por Ángeles Carretero | Jul 27, 2025 | Relatos
La espiritualidad tiene un gran impacto en los adictos. Es importante definir algunos conceptos para llegar a una mejor comprensión.
Espiritualidad: esencia profunda que todos los humanos poseemos, es, por tanto, natural y universal. La espiritualidad nos conecta con nosotros mismos, introspección; con el otro, relación, fraternidad; con la naturaleza y el universo, todos estamos entrelazados. Estos puntos son la esencia misma del alma y de la vida; conociendo estas relaciones llegaremos a ser conscientes en un nivel más profundo de conciencia. Todos somos partes de esa esencia de conciencia universal. La espiritualidad refuerza nuestro control, nos equilibra, nos proporciona coherencia, confianza y un sentido en la vida, dándonos fuerzas para enfrentar las pruebas que todos tenemos que pasar.
La adicción es un laberinto donde se pierden los puntos de referencia y no salimos si no tenemos ayuda. La adicción proviene de diferentes campos: sociales, culturales, familiares y son múltiples y diversas —alcoholismo, drogas, mentiras, videojuegos, compras, apuestas, pantallas, control, poder…—, es decir, cualquier cosa que consuma nuestra energía, nuestro tiempo, nuestra voluntad, y nos lleve a consecuencias negativas. La adicción nos desequilibra el cerebro y nuestra existencia, y como no la controlamos nos lleva a la depresión y a la violencia, pagando un alto precio.
Es muy importante tener conciencia de nuestros actos para anticipar las consecuencias. Interpretemos los cambios para poderlos cambiar a su vez. Dar voz a nuestra conciencia para ser humanos y comportarnos como tales.
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Mis ojos por fin se vieron en el espejo y en ese instante un grito desgarrador salió de mi garganta al ser consciente del desastre que nos rodeaba. Teníamos engañados a todos, nuestra vida era una gran farsa.
Un amigo nos habló de un lugar donde hacían reuniones de adictos. Habíamos tocado fondo y era el momento de decir: ¡basta! Fuimos a esa reunión. Hoy hace doce años.
“Para posicionarse ante la adicción es necesario tener la aptitud adecuada para saber que somos capaces de luchar por lo que deseamos y tener la actitud de la acción justa como antídoto al miedo y a la debilidad”. Palabras que escuché en la primera reunión de alcohólicos anónimos, palabras para reflexionar cada día de nuestra vida.
En estos años hemos comprendido que no hay triunfos sin esfuerzos —luchas, lágrimas, victorias y algunas recaídas—. Con el tiempo logramos comprender que hay dos caminos en la vida: el de las excusas y el de los esfuerzos. Ese grupo heterogéneo y de fuerza singular nos permitió comprender que nuestro cerebro había sido pirateado por nuestras adicciones, cuyas consecuencias han sido terribles. Nuestra agresión y depresión dejaron profundas huellas.
Con el tiempo nuestro cuerpo biológico y psíquico empezó a sanar con mucha paciencia y sobre todo ayuda. Por esto hoy, doce años de lucha y esfuerzos, decidimos celebrar la vida organizando un fin de semana largo para estar con nuestros amigos y juntos dar gracias por esa relación de fraternidad y generosidad. Fuimos a un lago de gran belleza donde recibimos mensajes de sus aguas cristalinas entre los silencios llenos de dulzura, caricias y abrazos del aire. Momentos de encuentro con el Invisible.
Por la tarde hicimos una pequeña hoguera como símbolo de limpieza de nuestra antigua vida, echando al fuego el dolor, el miedo, la debilidad y luego recibiendo a través de la calidez de las llamas los antídotos de alegría, coraje y belleza, necesarios para el gran cambio.
Antes de que el fuego se consumiera, hablamos de nuestras historias. Mi compañero empezó recordando su primera lección: al principio de las reuniones no sentía nada sino un intenso dolor, quería seguir consumiendo, sin importarme las consecuencias. Aceptar que tenía un problema era impensable debido a mi negación hasta que comprendí que solo yo podía tomar la decisión de sanarme. Ahora sé, que, la adicción abre las puertas a los conflictos mentales y nos lleva a la depresión y a la agresión. Lágrimas cálidas de reconocimiento y agradecimiento.
Para mí, el recorrido fue similar al de mi compañero, pero lo más difícil fue comprender el significado de “lo correcto e incorrecto”. Para conocer lo correcto, que exige responsabilidad e integralidad, hay que vivir primero lo incorrecto. Por ejemplo, mi padrino me repetía: “sentir el conflicto para buscar la serenidad, y ese camino de enfrentamiento nos lleva al cambio que nos pone en contacto con nosotros mismos”. Hoy soy consciente de que, cuando actuamos correctamente, hay una fuerza extraordinaria que surge en nosotros y que construye nuestro presente. En cambio, lo incorrecto es una fuerza poderosa que nos empuja hacia la confusión, nos debilita y nos aleja de nuestro presente porque nos hace vivir constantemente en el pasado.
