Los latidos de Julián

Los latidos de Julián

Subí las escaleras deseando que esta vez me gustara el apartamento y, sobre todo, los compañeros. “¡Necesito alquilar una habitación ya!, pensaba, las clases empiezan en tres días”. Había visitado muchos pisos, pero siempre había alguna sombra revoloteando que me hacía huir del lugar. Nervioso y esperanzado, toqué el timbre, abrió la puerta un chico con ojos sonrientes. Entré en el salón y en el sofá estaban sentados los otros dos compañeros. Y mientras hablábamos mis ojos buscaban alguna sombra, pero no vi nada. La corriente fluyó enseguida entre nosotros; me comentaron sus reglas y por la tarde me había trasladado.  El piso era espacioso y luminoso, una gran terraza, —perfecta para fiestas, pensé—, daba a un parque con un pequeño lago; a lo lejos se divisaba la cúpula de alguna iglesia.

Soy Julián y junto a Pablo éramos los estudiantes de arquitectura; Gonzalo, el de música y Alejandro, el de filosofía; todos con sueños y proyectos. Reinaba un buen ambiente en el piso, a todos nos gustaba la fiesta y estudiar; éramos conscientes de que si queríamos llegar a alguna parte, los esfuerzos eran el transporte hacia la meta. Muchas tardes nos dedicábamos a parodiar nuestros proyectos, era muy divertido ver y oír los diferentes puntos de vista, incluso las ideas más descabelladas cobraban vida; nuestra convivencia era viva.

Pablo y yo soñábamos con montar una empresa de arquitectura, cuyo objetivo era ayudar a la naturaleza y a los países más desfavorecidos, creando viviendas con materiales biodegradables que aportaran bienestar, luminosidad y seguridad. Nos encantaba diseñar casas de bambú y barro cocido que se perdieran entre el paisaje natural. Gonzalo hablaba de su sueño, ser compositor y director de orquesta; tenía un don para la música, componía una sinfonía con solo oír el canto de un pájaro. Alejandro disertaba sobre la necesidad de crear y no imitar; “leer y comprender a los antiguos filósofos nos ayuda a entender un poco mejor a nuestro mundo”, nos repetía.

Para celebrar el día de la música decidimos preparar una gran fiesta; vinieron muchos de nuestros amigos, bailamos, cantamos, charlamos, jugamos a videojuegos… y nos dieron las campanadas de las seis de la mañana. Nos despedimos de nuestros amigos y nos acostamos, en particular yo me sentía muy contento, pero algo cansado. El domingo todos estábamos con resaca y nos quedamos en casa, recogiendo la terraza.

Al anochecer seguía muy cansado, me fui a dormir más temprano. Unos días después volé hacia la bóveda de la diosa Nut. Mis compañeros estaban en shock. Yo los miraba desde las brumas celestes y pude sentir su tristeza, en cambio, yo me sentía alegre, libre y mi corazón seguía latiendo al compás de la poesía de la vida. Una tarde, mis padres vinieron a recoger mis cosas. Flotaba en el aire una tristeza profunda al haberse roto un lado de ese sólido cuadrado que éramos nosotros. Mi madre abrazó a cada uno de ellos y, antes de cerrar la puerta, dijo: “Julián era muy especial, sabía que tenía una enfermedad incurable, pero sus deseos de vivir eran más fuertes que su vulnerabilidad”. Mis amigos al saber el secreto de mi enfermedad se quedaron como estatuas sal.

Dejé escrito que todos mis órganos fueran entregados a aquellos que los necesitaran. Mi corazón que latía con amor por la vida fue entregado a un niño soñador. Cuando salió de la operación, su madre lo miró con ojos llenos de amor, esperanza y agradecimiento por seguir a su lado. Él le dijo que sentía los latidos de Julián. Su madre extrañada le preguntó: ¿Cómo sabes el nombre del donante?, a lo que el niño contestó: durante la operación Julián me contó su historia, sus sueños y deseos.

