Ojos negros

Ojos negros

Este poema es un canto a todos los refugiados y a todos los que tienen que huir de su país por la crueldad con que son tratados.

Se han olvidado de mí

que nací del amor

y vivo y muero en el temor.

Ojos suplicantes, cara manchada,

manos sucias y pies descalzos

ahora solo soy un refugiado.

Muchos gobiernos hablan de la paz

y del hambre, pero no hay resultados.

¡Sigue la guerra para conquistar mi tierra!

Yo soy un ejemplo entre miles de refugiados

que vivimos sin vivir con hambre y sed,

sin abrazos ni ternura, solo a base de latigazos.

A veces recibo una moneda,

otras, cierran puertas con una mirada despectiva,

y rara vez, recibo una mirada compasiva.

Nos encierran entre rejas oxidadas,

olvidándose de niños, mujeres y hombres

que viven solos y buscan un camino,

somos seres humanos y no mercancía.

Somos víctimas de un poder mundial

que solo piensa en ellos,

da igual si destrozan familias y alegrías,

tierra y naturaleza, con misiles y minas,

forzando a muertes físicas y del alma.

Gritamos que no queremos el averno

que queremos vivir como seres humanos,

pero nadie viene en nuestra ayuda

y, a nadie importamos,

solo a unos cuantos

que encierran en cárceles y torturan

por alzar la voz y luchar para liberarnos.

Soy un refugiado más

Que pide dignidad y respeto,

no soy yo el que ha querido huir,

no tenía otra opción que elegir.

(Libro “La Sabiduría de las Palabras, relatos iniciáticos”)

Somos habitantes de dos mundos

Somos habitantes de dos mundos

La rueda de la vida, en su eterno movimiento, no se para ni espera a nadie. Todos los seres humanos, en algún momento, a lo largo de nuestra vida, hemos tocado la cima y el fondo de nuestras emociones. Como decía Séneca: “Para ser feliz hay que vivir en guerra con las propias pasiones y en paz con los demás”.

La vida es un viaje entre el nacimiento y la muerte del cuerpo en este mundo manifestado, sin embargo, existe otro mundo dentro de nosotros que es mucho más sutil, grandioso, eterno, el mundo del alma, que hemos olvidado; este olvido nos causa emociones sombrías de ira, resentimiento y dolor al vivir, solamente, a través de los sentidos y de la razón.

Los seres que han buceado en sus profundidades saben que esos dos mundos, el alma y el cuerpo, están entrelazados tan íntimamente que son indisociables. En el mundo material del cuerpo existe la luz y la oscuridad, ambas necesarias para experimentar la vida. En el mundo del alma existe el amor, esencia creadora de nuestra vida, y siempre nos susurra que volvamos a la armonía y al equilibrio para evitarnos más sufrimiento, pero como la hemos olvidado, no la escuchamos. Las personas que oyen y sienten ese susurro saben que la sabiduría y la humildad evitan que entren en campos de batalla.

El objetivo de cualquier ser humano en este mundo es aprender a vivir consigo mismo dentro de esa energía de paz y libertad que es el alma, ¡qué gran desafío! Es en el mundo del alma donde se puede transformar la agresividad en ternura y el orgullo en humildad. Todo ser humano tiene su propio camino y derecho, todo tiene su razón de ser, su sentido y su propio ritmo. Séneca nos recuerda: “el hombre más poderoso es el que es dueño de sí mismo”.

Los habitantes que son conscientes de los dos mundos empiezan a sentir la vibración de su alma desde muy jóvenes; la soledad y el silencio son sus mejores compañeros en el camino del autoconocimiento, asimismo, desarrollan la observación (herramienta imprescindible), para que el discernimiento florezca en el plano material y espiritual. A medida que van creciendo buscan lugares apacibles, sobre todo, en la naturaleza, manifestación de belleza y armonía, donde perciben que cada átomo de la materia contiene al macrocosmos; también son conscientes de que los secretos del universo están guardados en el corazón, sede del alma, al que lanzan miles de preguntas para recibir respuestas en la calma de un momento, poniéndolos sobre las pistas necesarias para descubrir verdades universales y compartirlas con todo aquel que desee conocer su verdad.

