Una vez más en la historia de la humanidad, la vida nos sacude para que salgamos de nuestro profundo letargo que nos provoca la falta de conciencia. Mientras estamos en una situación confortable, sentados en el sofá de nuestra zona de confort, pensamos que nada puede cambiar y nos creemos eternos y fuertes, pero la vida llama a nuestra puerta sin avisar y nos zarandea, volviéndonos frágiles y vulnerables.
Los seres humanos hemos generado tanta crueldad y violencia a través de la historia que, una vez más, hemos vuelto a alcanzar su punto álgido; durante muchos años hemos intentado aniquilar a la familia Humanidad sometiendo a millones de personas a un sufrimiento atroz con guerras sin sentido, ausencias de derechos humanos, maltratos, injusticias…; a la naturaleza y a sus habitantes los matamos poco a poco con la polución, no respetamos nada. Un parón a nivel global ha sido necesario para volver a equilibrar ese desequilibrio feroz y mortal.
La Naturaleza agradece este parón para restablecer su equilibrio —aire más puro, aguas cristalinas, comida en los océanos exentas de plásticos, animales que se sienten en seguridad y podrán perdurar su especie—. En cuanto a nosotros, seres humanos, valoramos más a la familia, a los amigos verdaderos, pues de tanto correr y correr los habíamos dejado muy atrás en nuestras vidas.
Cuando una célula enferma, el cuerpo humano entero enferma, lo mismo sucede con la familia Humanidad, cuando uno enferma, los demás enferman y ahora, en estos momentos difíciles, la humanidad entera está en peligro y todos debemos tomar consciencia de que nuestra vida anterior no era la mejor. El mundo se ha paralizado y ha dicho ¡basta! Ha llegado el momento de ser solidarios y generosos con conciencia; ha llegado el momento de que los líderes de los países sean conscientes —de una vez y para siempre— que la vida es más importante que poseer un sillón en un despacho, deben tener como prioridad la salud y el bienestar de los ciudadanos del mundo y no seguir jugando a ser dioses de barro. Durante muchos años los recursos económicos se han destinado a armas para guerras en beneficio de unos cuantos y en perjuicio de muchos, en lugar de invertir en investigación científica, sanidad, vivienda, educación tan necesarias hoy en día.
Los actuales acontecimientos producidos por el COVID-19 están trayendo una serie de profundos cambios a la humanidad entera y uno de esos cambios es tomar conciencia de nosotros y de nuestros actos. A esta pandemia no le interesa el pasaporte, el DNI, la profesión, el estatus social o la cuenta corriente de nadie, ante ella todos somos cuerpos biológicos, todos vulnerables y todos podemos ser vencidos por ese enemigo invisible. En estos momentos tan delicados y complejos, nos hemos dado cuenta de que no existen credos, colores de piel, culturas, solo existimos cuerpos humanos queriendo sanar esas células enfermas que nos matan. Ha llegado el momento de pensar en la Humanidad como unidad.
Estos momentos de reflexión nos ayudan a descubrir quiénes somos, analizar nuestro comportamiento y sus consecuencias. Dependiendo de nuestro comportamiento, estas reflexiones escuecen más o menos, pero al cabo de unos días ese escozor se transforma en un bálsamo de comprensión y nos ayuda a comprobar, sin juicios, que el futuro no existe y que hemos perdido gran parte de la vida corriendo hacia ningún lugar, proyectando una película de imágenes inexistentes, excepto para nuestra mente.
Nada puede cambiar si nosotros no lo deseamos, y para ello debemos ser responsables de nuestros pensamientos y acciones. Para aprender a ser conscientes debemos saber lo que nos pasa. Nos hemos olvidado de reír —de intercambiar sonrisas, palabras agradables y agradecidas, miradas alegres y serenas— por estar inmersos en un mundo material y egoísta, de competición, de no mirar por los demás solo de pisotear. Ahora nos damos cuenta de que tanta competición, que tanta codicia, que tanto egoísmo no sirven de nada. El mundo nos ha parado y nos ha hecho más frágiles y vulnerables de lo que ya éramos. Pero también nos regala el rayo de luz llamado conciencia, que empieza a anunciar que el crepúsculo deja paso a un nuevo día.
Todas estas enseñanzas que cada uno de nosotros vivimos en nuestra piel nos llevan a tomar conciencia de uno de los problemas más urgentes a resolver, el de los niños y jóvenes que deben estar preparados no solo física, emocional o mentalmente al gran cambio sino también espiritualmente, ya que deben comprender y asimilar que lo primero es respetarse a sí mismos y a los demás; que deben buscar soluciones y no rupturas; que deben prepararse con fuerza y coraje para no utilizar la venganza sino el perdón; que deben prepararse con sabiduría para la tolerancia, la justicia, la paz, y la libertad. Deben prepararse para aceptar que todos somos seres humanos con derechos y responsabilidades y para este gran cambio es necesario la educación, vivienda, sanidad, libertad, paz, progreso, compromisos y alternativas…—. Las futuras generaciones tienen la gran responsabilidad de empezar la creación de un mundo mejor por los cimientos, tomando conciencia que deben prepararse para futuras pandemias que tocan al mundo no solo a nivel biológico sino emocional, mental y espiritual, siendo este, la clave para poder cambiar, y esa educación empieza en las familias.
El cambio en el mundo nos lleva a plantar una semilla de color con aromas de primavera en nuestro micro jardín del universo para que todos podamos disfrutar de la nueva vida en el planeta como una gran familia, Humanidad. Los cimientos para construir un jardín lleno de colores, aromas y belleza son los valores que hemos olvidado y que ahora recuperamos —honor, lealtad, honestidad, integridad, fuerza, dignidad, coraje, sabiduría, generosidad…—, sin valores volveremos a ese mundo anterior y todos conocemos sus consecuencias.
Ahora es el momento del cambio, de ver a la Humanidad como unidad, de romper los muros de separación para crear puentes de unión.
(foto privada)