetamos nada. Un parón a nivel global ha sido necesario para volver a equilibrar ese desequilibrio feroz y mortal.
La Naturaleza agradece este parón para restablecer su equilibrio —aire más puro, aguas cristalinas, comida en los océanos exentas de plásticos, animales que se sienten en seguridad y podrán perdurar su especie—. En cuanto a nosotros, seres humanos, valoramos más a la familia, a los amigos verdaderos, pues de tanto correr y correr los habíamos dejado muy atrás en nuestras vidas.
Cuando una célula enferma, el cuerpo humano entero enferma, lo mismo sucede con la familia Humanidad, cuando uno enferma, los demás enferman y ahora, en estos momentos difíciles, la humanidad entera está en peligro y todos debemos tomar consciencia de que nuestra vida anterior no era la mejor. El mundo se ha paralizado y ha dicho ¡basta! Ha llegado el momento de ser solidarios y generosos con conciencia; ha llegado el momento de que los líderes de los países sean conscientes —de una vez y para siempre— que la vida es más importante que poseer un sillón en un despacho, deben tener como prioridad la salud y el bienestar de los ciudadanos del mundo y no seguir jugando a ser dioses de barro. Durante muchos años los recursos económicos se han destinado a armas para guerras en beneficio de unos cuantos y en perjuicio de muchos, en lugar de invertir en investigación científica, sanidad, vivienda, educación tan necesarias hoy en día.
Los actuales acontecimientos producidos por el COVID-19 están trayendo una serie de profundos cambios a la humanidad entera y uno de esos cambios es tomar conciencia de nosotros y de nuestros actos. A esta pandemia no le interesa el pasaporte, el DNI, la profesión, el estatus social o la cuenta corriente de nadie, ante ella todos somos cuerpos biológicos, todos vulnerables y todos podemos ser vencidos por ese enemigo invisible. En estos momentos tan delicados y complejos, nos hemos dado cuenta de que no existen credos, colores de piel, culturas, solo existimos cuerpos humanos queriendo sanar esas células enfermas que nos matan. Ha llegado el momento de pensar en la Humanidad como unidad.
Estos momentos de reflexión nos ayudan a descubrir quiénes somos, analizar nuestro comportamiento y sus consecuencias. Dependiendo de nuestro comportamiento, estas reflexiones escuecen más o menos, pero al cabo de unos días ese escozor se transforma en un bálsamo de comprensión y nos ayuda a comprobar, sin juicios, que el futuro no existe y que hemos perdido gran parte de la vida corriendo hacia ningún lugar, proyectando una película de imágenes inexistentes, excepto para nuestra mente.
Nada puede cambiar si nosotros no lo deseamos, y para ello debemos ser responsables de nuestros pensamientos y acciones. Para aprender a ser conscientes debemos saber lo que nos pasa. Nos hemos olvidado de reír —de intercambiar sonrisas, palabras agradables y agradecidas, miradas alegres y serenas— por estar inmersos en un mundo material y egoísta, de competición, de no mirar por los demás solo de pisotear. Ahora nos damos cuenta de que tanta competición, que tanta codicia, que tanto egoísmo no sirven de nada. El mundo nos ha parado y nos ha hecho más frágiles y vulnerables de lo que ya éramos. Pero también nos regala el rayo de luz llamado conciencia, que empieza a anunciar que el crepúsculo deja paso a un nuevo día.
Todas estas enseñanzas que cada uno de nosotros vivimos en nuestra piel nos llevan a tomar conciencia de uno de los problemas más urgentes a resolver, el de los niños y jóvenes que deben estar preparados no solo física, emocional o mentalmente al gran cambio sino también espiritualmente, ya que deben comprender y asimilar que lo primero es respetarse a sí mismos y a los demás; que deben buscar soluciones y no rupturas; que deben prepararse con fuerza y coraje para no utilizar la venganza sino el perdón; que deben prepararse con sabiduría para la tolerancia, la justicia, la paz, y la libertad. Deben prepararse para aceptar que todos somos seres humanos con derechos y responsabilidades y para este gran cambio es necesario la educación, vivienda, sanidad, libertad, paz, progreso, compromisos y alternativas…—. Las futuras generaciones tienen la gran responsabilidad de empezar la creación de un mundo mejor por los cimientos, tomando conciencia que deben prepararse para futuras pandemias que tocan al mundo no solo a nivel biológico sino emocional, mental y espiritual, siendo este, la clave para poder cambiar, y esa educación empieza en las familias.
El cambio en el mundo nos lleva a plantar una semilla de color con aromas de primavera en nuestro micro jardín del universo para que todos podamos disfrutar de la nueva vida en el planeta como una gran familia, Humanidad. Los cimientos para construir un jardín lleno de colores, aromas y belleza son los valores que hemos olvidado y que ahora recuperamos —honor, lealtad, honestidad, integridad, fuerza, dignidad, coraje, sabiduría, generosidad…—, sin valores volveremos a ese mundo anterior y todos conocemos sus consecuencias.
Ahora es el momento del cambio, de ver a la Humanidad como unidad, de romper los muros de separación para crear puentes de unión.
(foto privada)