por Ángeles Carretero | Sep 18, 2018 | Artículo
Como decía Mahatma Gandhi, “la Paz es el camino”. La Paz, además de ausencia de violencia y de conflicto, es una actitud, no una simple palabra o pensamiento que suena bien en nuestra vida. No habrá paz en nosotros ni en el mundo hasta que la paz no sea una cualidad intrínseca en cada una de nuestras conciencias. No podemos decir que hemos cambiado y seguir siendo la misma persona.
Paz, maravillosa palabra y actitud que atrae a millones de personas; pero pocas están dispuestas a salir de su pereza física, de la inercia para no seguir repitiendo «total… yo no puedo hacer nada»; hay que luchar y hacer el esfuerzo necesario para evitar las situaciones conflictivas en nuestras vidas. Nos gusta aconsejar o criticar a los demás sin ver nuestra apatía, siempre se «ve mejor la paja en el ojo ajeno», nosotros no vemos la nuestra, aunque nos esté molestando hasta herirnos en lo más profundo, es más fácil ocuparse de los demás que de uno mismo.
AHIMSA, palabra sánscrita que significa “no violencia”, —utilizada por Mahatma Gandhi para definir su movimiento de no violencia— se construye en los Pensamientos, Palabras y Acciones de cada uno de nosotros.
Los Pensamientos residen en el cuerpo mental y es donde se originan las ideas positivas y negativas que transformamos en palabras y acciones, haciéndonos sentir bienestar o malestar. Los pensamientos son el resultado de nuestras experiencias que hemos creado gracias a nuestras decisiones, decisiones tomadas o no tomadas; nuestras decisiones siempre tienen repercusiones.
Las Palabras son manifestaciones de nuestros pensamientos, sentimientos, emociones y debemos ser cuidadosos y respetuosos con lo que decimos. Hay palabras sabias, vacías, hirientes o que matan y esto se manifiesta a través de las acciones positivas o negativas. Una vez pronunciada una palabra no hay vuelta atrás; las palabras son flechas que una vez lanzadas se dirigen hacia su objetivo; a veces, clavamos o nos clavan en el corazón esa flecha, siendo muy difícil extraerla, debido a su profundidad. Las palabras positivas van dirigidas al corazón de la otra persona, haciendo que su magia obre milagros. Hemos olvidado el respeto y el compromiso a la palabra dada y esto significa que nos hemos olvidado del «honor», del compromiso como ser humano. Nuestras palabras nos pertenecen, nunca podemos hablar por boca de otra persona porque sus experiencias, emociones y sentimientos le pertenecen; lo que sí debemos hacer es aprender a escuchar para comprender o conocer mejor a esa persona.
Las acciones son las manifestaciones de nuestros pensamientos y palabras, caricias y puñaladas en nuestra vida. Si controlamos nuestros pensamientos y palabras negativas y violentas, pararemos inmediatamente nuestras acciones agresivas, evitando sufrimiento y dolor e incluso muerte a nuestro alrededor, tanto física como psíquicamente.
Millones de renglones se han escrito a través de los tiempos sobre la paz; pero en pleno siglo XXI seguimos inmersos en graves conflictos de guerras, masacres, corrupción, violaciones de los derechos humanos… La solución a todos esos conflictos es tener una actitud digna que nos lleve a la paz, a AHIMSA. Hay que ser conscientes de que no existe la panacea, no hay remedios milagrosos. Todos llevamos una llave en el corazón que abre las puertas a la paz y a la alegría, esa llave se llama Amor y encontrarla es nuestra responsabilidad.
Solo la transformación de la violencia en la paz nos ayudará a transformarnos y a cambiar nuestra vida. Si realmente deseamos la paz, este es el camino y es nuestra responsabilidad porque no podemos seguir posponiendo el compromiso de la Paz. Ha llegado el momento de comprometernos con nosotros mismos.
La vida tiene su propio latido, el amor a la Humanidad y a todos los seres vivos.
Inspirado en “La Naturaleza Sagrada del Ser Humano”.
por Ángeles Carretero | Sep 14, 2018 | Artículo
Vivimos en un laberinto cuyos caminos son arduos y complejos, poniendo a prueba cada día nuestra conciencia. Los caminos están llenos de trampas, engaños, manipulaciones, mentiras; tenemos pocos momentos de felicidad, de risas porque hemos olvidado ser amables y agradecidos. Nosotros somos el camino y debemos crear nuestro propio recorrido; por sí solo el camino no nos lleva hacia la salida del laberinto, nuestro destino.
