Cuando el amor muere, toda la tierra llora su muerte y las almas de hombres y mujeres se visten con su manto de color azabache. Tenemos que aceptar los sobresaltos del mundo, pero no somos ciegos ni ingenuos. En estos momentos tan difíciles para toda la humanidad y el planeta —donde no existe diálogo ni compromiso; donde el genocidio crea el reino del terror; donde las bandas y la droga imponen sus leyes; donde la deforestación de bosques enteros y la contaminación de las aguas son cada vez más alarmantes; donde el éxodo, hambre y sed crean tantos estragos; donde la avaricia del poder es una boca abierta sin fondo; donde la impunidad y la corrupción forman parte de los gobiernos democráticos; donde los derechos humanos son violados constantemente; donde la dignidad humana está siendo despojada; donde nos empeñamos en matar a la vida—, nos hemos olvidado del valor de ser humanos, nos hemos olvidado que no vivimos en callejones sin salida, nos hemos olvidado que podemos luchar en la fuerza de la no violencia para restablecer los valores perdidos.

Estamos tan obsesionados con el exterior, con poseer, con ganar que nos hemos olvidado del amor. Paradoja, ya que todos buscamos y anhelamos el amor. El amor reside en el alma de cada persona, no se compra ni se vende. El amor es la fuerza más poderosa del universo porque es la que fuerza que permite transformar la esclavitud en libertad, la vileza en dignidad, el miedo en respeto, la injusticia en justicia. El amor enciende la llama del coraje para vencer al miedo, liberándonos para abandonar la necesidad de dominar a los demás.

No podemos permitir seguir caminando de puntillas, hay que caminar con paso firme y hay que dejar atrás los valores y actitudes arcaicas, pues ya no son válidos; la vida y la sociedad cambian hacia valores de respeto e igualdad. Ha llegado el momento de liberarnos de las presiones de valoración que nos imponen para volar en libertad y proclamar que cada uno de nosotros tenemos voz en ese coro llamado humanidad y al que algunos intentan silenciar.

Todo lo que estamos provocando va en detrimento nuestro —hay que evaluar las situaciones que provocamos y su efecto a nuestro alrededor—. Es mejor ser un observador silencioso, hablar con sabiduría y discernimiento que hablar con palabras vacías que no llevan a diálogos ni a compromisos. No podemos crear nada si no estamos predispuestos a luchar, amar y perdonar.

El amor nos ayuda a evolucionar a planos de conciencia más elevados como es la búsqueda de la serenidad y de la alegría que proporcionan entusiasmo a la vida y nos dan fuerza y coraje para adentrarnos en nuestras adversidades donde hay esperanza y oportunidades.

Sin amor no hay vida. Sin amor no se puede gobernar un país, pues caeremos en el despotismo, no habrá respeto ni dignidad, justicia ni libertad.  Sin amor no se puede crear ningún tipo de proyecto fructífero por el bien de todos y del planeta. Sin amor no habrá respeto ni educación, ya que la falta de amor es el odio, la venganza, la destrucción y estos sentimientos duros crean mares de rocas, lo que trae consigo debilitamiento, incertidumbre y violencia.

Es el momento de la unión de las culturas, cada una con sus diferencias —creencias, tradiciones, lenguas— para que todas aprendamos de todos y podamos disfrutar de ellas; es la hora del diálogo, de la reconciliación, de erradicar todas esas situaciones terribles que padecemos en mayor o en menor medida. Es hora de creer en el amor no como posesión, sino como esencia de creación para un bien mayor que es el bienestar de la humanidad entera.

El amor es la esencia de la semilla de la vida en todas sus manifestaciones, y a la que tenemos que proteger para que siga habiendo vida en el presente y en el futuro.

“… Enciende con tu mano la nueva música del mundo,

la canción marinera de mañana,

el himno venidero de los hombres…”

(León Felipe 1884-1968)

(Dibujo Lorena Ursell. “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”).