La Conciencia nos permite salir del mundo virtual y participar en la Vida.

La Conciencia nos permite salir del mundo virtual y participar en la Vida.

Vivir en el mundo virtual nos genera miedo porque no queremos ser diferentes, preferimos ser iguales a otros, aunque paguemos las consecuencias por no realizar nuestros deseos profundos para llegar a nuestro destino. Hoy en día parece que a los robots los queremos “humanizar” y a los seres humanos “robotizar”. El ser humano no es un robot, es un ser dotado de inteligencia y conciencia, somos polvo de estrellas.

Cuando tomamos Conciencia de que somos únicos, irrepetibles, que tenemos una inteligencia propia, una razón propia y una conciencia propia dejamos el mundo virtual para penetrar nuestro propio universo, alejándonos del ruido mental y exterior para penetrar el espacio interior de silencio y paz, nuestro verdadero hogar.

¿Qué es vivir en Conciencia? Sin Conciencia, nuestra vida se desarrolla entre brumas y nieblas, impidiéndonos ver claro lo que pasa a nuestro alrededor. Si no hay claridad, nos perdemos en la confusión, ya que no vemos qué camino coger para llegar a nuestro objetivo, destino. La primera acción para llegar a ser conscientes es el autoconocimiento, conocerse a uno mismo, no solo para conocernos y conocer el universo, sus leyes y sus dioses. Conocerse a sí mismo va más allá de saber quiénes somos como personas; es saber que   poseemos una “Inteligencia superior y una Conciencia interior” y este conocimiento disipa la bruma y la niebla para llegar a un claro donde el sol brilla y convergen conocimientos diversos, donde el tiempo y el espacio no existen, pues estamos en otra dimensión de nuestro universo, comprendiendo al instante el sinsentido de perder el tiempo.

Cuando nuestra vida se desarrolla con Conciencia, empezamos a comprender la Vida en un sentido más profundo. Nuestro Yo experimenta y realiza vivencias que nos marcarán la vida. Cada día tomamos decisiones, reflexionamos y actuamos, si estamos de acuerdo con nuestra Conciencia profunda, actuaremos de acuerdo a ella y no a las circunstancias exteriores —lo justo, justo es; lo injusto, injusto es—. Esto nos proporciona claridad y determinación, porque nuestra voluntad se hace más y más fuerte, no hay tormentas que la muevan.  Por el contrario, si no somos conscientes de nuestras reflexiones y acciones, actuaremos como robots viviendo una vida pasiva.

Con la Conciencia, nuestra capacidad de pensar cambia al elevar nuestros pensamientos, pues tomamos distancia de las situaciones exteriores con respecto a nosotros mismos, a lo que sentimos y con la relación con los demás. Este lazo de elevación nos ayuda a observar nuestras acciones y reacciones para comprenderlas y analizarlas bajo una perspectiva superior. Nos preguntamos por qué hacemos esto, por qué sentimos esto, etc., y vamos obteniendo respuestas sinceras que se irán afinando con la vida. Es un proceso de transformación y no podemos saltarnos ningún paso.

Hay dos elementos imprescindibles para ser conscientes: el silencio y la soledad. El silencio es necesario para poder oír nuestra voz interior que nos guía a través de la intuición, de la empatía, de mensajes de ayuda y colaboración. La soledad es necesaria para apreciarnos, para llegar a conectar con nosotros mismos, para sentir esa brisa ligera y amante que nos rodea. En esas circunstancias de silencio y soledad, establecemos un diálogo con nosotros mismos, empezamos a conocernos, a no juzgar, a no implicarnos en situaciones conflictivas que no son nuestras, aunque nuestra amiga, la culpabilidad nos haga sentir lo contrario.

Vivir en Conciencia nos permite desarrollar una inteligencia más sutil para comprender conocimientos más complejos (diferentes lazos que se entrelazan), lo que nos permite activar el discernimiento al estimular nuestra memoria, traspasar esa capa de olvido en la que todos estamos envueltos en nuestra encarnación. Es imprescindible recordar, para reconectar.

Estos conocimientos complejos y sutiles nos llevan a la esencia de la Vida, a la Unidad, comprendiendo que todo es multiplicidad. Esta comprensión nos transforma en un ser Humano cuya Conciencia se expande más allá de nosotros mismos.

Vivir en Conciencia es saber que todo tiene su lugar y esto nos hace libres para reflexionar y elegir nuestras acciones, sentir nuestras emociones e ir transformando la dificultad en bienestar, dejar nuestra sordera mental para penetrar en nuestra mente universal.