Los seres humanos vivimos en nuestro propio contexto —familiar, laboral, social— y nos identificamos con nuestros pensamientos, sentimientos, roles en la vida que no son nuestra verdadera identidad; por ello nos colocamos una máscara para creer que somos otra persona, como consecuencia de ese disfraz tenemos profundas huellas de tristeza, dolor, apatía, frustración que cargamos a la espalda. Sin embargo, cuando vivimos identificados con nuestra alma, cuando somos conscientes de ser habitantes de dos mundos, nuestra existencia se aligera al centrarnos en buscar soluciones en lugar de crear problemas porque comprendemos los entresijos de las situaciones. El objetivo de la vida es volverse soberano de uno mismo, cambiando la máscara por la verdadera consciencia de nuestra identidad. Cómo decía Epicteto: “las cosas no pueden ser malas, solo pueden ser la forma en que tú piensas”.

Cada país, región, municipio, barrio, por muy recóndito que esté, tiene una historia única e irremplazable que contar —historia de nacimiento y muerte, de corazones vivos y muertos, de llantos dulces y amargos, de sueños realizados y olvidados—, todo forma parte de ese gran proceso que es la vida de cada persona. Mientras haya vida la rueda gira, no se para bajo ninguna circunstancia y si nos paramos pensando que el mañana será mejor que hoy, perderemos la vida porque no podemos recuperar el tiempo perdido, no olvidemos que la rueda de la vida tiene su propio ritmo y su propia ley.

Cuando nos adentramos en el mundo del alma vemos su resplandor y sentimos su vibración de amor, lo que nos proporciona libertad para ser y existir en el mundo de nuestra existencia.  Nuestra vida interior es nuestro reflejo exterior.

(foto privada “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”)

La vida no es un campo de batalla

La vida no es un campo de batalla

El espíritu del cosmos vive en cada átomo de la naturaleza, de los elementos y seres que habitan en el planeta, animados e inanimados, por lo tanto, conoce el secreto de sus naturalezas profundas, sintiendo sus vibraciones de caos y orden, de alegría y tristeza.

Desde el comienzo de la historia de la humanidad, la vida siempre ha sido un combate sin tregua en todos los rincones del planeta; sin embargo, la vida en la tierra no se creó para ser un campo de batalla entre seres humanos. Todas esas guerras sin piedad han tenido y tienen un denominador común: poder; todos sabemos que para que unos ganen otros deben perder.  Han pasado muchos milenios y, en la actualidad, solo se ha cambiado la forma de hacer la guerra, como consecuencia de tanta destrucción, la humanidad se siente como una marioneta y vive sumida en el miedo en algunos lugares de la tierra, al no ser dueña de su propia vida, teniendo que huir o morir si no acata las directrices impuestas por esos dioses del averno que se creen todopoderosos, estos han olvidado que solo son tristes figuras de barro y que cuando caen se rompen en mil pedazos.

Siempre hay que observar y escuchar a los demás para saber cuáles son sus necesidades, a los líderes les corresponde la responsabilidad de ser honestos dirigentes para conocer las demandas de los ciudadanos y luchar por el bien común —como decía: Marco Aurelio, Emperador de Roma: “no gastes más tiempo argumentando acerca de lo que debe ser un buen hombre. Sé uno”—. Nuestra existencia en el planeta tiene como objetivo vivir con respeto y dignidad, no hay otra meta; sobrevivir con miedo anula la libertad de ser quienes somos, de expresarnos y de crear nuestra propia historia.

