Después de tantas historias fascinantes con algunos seres humanos a través del mundo, nos preparamos para una nueva aventura, el clarín ha sonado para reagruparnos en nubes, los vientos soplan y así comienza el baile para descender a la Tierra.
Esta vez los vientos nos llevan a un hermoso y tranquilo paraje en medio del Atlántico, una pequeña isla poblada por gentes amables y generosas. Hay un volcán cuya energía es especial, aunque muchos lugareños lo hayan olvidado. Existen montañas muy altas de lava que crean paisajes muy hermosos que dan vida a épocas pasadas. El choque entre dos nubes produjo un fuerte destello de luz y formamos unos fuegos artificiales de gotas doradas que bañaban esa naturaleza extraordinaria.
Me llamo Lúa, en esa época tenía diez años, era traviesa, vivaracha y muy alegre. Vivía en un pequeño pueblo de pescadores en una pequeña isla del Atlántico. Iba al colegio de mi barrio. Era obediente, aunque no estaba de acuerdo con muchas cosas tanto en casa como en el colegio. Esto ya me trajo algún que otro problema a mi corta edad, pero vivir como una marioneta nunca me gustó. Soy diferente solo por el hecho de no seguir la corriente.
Todo comenzó hace muchos años cuando una noche de verano empezó a caer una gran tormenta de rayos y mucha agua. Sentí una curiosa sensación, necesitaba salir al jardín para sentir esa fuerza indomable de la naturaleza, oía gritar a mi madre: “¡no salgas!”, sin embargo, no pude contener ese impulso y salí. Vi una cortina de agua cristalina con destellos dorados, caía con tal ímpetu que me quedé embriagada y paralizada al contemplar esa belleza. Sentí una energía tan grande que abrí los brazos para recibir ese baño de agua de las estrellas. Recuerdo que por mi cara fluían pequeños riachuelos y una gota dorada penetró en mi boca, sentí un extraño sabor en mi garganta.
En ese momento, mi pequeño cuerpo se convirtió en el universo donde el vacío y el todo eran uno, millones de puntos luminosos en continuo movimiento, cuya vibración producía una música sutil y armoniosa. Vi un puntito en el infinito universo, la Tierra. Observaba todo el conjunto a la vez y recordé que muchas veces, en esos momentos de silencio perfumado por las estrellas de los jazmines, miraba al cielo y veía chispas doradas, moviéndose en el aire a toda velocidad, sin chocar, todo está impregnado de ellas. Mi mirada volvió a ese universo de puntos luminosos; de pronto un grito me devolvió a la realidad física, esa experiencia duró una milésima de segundo, fue instantáneo, pero mi alma todo absorbió. Mi madre enfadada salió a buscarme y me hizo volver a casa. Esta vez su regañina no me importó, ese instante mágico cambió mi vida para siempre. Mis padres estaban acostumbrados a mis “arrebatos incoherentes”, mi comportamiento no les parecía el apropiado a una niña pequeña.
Decidí no contar mi experiencia, esa noche soñé con riachuelos que nacían en la ciudad de cristal, con reflejos de colores del arcoíris que recorrían mi cara, como rayos dorados que desembocaban en el océano de mi corazón, algo cobraba vida en mi interior. En el silencio de la noche estelar oí notas musicales que envolvían mi alma, oí una voz: “aunque pequeña, eres curiosa y valiente, tesoro que debes guardar siempre; siente la magia de tu alma para que elijas quien quieres ser; cada mañana el sol iluminará tus ojos para que paso a paso comprendas el sentido de tu vida. No seas una marioneta, sigue tu camino, posees el coraje de tu corazón y la valentía de tu alma, ambos necesarios para levantarte cuando caigas y seguir avanzando por el camino del silencio de los jardines de la vida. Solo encontrarán alegría en el juego de la vida, las personas que se maravillan cuando ven la belleza y el coraje de una flor que lucha por nacer en una roca; las personas que se embriagan del perfume del rocío de las estrellas; las personas que oyen el vals del otoño cuando las hojas caen al ritmo del viento para unirse a la tierra y volver en primavera. Afronta la realidad y no te dejes embaucar por los miedos que se forman en tu imaginación. Cuando te sientas confundida ve a tu corazón donde todo guarda su memoria y te recordará que para avanzar caerás y te levantarás con más fuerza y claridad”.
La esfera dorada me llevó a través de mares y montañas para que viera la grandeza y belleza de la naturaleza. Nos adentramos en montañas primigenias, valles con hermosos árboles centenarios, ríos impetuosos donde habían crecido grandes civilizaciones que dejaron una huella en los templos construidos según el código de belleza. En un momento dado, la gota dorada se posó sobre un loto blanco que crecía en un precioso lago de montaña, tranquilo y sereno, donde se reflejaba el cielo, que solo la brisa del viento lo mecía suavemente cantando canciones de antaño. Visitamos las profundidades del lago, ese mundo subterráneo tan rico y diverso cuyas raíces son el alimento de todo lo que vemos. No soy Lúa, soy parte de ese misterio del universo que todo contiene y es.
Me desperté serena, rememoré mi sueño y esa voz del aire se hizo palabra en mi diario. Sentía esa fuerza que vibraba en mi interior y me empujaba a buscar respuestas, ese instante mágico fue mi punto de inflexión. El día era, como siempre, soleado, salí a coger lapas con mis amigos, disfrutaba de su compañía, de nuestras risas y juegos. También había un deseo oculto, deseaba sentir esa magia del agua, sin embargo, solo sentí un recuerdo, y, una vibración muy profunda me hizo llorar, supe que esa maravillosa gota de agua se unía a ese gran océano azul para poder elevarse de nuevo al mundo celeste y proseguir sus viajes eternos en el corazón de los humanos. Le agradecí con toda mi alma esta aventura.
A partir de ese momento fui “normal” para mis padres y amigos y “diferente” para mí, la magia de mi universo interior empezó a germinar como una semilla. De niña fui muchas veces incomprendida; solitaria, de adolescente y feliz de madura. He pasado por cientos de aventuras, con caídas y sueños rotos, pero me he levantado porque esa voz me repetía: ¡no te rindas! Así mi vida se ha ido forjando con mis decisiones y hoy soy la persona que quiero ser, vivo la vida que me hace crecer y sentir bien. La vida es el camino de regreso a la conciencia universal, comprender nuestros pensamientos, emociones, acciones, para decidir si queremos nutrirnos del mundo celeste y terrestre o solo de las apariencias exteriores. Los seres humanos tenemos la capacidad de crear y destruir, solo depende de nuestra elección.
Recuerdo a menudo la extraordinaria experiencia de la gota dorada, la magia de la vida, los misterios de los seres humanos que van unidos a los misterios de la naturaleza, por eso nos sentimos tan bien cuando estamos en medio de un bosque, del mar, de la montaña porque la naturaleza nos ama y nos protege. Heráclito decía: “La naturaleza ama esconderse, sin embargo, revela sus misterios a quien la ama”, somos parte de ese mundo visible e invisible.
Los padres tenemos la responsabilidad de ser guías para nuestros hijos y no imponer nuestros criterios a golpes sin dialogar con ellos. Los niños deben ser respetados, amados y dejar que su creatividad emerja y se desarrolle; todos los niños tienen un gran poder de captación, de observación, de sentimiento, de creatividad que no hay que apagar, sino todo lo contrario, seguir alimentando esa llama de vida que es la que guiará sus vidas.
(Foto privada)