Nos hemos acostumbrado a vivir bajo nuestra piel de lobos, en ese mundo de tragicomedia, cayendo en las trampas cubiertas de flores blancas; trampas de ambición, de egoísmo, de querer alcanzar la cima, cueste lo que cueste; lo que nos produce un profundo estado de inconsciencia y aflicción porque la vida nos devuelve a la confrontación de nuestras acciones y reacciones haciéndonos vulnerables y lamentándonos más tarde. Antes de una confrontación, debemos explorar nuestro desorden más profundo para encontrar nuestro orden. Como decía Nietzsche, “se necesita el caos en sí mismo para dar a luz a una estrella que baila”.
En este laberinto hay muchas clases de reglas, normas y leyes que rigen nuestras vidas, pero podemos agruparlas en dos. Ley del Gobierno y Ley de la Conciencia. La Ley del Gobierno es necesaria para mantener el orden y una convivencia pacífica entre los ciudadanos, aunque es imperfecta y contiene muchas fisuras. La Ley del Gobierno no es suficiente para alcanzar la paz ni la justicia, hay muchos políticos y personas influyentes que se creen por encima de la ley y hacen lo que desean sin importarles las consecuencias hacia los demás. Todas las decisiones tienen repercusiones en las personas.
La Ley de la Conciencia, es innata a cada alma, por lo tanto, personal, y nos incita a un comportamiento correcto de respeto y justicia, de generosidad y tolerancia, de dignidad y libertad; por eso, la Ley de la Conciencia es nuestro legado a la Humanidad. Esta Ley es el barómetro de nuestro propio desarrollo. Todos dejamos en nuestra vida una huella positiva o negativa en la familia, en los amigos, en los colegas o incluso en las personas anónimas que nos encontramos una vez en la vida; solo depende de nuestro comportamiento que sea una huella de amor o una huella de indiferencia.
A través de nuestra historia, el ser humano ha dejado su huella en el arte, en la poesía, en la música, en la arquitectura… dejando una estela de amor en la piedra… Hemos vivido periodos de renacimiento y muerte y, en la actualidad, con tantos progresos científicos e industriales que permiten vivir mejor en algunas partes del planeta, aunque en otras peores; nos hemos vuelto a olvidar de lo más importante de la vida, el ser humano con su dignidad y libertad. Nuestros días son una carrera sin fin, frenética, sin rumbo que no nos permite ver lo que ocurre a un paso de nosotros. No nos preocupa esa persona que pasa a nuestro lado porque en el fondo no nos preocupamos por nosotros, la ignoramos como nos ignoramos y si tenemos prisa la empujamos y pasamos por encima que es a lo que estamos acostumbrados.
Nos estamos convirtiendo en robots de inteligencia artificial, sin emociones ni sentimientos donde ser agradecidos, amables, sonreír y disfrutar de la vida y de la compañía de otras personas, ha quedado relegado a un mero diseño de latón, de pantallas haciéndonos sentir que somos alguien si tenemos miles de amigos virtuales, pero en el fondo somos infelices, estamos deprimidos y caemos en un abismo de violencia y dolor por nuestra soledad detrás de un ordenador.
El curso del tiempo no lo podemos parar ni tampoco podemos volver atrás, pero sí podemos transformar ese robot artificial en humano emocional, buscando la manera de volver a sentir que todos somos seres humanos y necesitamos dignidad, respeto y libertad para continuar nuestro camino y llegar a nuestro destino, la salida del laberinto.
Recordemos que somos el súmmum de la creación.
por Ángeles Carretero | Ago 26, 2018 | Artículo
Todos los hilos de la humanidad se cruzan en el corazón de cada persona donde nace el perdón. El perdón no es una palabra vacía, es un acto de amor e ilumina nuestro corazón con compasión.
Cada día nos disculpamos o pedimos perdón por nuestras torpes o malas acciones; el pedir perdón se ha convertido en algo banal, porque como un disco rayado lo repetimos una y otra vez y continuamos haciendo la misma acción, causando más daño, incluso, sin darnos cuenta, a nosotros mismos.
Todos hemos pedido perdón miles de veces en nuestra vida, y, muchas veces, hemos sido perdonados en palabras, pero no en el corazón. El perdón no es decir lo siento o pedir excusas por haber hecho o dicho algo mal intencionado o no; el perdón es una actitud que nace en el corazón donde reside nuestra alma y nos permite cambiar de conducta para no repetir esos hechos.