“Cuando tenía cinco años me diagnosticaron un aneurisma cerebral, sabía que en cualquier momento mi vida podía pararse, pero en lugar de rendirme, una fuerza sobrenatural me envolvió y me ayudó a vivir y a amar con más ganas la vida. Mi sueño desde pequeño era construir viviendas para ayudar al planeta y a la humanidad. Mis padres conociendo mis deseos me llevaron a visitar algunos países africanos y me quedé enamorado de su gente. Ya con quince años había hecho un boceto de casas de bambú y barro cocido y mi gran sueño era realizarlo. Cuando empecé a estudiar arquitectura quise independizarme y mis padres lo aceptaron con pena y alegría. Cuando me trasladé al piso, mis ganas de vivir aumentaron al conocer a mis amigos y durante un corto periodo de tiempo compartimos nuestras vidas entre alegrías y penas, secretos y sueños; nuestra amistad quedó sellada para siempre.

Somos autor y actor de nuestra vida, hay que construir los sueños con piedras sólidas para que la base nunca se derrumbe. El futuro siempre está presente y los sueños se realizan cuando crees, no lo olvides”.

Hoy, mirando este hermoso atardecer y viendo el juego de la danza de las golondrinas, me vienen unas palabras: “el tiempo de la vida es efímero, aprovéchalo para vivir y dejar tu huella”, me dijo Julián antes de desaparecer en la bruma celeste que lo envolvió y llenó de paz mi vida. Sé que somos lazos del universo que vamos y venimos por un corto espacio de tiempo para enseñar y aprender que el viento mezcla nuestros cantos con la fragancia de la vida, solo depende de nosotros el perfume que le demos para que la flor propague su fragancia por dónde caminamos. El gran desafío de la vida es vivir desde la consciencia y sentir los latidos del corazón que baten al compás de nuestra canción, sabiendo que la vida es poesía.

El desafío del renacer

El desafío del renacer

Philoteus Jordanus Brunus Nolanus, (…) profesor de la sabiduría más pura e inocente, conocido en las mejores academias de Europa, filósofo (…), despertador de los espíritus dormidos, adiestrador de la ignorancia presuntuosa y contumaz, que profesa un amor general a la humanidad en todas sus acciones (…). (“Giordano Bruno. Filósofo y hereje”. Ingrid D. Rowland). En esta carta, Giordano Bruno describe su profundo sentir y da voz a muchas almas que anhelaban un cambio tanto en la estructura social como religiosa del momento. Su propia experiencia de la vida le llevó a tomar consciencia de que somos algo más que carne y hueso; somos energía-conciencia que desea volver a la unidad de la esencia de la que procedemos.

Tras las mentiras se esconde la verdad. En los siglos XV y XVI hubo un renacer del saber acompañado de Conocimiento. Ese proceso de búsqueda del saber fue lo que impulsó a recuperar textos, mitos, símbolos milenarios para sacarlos de nuevo a la luz. El renacimiento surgió en medio de un eclipse donde las sombras cubrieron a la luz, pero su resplandor era tan fuerte que fue visto y sentido por seres humanos que tomaron consciencia de que los sentimientos de amor proceden de esa verdad escondida por lo que decidieron ser ellos mismos luminarias al servicio de la humanidad, con el fin de que las sombras de la ignorancia y del fanatismo fueran absorbidas por ese resplandor y así recuperar el olvido que tanto sufrimiento produce. Estos hombres y mujeres lucharon hasta su último aliento para proteger el fuego de la antorcha de la sabiduría.

El renacimiento no solo pertenece a una época; ha habido muchos renacimientos desde tiempos inmemoriales; hay un renacer continuo en la vida para ayudar a regenerar al planeta y a la humanidad tal y como establecen las leyes de la naturaleza y del universo. Esos seres humanos universales hablaban el lenguaje del universo, sabían que la esencia del alma vive en cada hombre, cuyo centro es un diamante bruto que está protegido en la cripta de nuestro corazón. Ese diamante refleja, a través de su resplandor, nuestra vida interior en el exterior, manifestando nuestras ideas, acciones y sentimientos.  Se restableció la importancia de la relación del ser humano con la naturaleza. El hombre universal sabía que: el gran desafío del renacer es llegar a la Unidad desde la consciencia en la materia. Como dijo Hermes Trismegisto “Dios es una esfera infinita cuyo centro está en todas partes  y cuya circunferencia en ninguna”.  Al mismo tiempo que se producía una elevación de conciencia, su opuesto aparecía creando caos, fanatismo e ignorancia.