También, la esperanza fue mi motor vital. Comprendí lo que el mediador nos repetía: «es imprescindible tener un objetivo hacia dónde dirigirnos, si lo negamos, estamos perdidos y entramos en una tristeza interior profunda por la pérdida de nuestros puntos de referencia». Cuando encontré mi objetivo a corto plazo, mi humor cambió, era más alegre porque empecé a crear acción y me alejé de la reacción. Esta es la fuente de la esperanza, mis decisiones que son solo mías. Comprendí que la acción de crear algo bueno nos lleva a respetar las relaciones —conmigo misma, con los demás y con la naturaleza— base de la espiritualidad. Así fui construyendo mi nueva vida, paso a paso.
Todos nos quedamos en silencio con nuestra reflexión, nuestras caras serenas se reflejaron en el lago donde nada las perturbaba porque tenemos una nueva visión del mundo. El silencio nos trajo diálogo con nuestro ser profundo, la belleza del atardecer nos llenó de admiración, la serenidad del lugar nos envolvió y en un acto reflejo nos cogimos las manos para dar gracias al Invisible por su fuerza, sabiduría, amor inclinando la cabeza en señal de recogimiento y respeto a su grandeza y sabiduría. Este rito tiene un profundo impacto en nosotros: proteger la dignidad, que es el tesoro más preciado que todos poseemos.
Así, la espiritualidad sana el cuerpo, el alma y el espíritu cuando establecemos las relaciones con nosotros mismos, con los demás, con la naturaleza y el cosmos. Nuestras decisiones son importantes para cambiar nuestra vida.
El milagro de la generosidad y la fraternidad son el motor del cambio del mundo.
por Ángeles Carretero | Jul 15, 2025 | Relatos
“Para llegar al conocimiento profundo tenemos que superar las limitaciones mentales que nos mantienen aislados para que no descubramos otras dimensiones de nuestro ser”.
“Todos sabemos, que un ser humano es un ente de cuatro cuerpos entrelazados: biológico, emocional, mental, y como fuente de vida el cuerpo espiritual, conciencia. El desconocimiento de estos cuerpos es causa de muchos problemas porque no somos capaces de enfrentarnos como ente a las dificultades, al estar centrados en nuestra apariencia y creyendo erróneamente que somos lo que vemos. Nuestra misión como humanos es llegar a conocernos a nivel biológico, emocional, mental y espiritual y percibir su interacción. Por ejemplo: alguien nos dice algo que nos gusta, inmediatamente, pensamos, sentimos y experimentamos en nuestro cuerpo un bienestar, nuestro cuerpo biológico lo traduce con una sonrisa; en cambio, si alguien nos dice algo que nos hiere, al instante, pensamos, sentimos, y experimentamos ira, nuestro cuerpo biológico lo expresa con un puño o palabras malsonantes hacia la otra persona. Siempre nos tiene que pasar algo en la vida para comprender que hay un problema sin resolver en lo más profundo de nosotros y que hemos guardado en un cajón del desván, creyendo que lo olvidaremos, pero ya sabemos que la vida siempre está en movimiento, transformándose”. Mi voz interior me recordó esta enseñanza, no escrita, pero eterna.
Ruptura, traición, alejamiento bullían en mi interior y me hacían sentir emociones de ira, dolor y amor. No sabía cómo controlarlas, además mis pensamientos se hicieron más duros. Era el momento de darme un respiro.
La cultura japonesa me ha interesado desde siempre, muchas veces me vienen imágenes de una época lejana. Llevo varias noches soñando que era una mujer samurái, tengo una espada curvada y muy fina en mi mano derecha, debajo del ropaje —una blusa blanca de anchas mangas y un pantalón negro recogido al tobillo— guardo mi flauta pequeña casi como un silbato, con la que imito el canto de las aves, me gusta tocarla porque me tranquiliza y me conecta conmigo misma. Al despertarme, seguí oyendo el canto de los pájaros que duermen en el árbol que hay debajo de mi ventana. Como siempre, antes de levantarme, rememoré mi sueño: estaba en un patio de piedra blanca, en un monasterio rodeado de altas montañas. La soledad y el silencio por compañeros, todos, formábamos parte de ese inmenso paisaje venerable. Sentía que mi energía se unía a la belleza de la naturaleza.
Este sueño repetitivo era una invitación para visitar Japón, y en particular un templo en Kioto, el nombre de esta ciudad, vibraba en mi interior. Emprendí un viaje de tres semanas y cuando llegué, una extraordinaria sensación de “déjà vu”, me invadió.
Llegué al monasterio por la tarde y un monje salió a mi encuentro. Atravesamos un patio de piedras blancas muy gastadas. Una vibración recorrió mi piel. Me llevó a mi “celda”, un camastro, un ventanuco, un pequeño armario y un pequeño escritorio; tenía lo necesario para que mi estancia fuera fructífera. Después de la cena, el monje me invitó a meditar con él. Una experiencia extraordinaria, una hipersensibilidad difícil de contener recorría mi cuerpo; no pude dormir en toda la noche.
Después del desayuno, salí a dar un paseo por los alrededores. Un pequeño río fluía no lejos, me acerqué y sentí el impulso de ser parte de ese misterio del agua. Oía el canto de unos pájaros y volví a revivir mi sueño. Vi unas ramas caídas de unos cerezos, cogí una y empecé a alisarla con mi navaja. Ese gesto me llamó la atención.
Cada mañana, con los primeros rayos, bajaba por el sendero que bordea la montaña hasta el río, donde permanecía varias horas, sintiendo la caricia de la suave brisa que tocaba con dulzura la superficie del agua. Mi mente se apaciguaba con el airecillo sobre mi cuerpo mojado; formábamos un solo ser en perfecta armonía.