Los grandes dolores del alma hacen que no se oigan los pequeños contratiempos y recíprocamente, que no por ser pequeños, no son lacerantes. En ausencia de un gran dolor, las tonterías más insignificantes nos atormentan y nos hacen sangrar. El perdón nos libera de pesadas cadenas y profundas heridas del pasado y del presente, es el bálsamo que nos ayuda a sanar e incluso a borrar esa cicatriz que nos recuerda nuestro comportamiento. Para perdonar es necesario tener coraje y valentía, fuerzas que nos ayudan a destruir la venganza, el odio y la ira.
Para perdonar y sentir serenidad en el alma tenemos que extender nuestra visión para comprender nuestro comportamiento y observarlo sin juicios, lo que nos permite ser conscientes de nuestras acciones y elecciones, rehusando ser una marioneta de nuestro ego, de los miedos y rencores que nos hacen mover en terreno de arenas movedizas saliendo siempre mal parados y abriendo la puerta de la vulnerabilidad para encontrarnos de frente con la falta de confianza y otros fantasmas que habitan en nuestro subconsciente.
Pedimos a los demás que cambien, pero nosotros no estamos dispuestos a cambiar porque creemos, con error, que somos casi perfectos. Cuántas veces hemos oímos “he cambiado” pero seguimos siendo la misma persona, lo que conlleva repetir nuestros actos de palabras o acciones para volver a arrepentirnos y a disculparnos. No debemos exigir a los demás algo que nosotros no podemos hacer.
El perdón requiere valentía y amor, fuerzas que poseen caballeros y damas de buena voluntad porque sienten la motivación interior de querer ser felices. Esa motivación confiere confianza para orientar nuestra vida en la acción positiva, haciendo renacer el sol cada día. Hay que dejar atrás nuestro pasado, aunque hay que visitarlo de vez en cuando, para observar y comprender nuestras acciones presentes y tener la valentía de rectificarlas, si es necesario.
Todos vivimos en el laberinto de la vida y buscamos la mejor salida, pero nos olvidamos que para ver la salida debemos elevarnos y mirar con otra perspectiva. Aprenderemos si somos conscientes de nuestras acciones, superando nuestros complejos y perdonando nuestras acciones y reacciones. Si perdonamos con el corazón significa que hemos aprendido la lección.
Hay que dejar de escuchar las voces de las dudas y desalientos que nos hacen sufrir y tambalear, nos vacían el aliento y nos hacen sentir muertos, es como caminar por una playa de arena donde las pisadas de nuestra vida, las olas y el viento han borrado. No queda nada de nuestra vida, todo ha sido olvidado. El perdón nos permite renacer para que gobernemos el timón de nuestro destino, aunque nuestro barco esté hecho de viejos maderos. No podemos perdonar a los demás si no nos perdonamos a nosotros mismos. El perdón evita la venganza, el resentimiento, el odio, la ira, la violencia y nos ayuda a elevarnos para aprender a jugar y a reír en nuestra aventura de la vida.
El perdón nos ayuda a abandonar la competición con nosotros mismos y con los demás porque no hay desafíos, solo existen caminos diferentes y cada uno tenemos que caminar por el nuestro guiado por la voz del viento y avanzando en confianza bajo la luz de la verdad.
por Ángeles Carretero | Ago 2, 2018 | Artículo
La Humanidad está sufriendo un cambio profundo a una velocidad vertiginosa, lo que muchas veces produce confusión y destrucción; los conflictos armados son cada vez más cruentos. Las relaciones humanas se hacen más y más frecuentes a través de un ordenador, lo que provoca, en algunas ocasiones, que nos escudemos detrás de una pantalla, creando un personaje ficticio que no tiene nada que ver con la realidad. Hemos dejado a un lado el sentimiento humano de sentir una mirada llena de ternura o una caricia llena de pasión. Nos hemos conformado con una pantalla sin alma.
El mundo virtual nos bombardea y manipula, nos imponen reglas, normas, nos dicen cómo tenemos que vivir, qué comer, cómo vestir, qué creer, si no seguimos los cánones previstos no estamos dentro de la norma —la diferencia sigue molestando, somos marionetas articuladas movidas por los más fuertes tanto del poder político, social, financiero como religioso—.