El conocimiento, la relación de los opuestos, la geometría sagrada, la proporción divina siguen latiendo con fuerza en nuestros días; el resplandor del sol renace cada día, dejándonos oír la música de las esferas, si sabemos escuchar el silencio. Todos los grandes seres humanos son esencia de estrellas que habitan en la bóveda celeste, protegidos por la diosa Nut y nos embriagan el alma con su dulce néctar de sabiduría, “conócete y ámate a ti mismo para que el universo te ayude, pero antes debes ayudarte a ti mismo a comprender cuál es la relación entre tú yo y el cosmos, donde todo es”.

En nuestro siglo XXI seguimos luchando por ese renacer -Unidad, Libertad, Plenitud-. Educar para sacar de la ignorancia al ser humano, mirar el pasado y sanarlo para crear el futuro son retos que la humanidad tiene como objetivo. Para experimentar la vida tenemos que coger el cayado y echarnos a caminar, que no a andar; habrá caminos estrechos y afilados,  vigilados por las sombras  del caos e ignorancia, pero la antorcha de la sabiduría sigue encendida y su resplandor llega a todas partes para iluminar el camino que conduce al conocimiento que se encuentra donde habita la esencia de las estrellas: la bóveda celeste, las piedras, los lienzos, los pergaminos, los bosques y nos sigue enviando su mensaje: “aprende a reflexionar por ti mismo, hay que ser creadores y no imitadores”; como decía Pitágoras: “Sé tú mismo y sé el universo”.

Rubén Darío, escribió el maravilloso poema “Ama tu ritmo”  que describe la esencia del universo.

Ama tu ritmo y ritma, tus acciones
bajo su ley, así como tus versos;
eres un universo de universos
y tu alma una fuente de canciones.

La celeste unidad que presupones
hará brotar en ti mundos diversos,
y al resonar tus números dispersos
pitagoriza en tus constelaciones.

Escucha la retórica divina
del pájaro, del aire y la nocturna
irradiación geométrica adivina;

mata la indiferencia taciturna
y engarza perla y perla cristalina
en donde la verdad vuelca su urna.

–oo0oo—

El hombre es cuadrado y tierra.

El Hombre es círculo y universo.

(Pixabay. Dibujo de Leonardo da Vinci. Vitruvio)

El sabio olvidado

El sabio olvidado

Este artículo es un reconocimiento a todos los sabios, incluidos nosotros mismos, cuya valía y amor han sido anulados y relegados al olvido, en especial a Yosef el carpintero —padre de Yeshua bar Yosef, más conocido como Jesús de Nazaret—. Yosef, además de carpintero de profesión, era gran Maestro esenio, sanador del cuerpo y del alma, cuya misión fue preparar y acompañar a Yeshua, física, emocional, mental y espiritualmente para que pudiera llevar a buen término la gran Obra de amor a la Humanidad.

Como padre, Yosef amó a Yeshua incondicionalmente, como Maestro lo respetó y guio; siempre estuvo a su lado para ayudarle a superar y a transformar las sombras de su corazón, como cualquier ser humano tiene en su interior. Durante dos mil años, Yosef fue relegado al olvido y   las enseñanzas de Yeshua fueron pisoteadas y olvidadas por brutales choques de fanatismo, ignorancia, codicia… enterrándolas en un pozo profundo, pero su semilla germinó creciendo a través de la oscuridad y emergiendo después de un largo camino como un loto blanco en señal de fuerza y belleza.

Aparte de Yosef, Yeshua tuvo otros muchos maestros —esenios, druidas, hindúes, persas, egipcios, chamanes…— su formación fue un compendio de diversas filosofías y saberes a través del planeta, pues la esencia del amor es universal y cada filosofía basada en el amor contiene la esencia divina. Durante su intensa formación, tanto sus Maestros como Yeshua dejaron claro que la fe es una experiencia propia que hay que vivirla y no una creencia a ciegas; también hicieron hincapié en no crear dogmas, religiones ni construir espacios cerrados donde fuera el único lugar aceptable para hablar con el Eterno; todo en el planeta es espíritu transformado en diferentes manifestaciones y todo ha sido creado por el Creador, por lo tanto, cualquier lugar es perfecto para el contacto directo de corazón a corazón sin necesidad de intermediarios; esta enseñanza también fue ocultada y tergiversada por religiosos fanáticos y hombres de poder.  Ningún fanatismo escribe bellas baladas.

