Ítaca, patria de los dioses terrestres, humanos valientes y aventureros que caminan a hombros de gigantes para alcanzar la sabiduría, saben que, a pesar de las duras pruebas, siempre están acompañados por una corte de espíritus celestes.

Ítaca, su sonido evoca recuerdos y sensaciones de un pasado lleno de héroes y magia. Aventureros en búsqueda de sí mismos, cuya fuerza surge de su voluntad y se alimentan de ella; no temen ir hacia el horizonte al que nunca se llega, ni embarcarse en barcos de madera para que sus remos rompan la seda del aire y les traiga mensajes mientras que las olas los llevan en su cresta para que vean la estela que dejan para otros aventureros que buscan también la ruta de los tesoros del alma.

La vida es un continuo cambio y renovación, su movimiento está entrelazado a las leyes naturales y no a lo que los seres humanos desean. En esa búsqueda por comprender lo que es la vida sobrevivimos imaginando que galopamos sobre un caballo blanco, aunque olvidamos que es un caballo salvaje; vamos construyendo sueños lejanos e inaccesibles, por lo tanto, inexistentes porque solo son vanas ilusiones. Durante nuestra travesía, vemos estrellas que son flores de luz, escuchamos entrecortada la voz del viento y el rugido del alma de la tierra, muchas veces navegamos sin rumbo, pero, la voz de nuestra alma nos hace oír melodías eternas de Ítaca, nuestro paraíso perdido, tan lejano y tan cercano.

Sin embargo, muchas veces ahogamos esa melodía porque nos empeñamos en la lucha de vivencias superfluas e innecesarias. Nos perdemos en el vientre oscuro de la noche y aunque veamos las flores de luz brillando en lo alto que nos recuerdan nuestro paraíso, preferimos cerrar los ojos y encerrarnos en las oscuras angustias y temores de la ignorancia y del miedo. En esos momentos sombríos, cuando brotan de los ojos ríos salados de amargura y cansancio, una fuerza interior surge para que sigamos luchando en medio de la oscuridad, esa fuerza nos hace mirar hacia arriba y ver héroes en las constelaciones que nos invitan a seguir los pasos de los aventureros.

Los héroes aventureros, en búsqueda de sí mismos, saben que Ítaca es la sabiduría que abre las puertas del cosmos, de la naturaleza y de nuestra alma, pero para llegar hay que pasar por pruebas, experimentar las vivencias y decidir qué camino debemos seguir.

Hay que dejar caer las máscaras para descubrir la belleza que se esconde detrás. La vida es como un río, a veces, hay grietas por donde el agua se escapa, otras enormes piedras en medio del cauce, sin embargo, el agua no se altera por ese cambio, sino que encuentra otro camino para seguir fluyendo disfrutando de su serenidad.

Sabemos que el cuerpo es una propiedad temporal en la vida terrestre y el alma es atemporal y eterna. Ítaca nos enseña que no hay mayor viaje que buscar los tesoros del alma. Cuando encontramos los tesoros del alma y vemos la riqueza de nuestro ser, creamos jardines en lugar de ruinas; construimos parques de risas en lugar de trincheras; plantamos árboles en vez de masacres. Esos lazos invisibles y tangibles entre el alma y el cuerpo, crean armonía y belleza, pilares de nuestra patria, Ítaca, gruta dorada del alma.