Sentí un dolor en mi corazón e intenté respirar profundamente, oí un clic, como si una cerradura se abriese; era una bocanada de aire puro que abría las puertas de mi interior, el agua fluía por mi cuerpo. Percibí que era vacío, billones de átomos formábamos el Todo. Una explosión de luz dentro de mi cerebro me hizo comprender que somos gotas de agua en un océano primordial donde cada gota es una vida, una experiencia que, después de su ciclo, debe regresar a ese centro cósmico. Esa gota me hizo ver como en un espejo a todas las personas que había hecho sufrir y que me han hecho sufrir, a las que he amado y me han amado. Todo está registrado; el pasado y el futuro se unen en el ES. Oí una voz cantarina que decía: “para experimentar este misterio debes buscar la armonía y la belleza tanto fuera como dentro de ti y seguir tu intuición. Busca para acceder al misterio, el amor del universo”. Vi luces, colores y a los “kami” sonriendo.
Unos días más tarde, al pasear por esos parajes preciosos de agua y montaña, vi un trozo de bambú en el suelo. Lo cogí y empecé a alisarlo y cuando tomé conciencia, el tiempo había pasado; sin embargo, mi flauta había nacido. Reía y lloraba al mismo tiempo. Volví al templo y le conté al monje mi sueño y experiencias. Él solo sonreía y sus ojos negros radiantes me hicieron ver el universo.
Somos gotas en un océano de energía, todo fue y todo será, porque todo es. Comprendí que la vida tiene múltiples escenarios donde se unen el presente con el pasado y el futuro. Experiencias, vivencias, aprendizaje para ir ascendiendo por esa escalera infinita de luz.
Cuando regresé a casa, ya no era la misma persona, había cambiado mi esencia. Empecé a ser consciente de mi vida, de mi respiración, de mis cuerpos, de mis sueños y a tomarlos en serio, porque muchos de ellos son recuerdos de otras vidas, pero tenemos que ser conscientes de nuestra realidad actual, para ser consciente de la realidad de los sueños, que son, también, realidades de otras vidas paralelas.
Los recuerdos vibran en nosotros, pues son presentes de múltiples vidas, múltiples experiencias, múltiples aprendizajes. Solo tenemos que superar las limitaciones mentales para sentir el amor del universo.
Somos seres de oro que caminan por el cielo y la tierra.
por Ángeles Carretero | Jun 4, 2025 | Relatos
Inteligencia, materia y vibración = Creación
Espíritu, conciencia y materia = Creación manifestada
Inteligencia, Energía, Materia, Vibración, Frecuencia =
Misterio Sagrado de la Vida
La Vida es materia, energía, inteligencia, vibración e información. Esta energía que crea la Vida está en Todo, visible e invisible, y genera una vibración particular en cada uno de nosotros según nuestra frecuencia. Cuando nuestra vibración es alta, el bienestar, la serenidad, la alegría se unen a nuestro Yo. En cambio, cuando nuestra vibración es baja, la apatía, la tristeza, la confusión están presentes en nuestro yo, síntoma de que algo no va bien.
Como todos los fines de semana voy de acampada al bosque que se encuentra muy cerca de las montañas celestes. El contacto con los árboles y su serenidad, el aire y la brisa, el río y su movimiento, las aves con sus cantos y belleza; la calidez del sol que me proporciona claridad para observar mejor; la belleza de la luna con su reflejo plateado en el lago, me hacen sentir que la vida tiene un sentido más sublime que el de una existencia banal. El mundo manifestado tiene un valor supremo porque es sagrado.
Como es habitual, mi tienda la coloco en un claro rodeado de árboles centenarios. Dejo preparadas las piedras y unas ramas para hacer un pequeño fuego más tarde. Cogí la mochila y, después de una larga caminata, llegué a la “cola de caballo”. Me embelesa esa caída de agua envuelta en un manto de colores cristalinos bajo los rayos del sol; su sonido estruendoso me hipnotiza. El paisaje es bellísimo, el río acoge esas aguas y con dulzura las encauza hacia el valle donde se refleja la belleza de las montañas. Vuelvo a sentir ese lazo invisible que me une a lo divino al observar la belleza de la Naturaleza.
En ese momento de arrobamiento, me doy cuenta de que mi vida en la ciudad me produce malestar —el ruido, la competición, el móvil— me provocan ansiedad, tristeza, enfado, ira. Soy consciente de que necesito un cambio, siento cómo mi cuerpo se relaja casi inmediatamente en este entorno de bienestar y la meditación consciente se pone en marcha, el ritmo de la vida se hace lento y apacible debido al silencio y a la compañía de la Naturaleza. La persona que soy aquí me gusta, es real, no tengo que demostrar nada. Mi respiración se llena de fragancias y partículas que me sanan.
El agua me embruja y me dejo llevar por ese sonido atronador y al mismo tiempo delicado, que deja una huella en el devenir de los tiempos. —La unión de dos gases (hidrógeno y oxígeno H₂O), crea el agua y hace que la vida se organice como director de orquesta; otro misterio que debemos descubrir—. Átomos que se entrelazan para formar la Vida. El misterio de la Naturaleza, su alta vibración y frecuencia me hacen sentir pequeña y al mismo tiempo humilde ante la grandeza de la Belleza.
