El pequeño y la montaña sagrada
Las montañas desde la antigüedad más remota son símbolos sagrados, encierran secretos que son desvelados al buscador del camino de su alma y que esté dispuesto a pasar las pruebas. Las montañas han vivido millones de historias que guardan en sus archivos arcanos dentro de sus cuevas profundas.
Cada nuevo día se sienten pletóricas cuando saludan al astro rey al compás de la música de las musas y este les devuelve el saludo bañándolas con sus átomos de luz para que sigan siendo las hermosas heroínas de las leyendas. La majestuosidad, la belleza, la fortaleza, la sabiduría de las montañas son arquetipos que nos hablan e inspiran, por eso estamos atraídos por ellas.
Entre millones de historias estaba la de Inko —un niño de mirada brillante y profunda, pero al mismo tiempo sus ojos de ébano transmitían dolor y miedo—, que se acercó a este reino de belleza y silencio. Este pequeño estaba exhausto, su carita mostraba la huella de surcos de ríos secos y su cuerpecito era como pequeñas ramas delgadas sin hojas. Había llegado en una pequeña gruta donde había huellas de otros ocupantes que hicieron un alto en el camino antes de aventurarse por el sendero. El pequeño muchacho se tumbó y se durmió en el acto.
Cuando nuestro compañero el sol emergió para saludarnos, le dijimos que proyectara sobre la cueva sus rayos de luz para que calentaran y despertaran al pequeño, pues hacía dos días que dormía. Así los rayos templaron y despertaron al niño. Estaba aturdido, no sabía dónde estaba, pero se sentía seguro, sus tripas rugieron de hambre. Los pájaros cantores le ofrecieron su trino y su ánimo se elevó, se sintió feliz después de tanto tiempo; salió y vio el riachuelo que traía vida a nuestro valle. Se acercó y bebió el agua que necesitaba, luego se metió en esas aguas azules para lavarse las heridas de su malherido cuerpo. Secándose al sol, sus tripas volvieron a quejarse, se levantó y buscó algo para comer. Descubrió que, a poca distancia, el valle estaba lleno de árboles que le ofrecían sus frutos frescos, también había raíces de plantas que él conocía y que le ayudarían a recuperarse.
Mi reino es la montaña sagrada, solitaria, colosal, eterna, poderosa y da la bienvenida a los valientes que, aunque estén heridos, siguen su camino; ahora le tocaba el turno a ese pequeño hombrecito.
El pequeño Inko era valiente e inteligente, decidió establecerse y explorar las cercanías de su nuevo hogar. Descubrió un camino escarpado y de difícil acceso para aquel que ose molestar a las hojas ambarinas que preceden al silencio y a la gran piedra azul en forma de cubo. Solo aquellos que tienen un corazón sincero pueden acceder a esa gruta donde vive la señora de blanca túnica y corazón azul, una vez hayan superado la prueba. Todo aquel que se aventure en mi reino debe estar en armonía con la naturaleza y con él mismo, si solo visita mi dominio para dar un paseo, el velo del secreto cerrará sus ojos y solo verá una montaña con vistas hermosas sobre un fértil valle.
Al cabo de un tiempo, Inko subió el sendero con determinación, llegó a un terraplén donde había una gran piedra azul en forma de cubo. Se sentó y miró a su alrededor, el paisaje le conmovió, una ligera brisa de arpas trajo belleza, serenidad, armonía, silencio. Mientras estaba recogido y disfrutando de ese regalo de la naturaleza, oyó una suave voz de mujer, el pequeño Inko casi no se cae del susto, no la había oído llegar. “Naki” así se llamaba la señora que viendo al pequeño bañarse en el río de serenas aguas, semanas atrás, supo que era la persona que esperaba desde hacía mucho tiempo —vienen muchos visitantes, pero pocos corazones puros—. Conocía su historia y su valor. Sabía que podía vivir en armonía porque conocía la belleza y el sentido de la vida, el dolor y el miedo, la crueldad y el amor, y ante las vicisitudes en su corta vida, su espíritu se mostró indomable con la violencia. No alberga rencor ni ira, solo una gran herida. Por eso, su alma lo había llevado a su destino.
Me comunico con mis buscadores a través del sueño y de la meditación, haciéndoles sentir una vibración de alegría para que conecten con sus recuerdos y vuelvan a revivir la grandeza de su ser. Necesitan coraje y voluntad para este viaje que empieza en la cueva de las serpientes o tal vez ramas rotas. Quien controle su mental vencerá en la lucha. Siempre hay un momento en la vida en que el grito de desesperación es el comienzo de un nuevo ciclo que da paso a la esperanza. La vida se percibe intensamente en cada manifestación, sea mineral, vegetal, animal, humano. Todo forma parte de la misma unidad en otra realidad. Naki era la abuela del chamán del poblado de Inko y desde muy pequeño dio señales de que era diferente, no en apariencias, pero sí en su interior. Así poco a poco las enseñanzas se fueron transmitiendo antes de llegar a mí.