A través de la Historia, muchos sabios como Akenatón, Hipatia, Pitágoras, Sócrates, Avicena, Isaac Luria… y otros miles más, lucharon para integrar, en la vida cotidiana de las personas, la máxima: “ámate y conócete a ti mismo para poder conocer el universo de tu alma que todo contiene y todo puede realizar”. A pesar de los milenios transcurridos, seguimos viviendo en la sombra del sol —en las apariencias engañosas del exterior, en imponer nuestros criterios, en poseer en lugar de ser creando necesidades innecesarias, nos escudamos en nuestras máscaras para hacernos creer que somos otras personas, lo que trae sufrimiento, resentimiento y frustración, impidiéndonos bucear en nuestro interior porque tenemos miedo de ver en qué nos hemos convertido—. El camino hacia dentro genera luz en el corazón; cuanta más sombra se diluya en la luz, más luz sembraremos en los áridos campos del olvido. Toda vivencia es necesaria, tanto exterior como interior, para transformar y recordar que el objetivo del camino siempre es amarse y conocerse a uno mismo.

Al igual que Yeshua estuvo rodeado de maestros que le enseñaron a transformar sus bajos instintos como ser humano para llegar a ser un ser espiritual, nosotros también tenemos maestros que nos enseñan en nuestra vida cotidiana para aprender de nuestras experiencias y descubrir nuestros más bajos instintos, solo así podemos aceptarlos y transformarlos; como seres humanos somos seres de luz y sombra, ambas necesarias para esculpir nuestro nuevo yo. También existen seres invisibles que nos envían sus mensajes a través de intuiciones, sentimientos, susurros para que la antorcha del recuerdo vivido vuelva a iluminar el tesoro de nuestra alma. A medida que aprendemos a elevar nuestra conciencia, podemos observar maravillados la trama de los acontecimientos de nuestra vida; todo está entrelazado por hilos de energía dorada que abren la puerta del alma, invitándonos a ver la flor del corazón cuya semilla se alimenta de luz; en cambio, cuando ignoramos esos mensajes nuestra vida se vuelve árida por haber perdido los nutrientes de la esencia del amor.

El hombre que no se reconoce como su propio creador es porque tiene atada a su conciencia las bridas de la ignorancia y del temor, al dejarse arrastrar por los ríos de las leyes impuestas de la sociedad, contrarias al universo. Sócrates hablaba de la bondad, de la belleza, de la sabiduría, del respeto, del valor, todo necesario para amarse y conocerse y así vivir la vida que se merece. Decía: “la vida sin discernimiento, no merece la pena ser vivida”. Los valientes bucean en el océano de la vida; los débiles se dejan arrastrar por mareas de ríos que fluyen en dirección contraria y viven a través de la máscara del olvido.

Las enseñanzas de los sabios siguen brillando hoy en día; nos recuerdan que somos un ser espiritual con luz propia encarnado en ser humano al que debemos respetar y honrar; depende de cada uno de nosotros que encendamos o apaguemos la antorcha del recuerdo vivido, esencia del alma, principio que todo es, fue y será.

(foto privada)

La alquimia y el aire

La alquimia y el aire

Desde el principio de las fuentes históricas, ya sean en papiro o piedra, siempre el ser humano ha intentado responder a sus preguntas y, después de reflexionar, ha dejado su huella.

El libro más antiguo del mundo es el papiro Prisse (1900 a.n.e.) y sus variantes. Entre varias enseñanzas, otras están de Ptahhotep, de la V dinastía, que nos ha dejado normas de vida para una coexistencia pacífica y para que cuando naveguemos hacia el occidente, la pluma no pese.

Hoy en día ese manuscrito sigue estando en vigor, algunos ejemplos:

“Corrígete tú mismo y evita que otro te corrija”.

“El respetuoso prospera y el hombre recto es favorecido”.

“No seas ansioso hacia la carne en presencia de alguien codicioso. Toma cuando te dé y no lo rechaces, pues resulta que así se calmará”.

Por lo tanto, nuestra herencia no solo proviene de Grecia y Roma, sino de Egipto, la madre de las civilizaciones. Estas enseñanzas sapienciales fueron para la formación de futuros altos cargos de Egipto para que dirigieran al pueblo con respeto y sabiduría. Muchos sabios fueron a Egipto para recibir la iniciación —Ferécides, Pitágoras, Platón, Yeshua Ben Joseph…— y cuando regresaron a sus ciudades envolvieron esa sabiduría en un lenguaje popular para que la gente entendiera, pero siempre haciendo hincapié en que la virtud es fundamental en los gobernantes y ciudadanos.