Escucho una voz armoniosa, me giro para ver quién está detrás, pero estoy sola en ese mágico lugar. Esa voz que surge de la naturaleza, la oigo como ecos en mi interior: “El aire que respiras es el mismo aire que todos los seres respiran, todos bebéis las mismas aguas, vivís en la misma tierra, todos veis el mismo cielo y os calienta el mismo fuego”. En ese momento de comprensión inmediata, me doy cuenta de la barbarie y crueldad de la que somos capaces por imponer nuestro control. Lágrimas de tristeza empañaron mis ojos por el dolor que causamos al otro injustamente. Esa existencia controladora, sin sentido y cruel, es inaceptable en el mundo de la belleza y del amor.
En el camino de regreso, voy reflexionando sobre lo que he oído y tomo conciencia del otro, de cualquier ser vivo y de mi interacción con ellos. Con la llegada de la luna, vestida de plateados filamentos dorados, el canto de las aves nocturnas bajo la cúpula estrellada y la fragancia de la noche, sentí que lo divino está en cada átomo manifestado y no manifestado. Todo es sagrado, me doy cuenta de que la Inteligencia sublime del Creador es perfecta —podemos creer o no, pero no podemos negar esa Inteligencia—.
Vuelvo a oír esa voz y ahora soy consciente de que soy Yo; es la misma voz de la naturaleza, del aire, del agua, de las aves, del cosmos. Siento que los latidos del Todo se unen a los míos, todo es visible e invisible y todo está conectado bajo el abrazo del Creador.
Cuando regresé a casa, algo en mi interior había cambiado para siempre. Había tenido experiencias sublimes, sentía que por mis venas corría la energía de la Vida. La competición y la confusión quedaron atrás al tener un nuevo sentido en mi vida. La intuición, la creatividad, la imaginación abren puertas a otra dimensión.
El espíritu y la materia, lo visible e invisible, coexisten en el ser humano. El devenir de la vida nos señala el paso del tiempo en nuestro cuerpo, pero en la naturaleza, con sus ciclos, el devenir es eterno.
El combate espiritual nunca debe cesar, pues nos llevará a descubrir ese misterio sagrado de la Vida que es Inteligencia, Energía, Materia, Frecuencia, Vibración.
por Ángeles Carretero | Jul 12, 2024 | Relatos
El sendero de la búsqueda comienza con ese anhelo de buscar y buscar que no puede parar, buscar ese impulso que nos eleve hacia el Amor. Solo conociéndonos a nosotros mismos en todas las dimensiones —biológica, emocional-mental y espiritual— podremos encontrar el camino del alma. No hay atajos para llegar a la esencia, no hay atajos para comprender la vida.
El deseo de los dioses de favorecer a los humanos con conocimiento implicaba que el ser humano debía conocerse primero para luego expandir su conocimiento al cosmos y a la naturaleza; es —en el sentido atemporal— una prioridad, porque así recordaríamos que somos polvo de estrellas al regirnos por sus mismas leyes de la armonía.
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Después de unos meses agotadores por reuniones interminables cuyo objetivo era obtener más beneficios para la empresa al coste que fuera, mi salud empezó a deteriorarse gravemente, había cruzado la línea roja y la alarma sonó de forma estrepitosa mediante la angustia, ya que se formó un tsunami de emociones caóticas dentro de mí, había perdido el control sobre mi persona.
El médico me sugirió ir a un lugar tranquilo para recuperar la salud y reflexionar sobre ese apetito insaciable de la codicia desmesurada en la que había caído. Todos conocemos la teoría del daño que produce el estrés y, sin embargo, no hacemos caso de sus alertas; necesitamos cataclismos interiores que nos fragmenten para darnos cuenta de que sin la acción nuestro razonamiento no vale. La salud es un valor imprescindible para la vida.
Unos días después estaba en la casa de mis padres a la orilla de un precioso lago, rodeado de pinos ancestrales y montañas vestidas de blanco.
Una mañana me sentía serena, así que aproveché para dar un paseo. El lago era un cristal transparente donde las sombras de los pinos y de alguna nube lo hacían parecer más profundo. Me senté contra el tronco de un viejo amigo, al que siempre iba cuando era pequeña y le contaba mis sueños, hoy le contaría mi vida y por qué había regresado después de tantos años. Las lágrimas que cayeron limpiaron el dolor profundo que sentía mi alma.
Estaba absorta en mis emociones cuando vi dos ramitas en el suelo que formaban una cruz y en el vértice del palo vertical había una piedra redonda, me vino inmediatamente la imagen de un ANKH, ya que tengo una colgada al cuello. De pronto estaba en el Egipto antiguo de la XVIII dinastía, es decir, tres mil quinientos años atrás. Vivíamos en Akhetatón (Amarna); mi padre era escultor y un ferviente adorador del Dios solar del Amor. Era una niña muy pequeña cuando mi padre me regaló un Ankh de oro para celebrar la Vida en Atón. Cuando cumplí trece años me llevó a un pequeño santuario donde el disco solar brillaba con intensidad, en su centro había una circunferencia más pequeña que sobresalía y de ahí emergían unos rayos cristalinos dirigidos hacia todos los puntos. Cuando lo vi sentí un hormigueo de energía tan fuerte que dos lágrimas se escaparon. Mi padre me miraba y sonreía. “Este lugar es el punto de encuentro entre el cielo y la tierra, simbólicamente, la energía de Maat abraza con sus alas —rayos de luz— a todo aquel de intención pura que desee entrar para llenarse de amor y paz. No olvides que vivirás muchas vidas, olvidarás todo, sin embargo, algunos símbolos te ayudarán a recordar para conectar; lucha siempre contra el olvido, activa tu memoria, recuerda que eres un sol en tu corazón”, oí esas palabras de mi padre como si me las hubiera susurrado al oído.
