Un punto de inflexión es la forma natural que tiene la vida de marcar el antes y el después de una experiencia y nos lleva a la línea de salida para otra nueva vivencia, dándonos la oportunidad de dejar atrás al antiguo yo y renacer al nuevo yo.

Toda nuestra vida es un sendero por el que debemos recorrer paso a paso; la libertad es el derecho que tenemos para transitar conforme a nuestras elecciones, las cuales siembran nuestro camino. Nuestra actitud optimista o pesimista nos pone en un camino u otro, llevando en nuestra memoria celular la huella que nos ha dejado nuestra experiencia anterior a nivel físico y psíquico —cada emoción tiene una carga emotiva, lo que provoca reacciones en el cuerpo biológico—; no podemos olvidar que la perseverancia y el esfuerzo son recompensados.

El camino de la libertad exige consciencia y responsabilidad. La libertad interior refleja nuestro mundo exterior del cual somos autor y actor.  Antes de sentir la magnificencia de la libertad hay que comprenderla; mientras vivimos en el mundo del ego, damos vueltas y vueltas en nuestro laberinto de pensamientos intransigentes, dogmáticos, etiquetando erróneamente cualquier creencia o diferencia que no comprendemos por ser diferente a la nuestra; con la incomprensión nace el juicio que nos encadena a ese dolor que proviene de nuestra elección. Hay que aprender a desaprender los conceptos impuestos, las medias verdades e ideas erróneas que nos han inculcado desde pequeños y mucho antes; solo así podemos empezar a ver para aprender a observar nuestro cuerpo biológico y nuestra psique que nos mandan señales de que algo no va bien, ayudándonos a comprender lo que nos pasa para corregir nuestros errores en lugar de iniciar una lucha interna y externa que solo hiere a todos.

El deseo es uno de los carburantes más poderosos que poseemos los seres humanos. La libertad implica un cambio en nuestra vida y cuando estamos en la línea de salida estamos preparados para trascender los velos que nos envuelven y ver lo que hay detrás de ellos, la Vida. Muchos anhelan dicho cambio, pero se sienten incapaces de hacerlo debido al miedo y prefieren seguir viviendo en su vulnerable protección, han olvidado que el antídoto al miedo es el coraje que existe dentro de ellos. Una vida sin entusiasmo es vivir en la indiferencia, en la monotonía del aburrimiento de nosotros mismos.

La vida de los seres humanos está definida por la polaridad, pero cuando unimos esas dos fuerzas opuestas encontramos el equilibrio que nos lleva a la unidad y no a la división, es decir, a vivir la vida con una mente abierta y no egocéntrica.  Vivir es estar en la polaridad, crear o destruir; la libertad nos permite elegir, sabiendo que todo tiene su efecto y causa.

El camino de la libertad es el camino de la sabiduría cuyos puntos de inflexión, a través de nuestra experiencia, nos hacen sentir que somos capaces de elevar nuestra consciencia para engendrar el embrión de trascendencia que nos lleva a una vida mejor. La libertad nos proporciona coraje y nos muestra el objetivo que deseamos alcanzar cuando luchamos por un mayor bienestar tanto individual como social. Todos tocamos en positivo o en negativo la creación de nuestro mundo y nos acerca a las diferencias de los demás. Hay que abandonar el rechazo de reconocer al otro el derecho de pensar diferente, de respirar a su ritmo, de amar cuando su corazón vibra.

El camino de la libertad es nuestro sendero de vida y se alimenta con nuestras decisiones, si son optimistas construiremos pueblos de soñadores —restituyendo la memoria de los valores perdidos en la humanidad—, donde la utopía triunfa sobre la distopía; si son pesimistas seguiremos en nuestro mundo conflictivo, creando guerras y caos que solo nos trae sufrimiento y dolor porque los valores de la humanidad siguen perdidos.

Todo depende de nuestra elección porque somos libres de elegir, así es el ciclo natural de la vida.

(foto privada)