La sabiduría egipcia ha sido y es una forma de vida y sus ecos resuenan en cada rincón del planeta a través de los susurros del aire, de la belleza de la naturaleza y de un corazón abierto. Esas voces de los sabios revolucionarios se siguen oyendo en la actualidad con mucha claridad y fuerza, voces que se alzan para decirnos que dejemos a un lado el conflicto para que la sabiduría pueda circular libremente por todos los horizontes.

Estos sabios siempre han hablado de la sabiduría de la naturaleza – si la observamos vemos que el universo se encuentra en el rocío de una rosa en primavera como en la escarcha de una hoja en invierno—; hablaban del orden del mundo —del equilibrio individual y social—; hablaban de filosofía y del origen de lo creado; hablaban de la importancia de saber que somos libres y dueños para realizar nuestro propio destino porque cada uno es el creador de su camino; hablaban de que los seres humanos debemos buscar nuestro bienestar mediante el respeto y el conocimiento. Pero lo más importante era hablar de la naturaleza del alma, esencia de vida. Ellos escuchaban la voz incitante de su destino, destino que cada uno había creado. Nada ha cambiado en nuestros días, seguimos generando nuestra propia senda con nuestras decisiones.

Estos seres han cambiado el mundo al abrir las puertas a otras realidades y lo han conseguido a través de su propia conexión a la conciencia, liberando su espíritu de la prisión de piedras y dogmas. Se enfrentaron al poder político y religioso de su época, volaron por encima de las ideas preconcebidas y estáticas y pagaron un alto precio.

Sus enseñanzas son rayos de luz que ni se compran ni se venden y siguen vigentes en nuestros días al traspasar las murallas levantadas por la ignorancia, el fanatismo, la crueldad. La tibieza no es tolerada, pues trae desconfianza, herramienta que cava surcos donde nace la maleza. Dependemos de nosotros mismos y no de un ego amenazado que nos induce a agarrarnos al miedo.

¿De qué sirve una vida si ignoramos el alma? El alma nos da alas para volar —esperanza para crear una vida mejor y valores para evolucionar—. No se puede delegar el poder del propio corazón en otras manos. La búsqueda de la sabiduría no es un acto de voluntad, el que busca no lo puede evitar porque es su destino, siempre va dando pasos, yendo hacia alguna parte sin llegar a ninguna. Esa búsqueda nos conduce a nuestra alma una vez rasgado los velos que nos impiden ver la luz que atraviesa las fisuras invisibles de las murallas de la ignorancia que no saben de libertad al no saber volar.

Ellos aprendieron del rumor de las hojas, de la belleza de los lagos y montañas, del vuelo de las aves, de la fuerza del rayo. Sus enseñanzas siguen viajando a través del aire y resuenan así: “ama a los demás como a ti mismo. Respeta tu vida y trátate con delicadeza. Busca en el interior tu riqueza y compártela con el exterior sin imponer nada. No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan. Venera tu esencia cósmica como ser divino. Cada uno debe encontrar el camino hacia su propio poderío interior”.

Sus enseñanzas no son ideas o palabras huecas, son formas de vida.

Buda decía: “No creas nada, no importa donde lo has leído o quién lo dijo, no importa si lo he dicho yo, a no ser que esté de acuerdo con tu propia razón y sentido común”. Los intermediarios no son necesarios, solo el amor incondicional puede llegar a la esencia del Creador.

Nadie elude impunemente las citas que le depara su vida según las decisiones tomadas.

(Foto de “La Sabiduría de las palabras”)

Maestros revolucionarios

Maestros revolucionarios

Desde el principio de las fuentes históricas, ya sean en papiro o piedra, siempre el ser humano ha intentado responder a sus preguntas y, después de reflexionar, ha dejado su huella.

El libro más antiguo del mundo es el papiro Prisse (1900 a.n.e.) y sus variantes. Entre varias enseñanzas, otras están de Ptahhotep, de la V dinastía, que nos ha dejado normas de vida para una coexistencia pacífica y para que cuando naveguemos hacia el occidente, la pluma no pese.

Hoy en día ese manuscrito sigue estando en vigor, algunos ejemplos:

“Corrígete tú mismo y evita que otro te corrija”.