Si echamos una mirada hacia atrás, veremos que la historia de la humanidad está hecha de llantos. A lo largo de milenios, la mayoría de los países han sido sometidos por conquistadores sembrando dolor y caos, destruyendo la identidad de pueblos enteros. Ha llegado el momento de comprender que la vida no es un campo de batalla en ningún aspecto —colectivo y personal—, todos tenemos el mismo derecho a elegir nuestra historia y a vivir con dignidad y respeto. No olvidemos que todos los países del mundo han sido conquistadores y conquistados y todos han perdido. La humanidad debe ser liberada con la no violencia para que los derechos de los seres humanos prevalezcan en justicia y libertad por encima de los deseos ambiciosos de algunos individuos.

El clarín de la paz ha sonado de nuevo, su resonancia se oye en los más recónditos lugares de la tierra y su vibración toca a todas las almas dispuestas a vivir en la paz, la alegría y prosperidad; la vida necesita esperanza para poder realizar sueños, hay muchos caminos y un solo objetivo, vivir. El espíritu del cosmos conoce nuestra naturaleza profunda y sabe que solo la paz nos puede indicar el camino que necesitamos para que seamos mejores personas, y, para ello, debemos aprender y respetar la gran riqueza de todos los pueblos que habitan en el planeta —tradiciones, creencias, culturas—, lo que evitará caer de nuevo en la temeridad de la injusticia que es la base de la violencia.

La paz no es ausencia de conflicto, la paz es altruismo, antorcha que nos ayuda a iluminar la sombra y trae consigo unidad, entusiasmo y ganas de vivir. La paz es la fortaleza donde el egoísmo, debilidad y tibieza tienen prohibida su entrada, porque esas conductas avivan el fuego del ego enfermo y desmesurado de la injusticia. La lucha por la paz es una lucha sin armas bélicas, solo las armas de la conciencia, del amor, de la libertad, del sentido común pueden ser utilizadas para restablecer el equilibrio del ser humano.

Las huestes de la paz se han puesto en marcha al oír la trompeta de la voz incitante del destino “es la hora del cambio”. Como dijo Lavoissier: “Nada se crea, todo se transforma”, y nos corresponde a cada uno de nosotros transformar nuestro campo de batalla en un oasis fértil para que todos podamos vivir con alegría, libertad y prosperidad.

(Dibujo Lorena Ursell. “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”)

El reino del silencio

El reino del silencio

Todo lo que existe en el universo, incluyendo el planeta y los seres que en él habitan, es una unidad viva con su propia vibración, su propio sonido, incluso el silencio. El silencio no es ausencia de sonido, no es mutismo, el silencio es el lenguaje de la comprensión en todas sus dimensiones.

El cosmos es un ente vivo y posee su propio latido, siempre está en constante movimiento emitiendo vibraciones, lo mismo sucede en los seres humanos y en la naturaleza: nuestro cuerpo biológico vive al compás de los latidos del corazón; nuestra mente es un torrente de pensamientos; nuestro cuerpo emocional es un torbellino de sentimientos, y, el corazón de la naturaleza resuena y late al compás del latido del universo.

Cuando emprendemos el camino del silencio ya no podemos volver atrás, nuestra vida cambia porque nosotros cambiamos, de ahí la importancia vital del silencio en nuestras vidas. Detrás del corazón humano existe un espacio llamado “corazón espiritual” donde se desarrolla la comprensión y realización de otra realidad más sutil y sublime. Empezamos a vislumbrar lo que existe detrás del velo de las apariencias y descubrimos que la humanidad entera comparte los mismos miedos y necesidades, así va naciendo, paso a paso, en nuestro interior la comprensión de la vida. Hay dos clases de silencio: el silencio de la palabra y el silencio del corazón espiritual. En el silencio de la palabra o silencio de los prudentes aprendemos a callarnos para no herir —no juzgamos ni criticamos, su finalidad es evitar conflictos—; también, aprendemos a no hablar si no tenemos nada que decir y a dejar que los demás encuentren su propio camino, su finalidad, el respeto, no olvidemos que la palabra vuela y, desde tiempos inmemoriales, ha transmitido la sabiduría y los secretos del universo y de la humanidad. En el silencio del corazón espiritual o silencio de los sabios, empezamos a caminar por el sendero del reino de la paz, de la empatía, de la compasión al comprender y aceptar que cada persona tiene su propio ritmo y destino; su voz fluye como agua mansa y cristalina que recorre nuestro cuerpo y va sembrando notas de alegría y armonía.