Volví a estar con mi amigo el pino, parecía que había vivido toda una vida y, sin embargo, era el instante. En la dimensión de la energía no existe el tiempo ni el espacio, todo es instantáneo. Mi cuerpo sentía escalofríos por la vibración de esos momentos vividos. Era como si me hubiera asomado al balcón del universo desde donde comprendemos que la tierra entera es un templo de sabiduría y podemos recordar y olvidar. Ahora comprendía.
Poco a poco me fui sintiendo mejor y empecé a recuperar la salud, a respirar, a reflexionar y a comprender que la enseñanza de la vida no es para adquirir bienes, sino para evolucionar como almas. Me fijé en la naturaleza para aprender, en su ley evolutiva que nos empuja a ser mejores personas, a vivir en armonía con el todo, a conectarme con cada instante de la vida, para saborearlo y comprenderlo (bueno y malo). Comprendí que cuando estamos en equilibrio es cuando recobramos la salud y el bienestar porque estamos en armonía con las leyes naturales.
La lectura, que siempre me había apasionado, la había apartado por la codicia de poseer porque me hacía sentir que era importante. En el pequeño despacho de mi padre encontré antiguas joyas del saber (Pitágoras, Platón, Avicena, Ibn Arabí, Giordano Bruno, etc.). Esas joyas me devolvieron a un mundo pretérito donde el amor al prójimo, a la justicia como armonía para un mayor bienestar individual y social eran primordiales a la vida; ese mundo me hizo comprender lo equivocada que estaba. Unas frases de Sócrates removieron mi interior: “La vida no examinada no merece la pena ser vivida”, “No puedes enseñar a nadie, solo puedes hacerle reflexionar”, y yo tenía mucho que reflexionar.
Cada amanecer iba al lago para saludar al sol que filtraba su luz al planeta y a todos los seres que la habitan para darles vida —como hacía mi querido faraón Akenatón—. El último día de mi estancia en ese lugar, los colores dorados, rojos y violetas me envolvieron en un abrazo de elevada vibración de renacimiento. Instantes después el fulgor me cegó y observé en mi interior la atemporalidad de la Vida y volví a ver desde el balcón del universo el peregrinaje del Hombre Universal Atemporal.
Mientras regresaba a la cabaña supe cuál era mi nuevo camino, podía seguir trabajando para obtener beneficios, pero en equilibrio y armonía. Esta fragmentación interior me ayudó a recordar que somos seres superiores al tener una conciencia elevada, pero lo olvidamos, y en nuestra era de la razón materialista ese concepto ha quedado en las antípodas donde habita la ignorancia.
El olvido es un velo que podemos rasgar si deseamos descubrir el camino de la mente al corazón.
La Esencia es Esencia antes, ahora y después y Es el camino del Humano Universal Atemporal en peregrinaje sobre la Tierra.
(Foto Haleakala)
por Ángeles Carretero | Jun 9, 2024 | Relatos
¡La Vida es el peregrinaje del Hombre Universal!
Las joyas interiores que posee el ser humano relucen en su interior, al igual que el agua brilla al contacto de los rayos del sol. Estas joyas etéreas —sabiduría, creatividad, intuición, sensibilidad, bondad— vibran en nuestro Ser y se hacen perceptibles cuando con coraje y humildad nos conquistamos a través de la excelencia.
“¡Ante el Sol todo es igual! Echa a volar para estar en la pleamar del alma donde tu itinerario está inscrito, recuerda que cuando estés vestido de ser humano y habites el mundo del olvido, la lucidez quedará envuelta en un velo denso que hará que olvides quién eres porque la llama del recuerdo casi se ha extinguido. Dentro de ti hay joyas que deberás pulir y así te reconocerás cuanto te mires en el espejo del Sol. La naturaleza que todo engloba te ayudará a sentir para despertar la sabiduría e intuición y también a observar tu creatividad a través de la sensibilidad y bondad. En el silencio escucharás el canto mágico de los pájaros que te traerán historias de tiempos atemporales, vuela hacia ese lugar y rompe fronteras; solo así traerás a la superficie las memorias de tu verdadera esencia”, susurros que mi Ser grabó a fuego en mi corazón, antes de convertirme en alma humana para experimentar la vida.
Nací en un cruce de culturas donde las especias se unían al repique de campanas, donde el intercambio de ideas se generaba con respeto y dialéctica (dos inteligencias hambrientas por encontrar la verdad). Crecí en una familia amante y respetuosa con la tradición y con la Unidad, en el estudio y en la reflexión. Ahora, al iniciar mi camino de regreso al hogar, la brisa dorada del amanecer me trae recuerdos de mis acciones para rememorarlas y así sanar lo que escondí para evitar el dolor de la traición.