(Faro de Punta del Hidalgo. Tenerife)

 

Catedral de palabras

Catedral de palabras

La Vida es movimiento, energía, vibración, información, inteligencia que circula a través de la materia para crear manifestación; la Vida no es inerte y nos habla con silencios musicales que provocan alegría, este silencio lleno de Vida es el idioma universal de todos los seres del cosmos y de Gaia. Toda nuestra realidad está interconectada.

Nuestra catedral de cristal está en nuestro interior; cada uno posee la suya, pues, es la sede de nuestro diamante de luz. Al interior de esta catedral diamantina, la fuerza de la Vida va creando nuestra realidad de acuerdo con nuestras memorias, decisiones, conciencia, etc.

En el ser humano, el pensamiento y la palabra están imbricados y son   inseparables. Cuando reflexionamos antes de hablar, nuestro lenguaje es más conciso, claro y rico, lo que permite definir mejor nuestras relaciones, a través de diálogos y sentimientos, aportando un mayor bienestar a nuestra vida.  Sin embargo, cuando hablamos sin reflexionar, estamos en la opinión vacía que suele traer confusión porque es ruidosa y sin sentido y esto lleva a múltiples conflictos. Dependiendo si somos conscientes o no, al hablar, nuestro lenguaje estará cargado de energía positiva o negativa, depositando dicha carga en la interacción entre nosotros y el otro, entre nosotros y la naturaleza, entre nosotros y nosotros mismos y entre nosotros y el cosmos.

Así, todo está interconectado, todos los seres vivos se comunican, unos con palabras y otros con vibración. La palabra transmite nuestros pensamientos, emociones, sensaciones, ideas; es una fuerza muy poderosa y tiene una función afectiva —dialogamos, escuchamos al otro, nos acercamos, es un momento íntimo, de amistad, de cariño, contamos confidencias, vivencias profundas con sentimientos y emociones— o fría —discutimos, nos alejamos y herimos produciendo violencia, destrucción y dolor—.   Todas estas palabras se transforman en vibración y pueden ser oídas, sentidas no solos por los humanos, sino por todos los seres de la naturaleza, dejando nuestra huella, de alegría o sufrimiento.

Reflexionar es un arte y es previo a empezar una conversación honesta y real. Debemos ser capaces de debatir, de aceptar lo que el otro tiene que decir y admitir que no sabemos todo, así se irá tejiendo una red de conocimiento libre entre los dialogantes porque no se impone tener razón. No olvidemos que todos llevamos en nuestro interior los útiles necesarios para construir nuestra catedral de palabras cuya esencia imprescindible es el Amor que conlleva generosidad, respeto, alegría…

Esta red de conocimiento sutil e individual nos evita la confusión y, sobre todo, a no vivir bajo una tutela que no deseamos, a no pertenecer a esa “masa” donde todos caminan al paso del señor que la dirige, creando una falsa bandera de bienestar. No olvidemos que cuando vivimos en la “masa”, el que nos dirige también aprende a hablar, a entonar, a gesticular, para convencer y controlar mejor los pensamientos del que lo escucha. De ahí la importancia de conocer nuestra intención detrás de nuestras palabras, saber lo que deseamos para no caer en la trampa o crear discordia.

Como decía Viktor Frankl: “El hombre no es solo el producto de sus circunstancias; también es el producto de sus decisiones”. Todos decidimos, aunque nos dejemos llevar por la ola de confort en que vivimos, imitando a otros que no conocemos, pero creemos que su influencia es beneficiosa, así negamos nuestro don sagrado de pensar, de ser libres, en favor de esa “masa”, para vivir arropados por ideologías de otros, caminando al mismo paso bajo el poder hipnótico y acabando como sonámbulos en nuestra vida —es mejor no pensar, así tendremos amigos y seremos aceptados, ya que la diferencia siempre es sinónimo de soledad—.

Lo más triste es que se penaliza y castiga a los que piensan de forma diferente, a los que defienden que la vida no es homogénea, sino plural y compleja. Esta ruptura de vida crea realidades diferentes al no estar sometidos al “otro”. Esas personas “diferentes” no forman parte de la “masa” y por ello molestan a los demás por su libertad interior, independencia, lucha, porque nadan contra corriente para llegar a su destino, cueste lo que cueste. Estas personas “diferentes” han comprendido que debían transmutar sus átomos de discordia en concordia para poder penetrar en la catedral de cristal, sede de la sabiduría del espíritu, y poder transmitir ese lenguaje sutil de silenciosas melodías.

En la catedral de cristal, diamante de luz, se guarda la energía del Alma. Cuando construimos nuestra catedral de palabras, oímos la voz del Alma. Todos somos constructores de catedrales.