La fuerza del silencio nos remueve el interior para que vayamos en busca de nuestra verdad y para que no aceptemos que nadie nos “imponga” sus verdades, creencias, ideas; cada ser humano es libre para elegir su sendero, su vida, su verdad. El silencio también nos muestra el camino del respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás, por lo que aceptamos, sin juicios, las diferencias de los otros. De ahí la importancia del silencio tanto de la palabra, pues la razón tiene sus límites, como la del silencio del corazón, que a través de la comprensión nos enseña a rasgar los velos de la ignorancia.

Mediante un proceso de sinceridad con nosotros, observamos que a través de nuestra vivencia hemos construido con nuestras acciones puentes de luz y murallas de sombras. Ese proceso de observación nos lleva al autoconocimiento —deseo inquebrantable de conocer nuestra verdadera imagen—. La verdad es un don que yace en todos los seres humanos que buscan conocerse. Muchos seres tratan de justificarse y justificar los errores sin atreverse a mirar en su corazón, pues sienten vergüenza de su mediocridad. La vida es un aprendizaje individual y nadie —ni sabios ni maestros— nos lo pueden enseñar, solo nuestro otro “Yo” que reside en el corazón espiritual, haciéndonos comprender las razones de nuestras acciones y dejando que nosotros elijamos nuestro camino. En cambio, nuestro “ego” que conoce todos los artificios para engañarnos, nos hará vivir detrás de unas murallas, haciéndonos creer que somos libres.

El reino del silencio contiene las cualidades del alma: humildad, belleza, serenidad, equilibrio, alegría, amor y nos llevan hacia la felicidad expresándolo con palabras que no solo comunican, sino que reflejan lo que sentimos y, también, por medio de nuestras acciones serenas. La palabra es un don que solo los seres humanos poseemos para ofrecer a los demás una mayor comprensión de nuestros pensamientos, emociones y sentimientos. La palabra está hecha para hacer el bien, no para la confrontación que se crea cuando el ego se inmiscuye en nuestros pensamientos y acciones, haciendo lo que él desea, muchas veces mediante el desprecio, la humillación, el dolor, destruyendo todo a su alrededor.

El silencio nos enseña que la consciencia es una fuerza muy poderosa, una fuerza viva que es y hay que dejarla ser y, a través de su vector, la palabra expresamos nuestro mundo interior que se refleja en nuestro mundo exterior.

El silencio nos permite oír el lenguaje del alma para evitar el ruido que es el lenguaje del conflicto.

(Dibujo Lorena Ursell. “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”)

 

La vida no es un campo de batalla

La perla del universo

Al volver a casa después del trabajo pasé por un pequeño parque para niños, estaba desierto y un columpio vacío se balanceaba al ritmo del viento; me senté en él y dejé que la brisa del mar me columpiara al compás del vaivén de las olas; la suave luz del atardecer me envolvía mientras observaba como la gran esfera de fuego descendía en total confianza hasta quedar suspendida sobre la línea que une el cielo y el océano. Al observarla sentí como la llama de la vida se encendía en mi corazón y fluía por mi cuerpo en todas direcciones, como ríos de fuego que van cauterizando las heridas abiertas de nuestras vivencias, de encuentros y desencuentros, de deseos y apegos, de amor y desamor, de confianza plena y traición perversa. Vuelvo a sentir la caricia de la brisa del mar. Salto del columpio y vuelvo a casa mientras las estrellas se veían dobles, unas brillando en el cielo y otras brillando en el mar.