Corría el año 1275 de la era cristiana, caminaba por la plaza del mercado para ir a la tienda de pergaminos junto a mi padre, la vida bullía a través de las voces, olores, colores, alegría, me gustaba ese ambiente y al mismo tiempo sentía que la fragancia del jazmín abría un camino en mí, una nueva vibración empezaba a tocar las cuerdas de mi alma. Recordé en ese momento eterno que tenía que profundizar en ese sentir para, tal vez, llegar a comprender.
Desde pequeño la curiosidad fue mi compañera y mis padres me ayudaron a desarrollarla ofreciéndome una excelente educación. Fui a la escuela de sabiduría para estudiar las artes de la medicina, astronomía, matemáticas y filosofía. Mi madre me contaba cuentos sufíes cada noche y me repetía: “los mitos guardan secretos ancestrales que cada cultura envuelve con su propia fragancia. Descubrir los enigmas de la vida y los tuyos es esencial, pues, te llevarán a la esencia del cosmos universal”. Así, paso a paso, mi madre fue plantando en mi interior las semillas de luz que me llevaron por múltiples y variados caminos, pero siempre a través del estudio y de la meditación, recuerdo sus palabras antes de dormir: “reflexiona lo que este cuento te quiere decir”.
Años más tarde, cuando me dedicaba a la astronomía, matemáticas, medicina y filosofía, mi mejor amigo fue llevado ante la “justicia” por tener ideas y creencias diferentes a las impuestas, sin embargo, él defendía la tradición y también la unidad de la esencia creadora en cada manifestación. Así el puñal de la traición y de la ignorancia de los que se creen superior hizo un profundo corte en mi corazón.
Una noche, al regresar a casa, después de observar la magia de las luces en el universo y de anotar sus movimientos, me sentía cansado. Esa noche tuve una experiencia y su huella aún perdura en mí. “Estaba en lo alto de una duna, a las afueras de una ciudad, mirando el cielo, hablando con mi compañero de los misterios y las leyes del universo —su orden, su caos, el movimiento cíclico que todo entrelaza, su ritmo y sonido—. Estábamos tan absortos que no vimos cómo se acercaba la tormenta de arena. Como pudimos nos resguardamos el uno contra el otro y nos tapamos la cara con la kufiya. Todo quedó enterrado bajo la arena en un segundo. Era consciente de mi angustia, del picor de la arena en todos mis poros, sentí que me ahogaba, de pronto una llama en mi cerebro se encendió, me calmé y empecé a meditar, vi que la tormenta, así como llega y se va, que el viento todo cambia y que cuando se va, todo vuelve a percibirse de diferente manera. Comprendí que las tormentas nos permiten cambiar para tener una nueva percepción, pero necesitamos coraje y humildad. Cuando pasó la tormenta, mi amigo y yo nos miramos y en ese momento el velo se rompió, yo era el individuo que vestía mi cuerpo y también era el Otro, no como manifestación, pero sí como esencia, había nacido el sentimiento de fraternidad absoluta, supe que mi vida había cambiado para siempre”.
Semanas más tarde, comuniqué a mis padres y alumnos mi decisión de marcharme. Mi padre era sufí y sabía que la transformación se hace mientras giramos en la danza de los planetas aquí y ahora. Fue entonces cuando me retiré a una montaña cuyo valle era un jardín de flores y sus fragancias me deleitaban porque comprendía que la alquimia natural se producía a cada instante. El silencio me envolvía con su melodiosa armonía, la observación y la meditación me llevaron a la intimidad espiritual cuya vibración era el reflejo de la Luz primordial. Tuve una certitud —todas las experiencias entre “yo y el Otro” son únicas e irrepetibles, nos llevan a la unidad del Ser, al amor y a la paz, sea cual sea nuestro culto—, cada ser humano es único e irrepetible.
Pasé unos años en la montaña y cuando sentí que era el momento de regresar lo hice renovado, empecé mi viaje como aventurero espiritual y qué mejor enseñanza que la de estar rodeado de gente frente a uno mismo, observándose, sintiendo, transformando las emociones en joyas etéreas. Siempre supe que la verdad no pertenece a nadie, sino a uno mismo, con nuestra experiencia del “yo y el Otro”.
Recorrí muchos caminos con altibajos y hoy he llegado a mi última parada. La noche me envolvió con el manto de las estrellas y la luz dorada del amanecer traía sonidos de un nuevo día, escuchando la melodía del silencio, sentí el cálido abrazo de mi Ser y un canto sonó en mi corazón:
“Vivo obedeciendo a mi voz interior
que me llena de aliento y alegría,
para seguir la Vía de la Vida
dejando estelas de armonía
para no olvidar la memoria contenida.
Recordar que cuando estamos
en el mundo del olvido,
nos volvemos agrios y violentos,
porque hemos olvidado
la naturaleza de nuestra esencia.
Ese recuerdo nos devolverá el hálito sagrado
que contiene fuerza,
pues un humano se evalúa
con el ejemplo que da
y no con su bruta fuerza.
No estando en la opinión
sino en el criterio, reflexionando,
escuchando y discerniendo
el contenido de palabras y actos
tanto propios como ajenos.