“El respetuoso prospera y el hombre recto es favorecido”.

“No seas ansioso hacia la carne en presencia de alguien codicioso. Toma cuando te dé y no lo rechaces, pues resulta que así se calmará”.

Por lo tanto, nuestra herencia no solo proviene de Grecia y Roma, sino de Egipto, la madre de las civilizaciones. Estas enseñanzas sapienciales fueron para la formación de futuros altos cargos de Egipto para que dirigieran al pueblo con respeto y sabiduría. Muchos sabios fueron a Egipto para recibir la iniciación —Ferécides, Pitágoras, Platón, Yeshua Ben Joseph…— y cuando regresaron a sus ciudades envolvieron esa sabiduría en un lenguaje popular para que la gente entendiera, pero siempre haciendo hincapié en que la virtud es fundamental en los gobernantes y ciudadanos.

La sabiduría egipcia ha sido y es una forma de vida y sus ecos resuenan en cada rincón del planeta a través de los susurros del aire, de la belleza de la naturaleza y de un corazón abierto. Esas voces de los sabios revolucionarios se siguen oyendo en la actualidad con mucha claridad y fuerza, voces que se alzan para decirnos que dejemos a un lado el conflicto para que la sabiduría pueda circular libremente por todos los horizontes.

Estos sabios siempre han hablado de la sabiduría de la naturaleza – si la observamos vemos que el universo se encuentra en el rocío de una rosa en primavera como en la escarcha de una hoja en invierno—; hablaban del orden del mundo —del equilibrio individual y social—; hablaban de filosofía y del origen de lo creado; hablaban de la importancia de saber que somos libres y dueños para realizar nuestro propio destino porque cada uno es el creador de su camino; hablaban de que los seres humanos debemos buscar nuestro bienestar mediante el respeto y el conocimiento. Pero lo más importante era hablar de la naturaleza del alma, esencia de vida. Ellos escuchaban la voz incitante de su destino, destino que cada uno había creado. Nada ha cambiado en nuestros días, seguimos generando nuestra propia senda con nuestras decisiones.

Estos seres han cambiado el mundo al abrir las puertas a otras realidades y lo han conseguido a través de su propia conexión a la conciencia, liberando su espíritu de la prisión de piedras y dogmas. Se enfrentaron al poder político y religioso de su época, volaron por encima de las ideas preconcebidas y estáticas y pagaron un alto precio.

Sus enseñanzas son rayos de luz que ni se compran ni se venden y siguen vigentes en nuestros días al traspasar las murallas levantadas por la ignorancia, el fanatismo, la crueldad. La tibieza no es tolerada, pues trae desconfianza, herramienta que cava surcos donde nace la maleza. Dependemos de nosotros mismos y no de un ego amenazado que nos induce a agarrarnos al miedo.

¿De qué sirve una vida si ignoramos el alma? El alma nos da alas para volar —esperanza para crear una vida mejor y valores para evolucionar—. No se puede delegar el poder del propio corazón en otras manos. La búsqueda de la sabiduría no es un acto de voluntad, el que busca no lo puede evitar porque es su destino, siempre va dando pasos, yendo hacia alguna parte sin llegar a ninguna. Esa búsqueda nos conduce a nuestra alma una vez rasgado los velos que nos impiden ver la luz que atraviesa las fisuras invisibles de las murallas de la ignorancia que no saben de libertad al no saber volar.

Ellos aprendieron del rumor de las hojas, de la belleza de los lagos y montañas, del vuelo de las aves, de la fuerza del rayo. Sus enseñanzas siguen viajando a través del aire y resuenan así: “ama a los demás como a ti mismo. Respeta tu vida y trátate con delicadeza. Busca en el interior tu riqueza y compártela con el exterior sin imponer nada. No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan. Venera tu esencia cósmica como ser divino. Cada uno debe encontrar el camino hacia su propio poderío interior”.

Sus enseñanzas no son ideas o palabras huecas, son formas de vida.

Buda decía: “No creas nada, no importa donde lo has leído o quién lo dijo, no importa si lo he dicho yo, a no ser que esté de acuerdo con tu propia razón y sentido común”. Los intermediarios no son necesarios, solo el amor incondicional puede llegar a la esencia del Creador.

Nadie elude impunemente las citas que le depara su vida según las decisiones tomadas.

Foto privada