El fulgor del sol me despertó. Volví a sentir como la llama de la vida recorría mis venas y me llenaba de hondos sentimientos de fuerza y vitalidad. Hoy, como cada sábado, me preparo para ir a caminar por el borde del acantilado que bordea al inmenso océano. Es un camino sinuoso de tierra y piedras que asciende con lentitud hasta un llano donde se ven unas murallas majestuosas, orgullosas y bellas de piedra volcánica que nacen en las profundidades marinas y se alzan desafiantes al infinito azul. Una de esas montañas siempre me ha hechizado y atraído con la fuerza de un imán; su cima es una cara perfecta que mira al cielo y tiene la boca abierta para recibir el agua que las nubes le regala y ella, a su vez, la entrega al océano a través de su bella cascada. Un rugido proveniente del océano me advierte que respete ese lugar que antaño fue un reino sagrado lleno de vida y alegría, cuya magia se esparce por todas partes como el perfume de las flores silvestres. Me quedo atónita por esa advertencia y aclaración. En contraste con esa fuerza casi violenta del océano, oigo el dulce canto de las golondrinas que juegan en el aire en total confianza celestial.

Hoy percibo una extraña sensibilidad en mi interior. Me siento en una roca para mirar, embelesa el paisaje y contemplo un auténtico espectáculo, el movimiento de la vida: —el baile de las aves al compás del aire.  Las olas que chocan contra las grandes murallas espolvoreándolas de copos de nieve y, en su caída, oigo sus risas. A lo lejos delfines saltarines que provocan mi sonrisa. Diamantes que tejen un manto plateado sobre las aguas. Piedras que guardan en su interior el fuego de los volcanes.   Flores silvestres, blancas, amarillas, verdes y violetas que conversan y dejan su fragancia para todos los caminantes—. Observando el espectáculo comprendí que todo está entrelazado y todos los seres que habitan en el planeta —agua, montaña, gaviota, delfín, piedra, flor, ser humano— respiramos el mismo aire, bebemos la misma agua y nos alimentamos de la misma tierra. El susurro de una vieja canción me saca de mi embeleso, miro a la montaña que parece sonreír al verme sobresaltada.

“A cámara lenta, mi cabeza gira hacia el horizonte. Veo una dama etérea que emerge entre dos olas lejanas y se acerca a mí con pasos aéreos.  Estoy fascinada, su sonrisa ilumina el lugar y me llena de serenidad; coge mi mano, nos levantamos y caminamos por un sendero de lazos dorados. Me lleva a la ciudad de cristal hecha de piedras de luz de cuarzo, rubí, zafiro, ámbar; caminamos por una vereda de ámbar hasta llegar a una pirámide brillante, luminosa, cristalina, de color azul, zafiro, su belleza es colosal.  La señora etérea no entra y me espera fuera. Al poner mis pies sobre el zafiro azul, una cálida sensación me acoge y envuelve; siento una confianza total y no me opongo a lo que pueda pasar. Percibo como una espiral de luz azul, zafiro y diamantes me eleva hacia el vértice de la pirámide, donde una puerta se abre al espacio radiante y puro de la luz blanca y dorada. Vuelvo a sentir como la calidez de esa luz me envuelve y me transforma en luz eterna. Sé que estoy de nuevo en casa. A través de un rayo blanco cristalino observo un lugar majestuoso de una perfección y belleza sublimes, hasta tal punto que el universo entero contiene su aliento y se rinde ante esa perla que vibra en los confines del universo. Gaia es su nombre.  Gaia es conciencia pura de vida, alegría y amor; es el planeta donde conviven reinos diferentes de seres vivos, entre ellos el ser humano, obra maestra del Creador. Para que la conciencia de la belleza, de la vida y de la alegría pudiera manifestarse se les dio una apariencia externa y, además, al ser humano se le dotó de una conciencia espiritual superior, siendo dicha conciencia el baremo de su experiencia terrenal a partir de los pensamientos, sentimientos y actos.