Durante su larga estancia en ese maravilloso lugar, aprendió a recordar y a conectar, a sentir y a escuchar la naturaleza, a reflexionar y a meditar. Visitó los archivos arcanos de la gran cueva, comprendió el significado de la Naturaleza, el misterio del ser humano (un átomo de luz crea vida y es ese átomo el que nos devuelve los recuerdos perdidos y nos enseña el camino de regreso). Una tarde subieron a la piedra-cubo para hacer unos ejercicios y restablecer la energía. Después, se sentaron a ver el atardecer y cuando apareció el sol, algo mágico pasó, se había vestido con sus ropajes reales de púrpura, violeta y dorado, para que Inko viera y sintiera la magnificencia del universo en ese horizonte que es la frontera del sueño donde todo se hace posible al conectar con el recuerdo de la verdad en otra realidad.
Ese atardecer fue especial, Naki también vestía su túnica blanca y azul, reflejo de su corazón. Inko supo de inmediato que algo extraordinario iba a pasar. Cuando volvieron a la cueva sagrada, un hombre alto, fuerte, de pelo largo y ojos sagaces e insondables, les estaba esperando. Se sentaron formando un triángulo; sintió una conexión muy fuerte con ese personaje, este le dijo que tenía que hacer un viaje largo y si quería acompañarlo. Inko estaba perplejo, no quería dejar a Naki y al mismo tiempo deseaba ir con él.
Naki le dijo que había llegado el momento de aprender otras cosas y más tarde, en su momento, regresaría si ese seguía siendo su deseo. Mañana te diré lo que he decidido. Tumbado en el suelo de la cueva y oyendo el silencio de la naturaleza, rememoró su niñez. Las heridas se habían sanado, pero los recuerdos estaban vivos. “Vivía en un pequeño poblado, en el valle, las yurtas de colores, la gente amable, sonriente, los niños jugábamos y aprendíamos de todos los mayores. Era una vida simple y dura debido al tiempo, sin embargo, era una vida tranquila y alegre. Una mañana se oyó ruidos de cascos de caballos y unos jinetes con flechas y lanzas entraron, saquearon y mataron. Yo había ido al bosque a recoger hierbas, por eso no estaba en el poblado. Los vientos trajeron el sonido de la locura. Lágrimas de penas y dolor volvieron a correr sin poder detenerlas. No hay palabras para describir el dolor, el terror y la soledad que deja la crueldad. Toda mi vida desapareció en las cenizas que dejaron de mi pueblo. Unos días más tarde empecé a caminar hacia la montaña sagrada porque el chamán hablaba siempre de una mujer sabia”. ¿Cómo sabré que es la montaña sagrada?, me preguntaba mientras caminaba y una voz suave me decía: “la reconocerás porque cuando la veas no verás una montaña sino belleza”.
Durante un tiempo Inko viajó en compañía de ese hombre atemporal que forma parte de esa fraternidad de sabios que protegen a la Humanidad, se llamaba Itumi “el persa”, así transmitió a Inko secretos, ritos y leyendas, la verdad se va transmitiendo oralmente para que las palabras bailen y el ritmo del viento lleve su mensaje a través del aire. En sus viajes conoció a otros personajes que le instruyeron en diferentes conocimientos, todos ellos tenían un denominador común, la unidad de la humanidad, porque solo en la unidad los valores primigenios del universo pueden ser esculpidos en el interior de cada ser humano para darle un sentido a la vida y que encuentre así su destino. Si no hay sentido, no hay destino.
En uno de sus viajes, conoció a una mujer preciosa y de corazón puro, el viaje con Itumi había terminado, el momento del regreso había comenzado.
Naki les dio la bienvenida y al atardecer volvieron a la piedra-cubo para restablecer las energías y enseñar a la preciosa compañera de Inko el lenguaje del silencio para que pudiera oír las leyendas vivas de las hermosas montañas, el canto de las aves nocturnas, el susurro del agua y el baile de las hojas ambarinas que preceden al silencio, todo forma parte de la naturaleza sagrada del cosmos en la tierra.
Una semana más tarde, Naki llamó a Inko para entregarle las llaves de su reino, la montaña sagrada, y comenzar así un nuevo ciclo.
(Foto privada)