Conceptos, ideas y espacio vacío
se entrelazan formando un nuevo Ser,
ya que lo que se opone me hace crecer
y a través de la intuición y sabiduría
el velo de la ignorancia y arrogancia
cae para que la verdad sea desvelada
e ilumine los secretos de la Vía”.
Esa noche, mientras miraba el nuevo amanecer, he vuelto a las praderas de la armonía, soy átomo en el universo infinito y eterno. No hay tiempo ni espacio, pero sí mantengo mi memoria intacta de mi viaje a la tierra. Mi maestro celeste, el Ser, se acercó y la luz nos envolvió. Todas las experiencias que se realizan en el planeta Tierra son para aprender que el mundo visible es el reflejo de nuestro mundo invisible. Si queremos cambiar debemos penetrar en el mundo del más allá y crear nuestra propia realidad.
*****
En el campo de las flores estelares, en el océano dorado del amor y armonía, los átomos de los grandes héroes silenciosos del mundo se unen en un solo Sol, donde los límites, diferencias, creencias no existen. Solo existen átomos de la esencia divina. Todo es posible en ese jardín de energía.
El canto de los pájaros que cada mañana trinan en los árboles es para hacernos llegar un mensaje de alegría. Pequeño homenaje a Titanes como Ibn Arabí, Farid al Din Attar, Rumi, Avicena, Al-Ghazali y a todas las almas que han sembrado y siembran la Vida con estrellas.
por Ángeles Carretero | Dic 22, 2023 | Relatos
Las montañas desde la antigüedad más remota son símbolos sagrados, encierran secretos que son desvelados al buscador del camino de su alma y que esté dispuesto a pasar las pruebas. Las montañas han vivido millones de historias que guardan en sus archivos arcanos dentro de sus cuevas profundas.
Cada nuevo día se sienten pletóricas cuando saludan al astro rey al compás de la música de las musas y este les devuelve el saludo bañándolas con sus átomos de luz para que sigan siendo las hermosas heroínas de las leyendas. La majestuosidad, la belleza, la fortaleza, la sabiduría de las montañas son arquetipos que nos hablan e inspiran, por eso estamos atraídos por ellas.
Entre millones de historias estaba la de Inko —un niño de mirada brillante y profunda, pero al mismo tiempo sus ojos de ébano transmitían dolor y miedo—, que se acercó a este reino de belleza y silencio. Este pequeño estaba exhausto, su carita mostraba la huella de surcos de ríos secos y su cuerpecito era como pequeñas ramas delgadas sin hojas. Había llegado en una pequeña gruta donde había huellas de otros ocupantes que hicieron un alto en el camino antes de aventurarse por el sendero. El pequeño muchacho se tumbó y se durmió en el acto.
Cuando nuestro compañero el sol emergió para saludarnos, le dijimos que proyectara sobre la cueva sus rayos de luz para que calentaran y despertaran al pequeño, pues hacía dos días que dormía. Así los rayos templaron y despertaron al niño. Estaba aturdido, no sabía dónde estaba, pero se sentía seguro, sus tripas rugieron de hambre. Los pájaros cantores le ofrecieron su trino y su ánimo se elevó, se sintió feliz después de tanto tiempo; salió y vio el riachuelo que traía vida a nuestro valle. Se acercó y bebió el agua que necesitaba, luego se metió en esas aguas azules para lavarse las heridas de su malherido cuerpo. Secándose al sol, sus tripas volvieron a quejarse, se levantó y buscó algo para comer. Descubrió que, a poca distancia, el valle estaba lleno de árboles que le ofrecían sus frutos frescos, también había raíces de plantas que él conocía y que le ayudarían a recuperarse.
Mi reino es la montaña sagrada, solitaria, colosal, eterna, poderosa y da la bienvenida a los valientes que, aunque estén heridos, siguen su camino; ahora le tocaba el turno a ese pequeño hombrecito.
El pequeño Inko era valiente e inteligente, decidió establecerse y explorar las cercanías de su nuevo hogar. Descubrió un camino escarpado y de difícil acceso para aquel que ose molestar a las hojas ambarinas que preceden al silencio y a la gran piedra azul en forma de cubo. Solo aquellos que tienen un corazón sincero pueden acceder a esa gruta donde vive la señora de blanca túnica y corazón azul, una vez hayan superado la prueba. Todo aquel que se aventure en mi reino debe estar en armonía con la naturaleza y con él mismo, si solo visita mi dominio para dar un paseo, el velo del secreto cerrará sus ojos y solo verá una montaña con vistas hermosas sobre un fértil valle.
Al cabo de un tiempo, Inko subió el sendero con determinación, llegó a un terraplén donde había una gran piedra azul en forma de cubo. Se sentó y miró a su alrededor, el paisaje le conmovió, una ligera brisa de arpas trajo belleza, serenidad, armonía, silencio. Mientras estaba recogido y disfrutando de ese regalo de la naturaleza, oyó una suave voz de mujer, el pequeño Inko casi no se cae del susto, no la había oído llegar. “Naki” así se llamaba la señora que viendo al pequeño bañarse en el río de serenas aguas, semanas atrás, supo que era la persona que esperaba desde hacía mucho tiempo —vienen muchos visitantes, pero pocos corazones puros—. Conocía su historia y su valor. Sabía que podía vivir en armonía porque conocía la belleza y el sentido de la vida, el dolor y el miedo, la crueldad y el amor, y ante las vicisitudes en su corta vida, su espíritu se mostró indomable con la violencia. No alberga rencor ni ira, solo una gran herida. Por eso, su alma lo había llevado a su destino.