Al no existir tiempo ni espacio en el rayo cristalino, la historia de la humanidad se manifestó en el presente eterno: desde el comienzo de la historia de la humanidad el ser humano se convirtió en un vagabundo errante al centrarse en la codicia, avaricia, egoísmo, lo que ha provocado guerras y más guerras, generando miedo, sufrimiento, miseria. Entre tanto tormento y ruinas, el ser humano ha ido tejiendo velos densos con hilos de tinta negra para esconder su violencia y vergüenza. En el presente vive en un olvido total de mentiras y mezquindad, cayendo en su propia trampa. Ese terrible escenario de hace miles de años no ha cambiado en el presente momento. Hay tanta miseria humana que la perla del universo, Gaia, llora de dolor y pena e implora, una vez más, a los seres humanos, que tomen conciencia del daño que provocan al destruir todo e incluso a ellos mismos y les recuerda que todos los seres que viven en el planeta tienen los mismos componentes que ella. También insiste al ser humano que recuerde que es el único ser vivo en el planeta que tiene la capacidad de elevarse hacia la luz o caer en la más profunda oscuridad, todo depende de su elección”.

Volví a sentir el viento en mi cara, dos lágrimas tibias caían por mis mejillas, la mujer etérea se había ido; miré hacia el océano de luces plateadas y vi que la huella de pasos aéreos formaba una estela azul, blanca y dorada.

Con esa visión, comprendí que perdemos nuestro tiempo en elucubraciones, dejándonos arrastrar por corrientes que nos llevan de un lugar a otro sin comprender el verdadero sentido de la vida. Gastamos energía y tiempo en ir de un error a otro, de encadenarnos a los miedos, de desear lo que no tenemos, de querer poseer sin importar el daño que causamos. Nos hemos olvidado de nuestra conciencia y en lugar de elevarnos caemos en la trampa de la sombra, transformándonos en autómatas al no usar el don de la observación —hacemos las cosas sin pensar, sin armonía, sin amor–de ahí todos los males que vivimos. Nuestra vida es una caricatura, una máscara donde lo esencial de la persona se ha borrado de tanto ignorarlo. Hay que trascender el velo de la ignorancia, de nuestro ego si queremos llegar a ser seres humanos verdaderos, sin etiquetas, aceptando al otro en lo que es y no en lo que queramos que deba ser; dejar de pensar en forma binaria y aceptar la multiplicidad para llegar a la unidad.

También es importante saber leer en las apariencias de las palabras que nos atraviesan el alma y que nos ayudan si van cargadas de sabiduría celestial que es la antorcha que ilumina la noche del mundo. En cambio, si hay ausencia de sabiduría, fabricamos flechas de emociones reprimidas. Cuando la certitud de las cosas que creemos que es se va, nosotros también nos alejamos de nuestro centro y caemos, a no ser que estemos bien atados a ese eje de la sabiduría.  Supe que no podemos huir del destino, pues tarde o temprano nos encuentra y llama a nuestra puerta.

Miré a la montaña, no sé si era ella o yo la que sonreía, vi su cascada de colores mientras los rayos del sol la acariciaba. Una mariposa blanca revoloteó frente a mí con su belleza, elegancia, fragilidad, confianza y sabiduría, recordándome que lo mejor de nuestra vida es no olvidar la relación entre el cielo y la tierra, pues estamos concatenados al universo.

Volví a casa para reflexionar y escribí esta historia para no olvidar que el perfume de las flores silvestres y la huella de la estela azul, blanca y dorada son la magia de un efímero momento que es el eterno universo.

(Dibujo Lorena Ursell, “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”)