(Dibujo Lorena Ursell. “Biografía de mi Alma”)

Gaia, bosque universal sagrado

Gaia, bosque universal sagrado

La Naturaleza está formada por células de materia que corresponden a la vida terrestre, al igual que los seres vivos que la habitan, incluidos los seres humanos. Sin embargo, toda fuente de Vida proviene de la energía vital del Alma; sin esa energía vital, nada existiría. La Naturaleza es, pues, un ser vivo que interacciona con todos sus habitantes.

Oigo y siento, en lo más profundo de mi ser, el lenguaje universal de la Naturaleza. Mi consejero y amigo, el “Roble”, mi árbol sagrado, que tanto me ayudó y me sigue ayudando, me enseñó que la Naturaleza es alegría, que debía abrir mi corazón para poder oír sus palabras y melodías y ver y sentir la esencia de la belleza en sus colores y fragancias. Desde mi encuentro con él, hace varias décadas, mi vida cambió profundamente y el amor por la Naturaleza y la Vida creció abriéndome a nuevos horizontes. Me gustaría compartir parte de esas enseñanzas y vivencias para que seamos conscientes del lugar en que vivimos y de los compañeros que tenemos.

Como sabemos, el ser humano es el intermediario entre el cielo y la tierra, así como los árboles, gigantes verticales, que absorben la energía solar y la transmiten al mundo subterráneo para su alquimia y hacer brotar las semillas. El mundo subterráneo es un lugar mágico donde miles de animales fertilizan a la tierra y las raíces de todos los vegetales se comunican, se ayudan y guardan su memoria para renacer continuamente según sus ciclos naturales.

En la antigüedad, el humano y la naturaleza formaban la Unidad. Nuestros ancestros tenían un gran conocimiento de las leyes universales y vivían conforme a ellas.  Hoy en día, el ser humano se ha distanciado de la Naturaleza, de sus leyes naturales y la ve como algo separado, por este motivo no vemos la excelencia de otros pueblos, y esa diferencia nos produce confusión al vivir en las apariencias de la vida social, cuando en realidad esa Unidad es un tesoro que palpita en nuestro interior.

Los bosques han estado en la tierra desde hace millones de años y los seres humanos que la habitaban vivían en armonía con ellos y sus habitantes. Nuestros ancestros sabían que la Naturaleza es una inteligencia colectiva, que todo está unido porque todo procede de la misma energía, aunque todo lo manifestado sea diverso y múltiple. Para comprender esta enseñanza tenemos que unir y no dividir. No podemos seguir destruyendo nuestro medio de vida porque destruimos nuestras vidas.

Estos bosques primigenios enseñaron a los humanos sus secretos, se establecieron lazos de cooperación, amistad, respeto, conocían la magia de sus espíritus y guías, ya que interactuaban para establecer la armonía. Conocían el lenguaje universal de la Tierra, la existencia de los mundos invisibles y visibles; subterráneos y manifestados; por ello conocían los ciclos de la naturaleza, ese movimiento vivo que es renacer continuamente. Los autóctonos de todos los países del mundo saben que el bosque sagrado de la Naturaleza es fuente de Vida, medicina sagrada para todo aquel que lo necesite y lugar de descanso de todos sus habitantes.

En nuestro mundo actual observamos la vida desde una pequeña perspectiva, investigamos en nuestros cuerpos biológicos desde la muerte, no tenemos en cuenta la fuerza vital de la Vida. Nos hemos alejado tanto de las leyes naturales de la Naturaleza que hemos olvidado que somos parte integrante de la Energía Universal creadora porque somos seres de luz y humanos, espíritu y materia.

Gaia es un lugar sagrado y contiene la energía vital necesaria para crear vida. Solo hay que abrir el corazón para sentir esta energía universal. Estos bosques sagrados se encuentran por todo el planeta y no pertenecen a ningún pueblo o raza porque son nuestra herencia sagrada. Cada país, cada cultura aporta su sabiduría, de ahí la importancia de respetar a todo y a todos.

El lenguaje universal de la concordia forma parte de nosotros y de nuestros ancestros, de los bosques, de Gaia y del cosmos. Todo en el cosmos interactúa con la Naturaleza, ya que es tierra ancestral y su energía proviene del Alma creadora.

La Vida de Gaia, nuestro querido planeta, habla con silencios musicales para que nuestra vida sea alegre y nos unamos a ese árbol vertical que solo espera un abrazo para ayudarnos a comprender y a elevarnos.

(Dibujo Lorena Ursell. Libro «Biografía de mi Alma»)