Me comunico con mis buscadores a través del sueño y de la meditación, haciéndoles sentir una vibración de alegría para que conecten con sus recuerdos y vuelvan a revivir la grandeza de su ser. Necesitan coraje y voluntad para este viaje que empieza en la cueva de las serpientes o tal vez ramas rotas. Quien controle su mental vencerá en la lucha. Siempre hay un momento en la vida en que el grito de desesperación es el comienzo de un nuevo ciclo que da paso a la esperanza. La vida se percibe intensamente en cada manifestación, sea mineral, vegetal, animal, humano. Todo forma parte de la misma unidad en otra realidad. Naki era la abuela del chamán del poblado de Inko y desde muy pequeño dio señales de que era diferente, no en apariencias, pero sí en su interior. Así poco a poco las enseñanzas se fueron transmitiendo antes de llegar a mí.
Durante su larga estancia en ese maravilloso lugar, aprendió a recordar y a conectar, a sentir y a escuchar la naturaleza, a reflexionar y a meditar. Visitó los archivos arcanos de la gran cueva, comprendió el significado de la Naturaleza, el misterio del ser humano (un átomo de luz crea vida y es ese átomo el que nos devuelve los recuerdos perdidos y nos enseña el camino de regreso). Una tarde subieron a la piedra-cubo para hacer unos ejercicios y restablecer la energía. Después, se sentaron a ver el atardecer y cuando apareció el sol, algo mágico pasó, se había vestido con sus ropajes reales de púrpura, violeta y dorado, para que Inko viera y sintiera la magnificencia del universo en ese horizonte que es la frontera del sueño donde todo se hace posible al conectar con el recuerdo de la verdad en otra realidad.
Ese atardecer fue especial, Naki también vestía su túnica blanca y azul, reflejo de su corazón. Inko supo de inmediato que algo extraordinario iba a pasar. Cuando volvieron a la cueva sagrada, un hombre alto, fuerte, de pelo largo y ojos sagaces e insondables, les estaba esperando. Se sentaron formando un triángulo; sintió una conexión muy fuerte con ese personaje, este le dijo que tenía que hacer un viaje largo y si quería acompañarlo. Inko estaba perplejo, no quería dejar a Naki y al mismo tiempo deseaba ir con él.
Naki le dijo que había llegado el momento de aprender otras cosas y más tarde, en su momento, regresaría si ese seguía siendo su deseo. Mañana te diré lo que he decidido. Tumbado en el suelo de la cueva y oyendo el silencio de la naturaleza, rememoró su niñez. Las heridas se habían sanado, pero los recuerdos estaban vivos. “Vivía en un pequeño poblado, en el valle, las yurtas de colores, la gente amable, sonriente, los niños jugábamos y aprendíamos de todos los mayores. Era una vida simple y dura debido al tiempo, sin embargo, era una vida tranquila y alegre. Una mañana se oyó ruidos de cascos de caballos y unos jinetes con flechas y lanzas entraron, saquearon y mataron. Yo había ido al bosque a recoger hierbas, por eso no estaba en el poblado. Los vientos trajeron el sonido de la locura. Lágrimas de penas y dolor volvieron a correr sin poder detenerlas. No hay palabras para describir el dolor, el terror y la soledad que deja la crueldad. Toda mi vida desapareció en las cenizas que dejaron de mi pueblo. Unos días más tarde empecé a caminar hacia la montaña sagrada porque el chamán hablaba siempre de una mujer sabia”. ¿Cómo sabré que es la montaña sagrada?, me preguntaba mientras caminaba y una voz suave me decía: “la reconocerás porque cuando la veas no verás una montaña sino belleza”.
Durante un tiempo Inko viajó en compañía de ese hombre atemporal que forma parte de esa fraternidad de sabios que protegen a la Humanidad, se llamaba Itumi “el persa”, así transmitió a Inko secretos, ritos y leyendas, la verdad se va transmitiendo oralmente para que las palabras bailen y el ritmo del viento lleve su mensaje a través del aire. En sus viajes conoció a otros personajes que le instruyeron en diferentes conocimientos, todos ellos tenían un denominador común, la unidad de la humanidad, porque solo en la unidad los valores primigenios del universo pueden ser esculpidos en el interior de cada ser humano para darle un sentido a la vida y que encuentre así su destino. Si no hay sentido, no hay destino.
En uno de sus viajes, conoció a una mujer preciosa y de corazón puro, el viaje con Itumi había terminado, el momento del regreso había comenzado.
Naki les dio la bienvenida y al atardecer volvieron a la piedra-cubo para restablecer las energías y enseñar a la preciosa compañera de Inko el lenguaje del silencio para que pudiera oír las leyendas vivas de las hermosas montañas, el canto de las aves nocturnas, el susurro del agua y el baile de las hojas ambarinas que preceden al silencio, todo forma parte de la naturaleza sagrada del cosmos en la tierra.
Una semana más tarde, Naki llamó a Inko para entregarle las llaves de su reino, la montaña sagrada, y comenzar así un nuevo ciclo.
(Foto privada)