En la actualidad, en muchos países, se reproduce una y otra vez el mismo escenario atroz y cruel. Muchas personas siguen viviendo desde hace años en la muerte, en la miseria, en la injusticia, y los responsables de esas barbaries siguen jugando con sus discursos vacíos, llegando a compromisos ficticios, porque buscan sus propios beneficios sin importarles las atrocidades que están infligiendo. Es fácil crear guerras y posturas hostiles cuando sus familias y sus amigos están a salvo en sus torres de marfil.
Muchas voces ahogadas en su grito de horror se preguntan en silencio, ¿por qué no tengo derecho a vivir?, ¿qué hemos hecho mis hijos, mi familia para morir de hambre o por balas que nos arrebatan la vida sin saber por qué?
La voz de la humanidad se alza de nuevo exigiendo el derecho a vivir. Todas las víctimas tienen que ser recordadas porque han sido injustamente castigadas y juzgadas. El dolor de las masacres está impreso en el aire de la Naturaleza que respira la Humanidad. Estos crímenes de guerra deben ser castigados, la justicia es un derecho de todo ser humano y debe ser igual para todos.
por Ángeles Carretero | Jul 14, 2018 | Artículo
El violín está para ser tocado —para que sus cuerdas vibren y creen música que nos eleve y nos haga vibrar nuestras fibras más sensibles—, no para ser observado. Así, la vida debe ser vivida como actores principales para dejar una estela de colores y no verla pasar desde el patio de los espectadores.
En la vida existe muchas realidades diferentes, y, una de ellas es la que viven los seres humanos discapacitados que poseen el poder de la sonrisa; padres, hermanos, amigos cogen las manos de sus seres queridos con una ternura sin igual, guardando en su corazón un dolor silencioso y al mismo tiempo un amor infinito que solo se ve a través de sus ojos.
Muchas personas debido a su discapacidad viven en centros especializados donde personas amables y generosas hacen que sus días sean alegres, llenando el aire de amor y risas. Hoy es un día especial de fiesta para todos, la música de los violines suena y llena el aire de risas. Bailes acompañados de gritos de alegría y palmas, el ambiente se llena de abrazos de ternura.
Hombres/niños, mujeres/niñas, miradas llenas de amor, de compasión, de secretos, de amistad entre personas que pertenecen a ese universo especial cuyos corazones tiernos palpitan al sonido del violín. Personas vivas, cargadas de energía que hacen vibrar la cuerda sensible de otras personas ajenas a esa realidad. He sido testigo de una manifestación de amor profundo entre hermanos, amigos, padres e hijos, donde mis lágrimas han brotado de alegría y tristeza. Me ha conmovido ver a un padre que con ternura infinita cogía las manos de su hijo que no veía, ni hablaba ni oía, pero él sabía que esa mano era de su padre que le quería. Hermanos unidos a través de ese amor fraternal, de orgullo que, aunque discapacitado completamente, el beso y la mano de su hermana que le guiaba llenaba de felicidad su cara.
Recibí una gran lección esa tarde festiva donde la música de los violines llenaba el aire de notas que hicieron vibrar mi corazón; la sonrisa y los abrazos de esos mágicos momentos me llenaron de gratitud y humildad. Estas lecciones son las que nos ayudan a crecer y a cambiar la vanidad por humildad y el egoísmo por solidaridad. A esa otra realidad de la vida debemos abrir nuestros corazones y ver que no somos la élite de los seres humanos. Hay una realidad en la vida más poderosa que cualquier otra cosa y es el poder de la sonrisa.
(Dibujo Lorena Ursell, «La Naturaleza Sagrada del Ser Humano»).
por Ángeles Carretero | Jun 30, 2018 | Artículo
Todos buscamos ese remanso de paz, ese nido de ternura donde nuestras almas heridas puedan descansar, curarse y echarse de nuevo a volar; algunos lo encuentran, otros lo buscan toda la vida.
Al estar sumergidos en la lucha diaria de la vida, olvidamos lo que es la felicidad —el anuncio de que el rey del corazón es el amor—. El amor se encuentra en las cosas sencillas y verdaderas, produciéndonos una alegría serena y un bienestar en el alma: una amistad leal, una caricia de ternura, una sonrisa del alma, la fragancia de una flor, el canto de un pájaro…, delicias que hacen que nuestra vida se llene de ternura y gozo.
Tenemos muchos desafíos en la vida, lo importante es tener fuerzas para levantarnos en cada caída. No hay otra opción. Nuestras acciones tienen repercusiones que nosotros mismos no podemos siquiera imaginar. La intuición desarrolla nuestra percepción porque estamos unidos a la conciencia colectiva de la tierra y de la humanidad a través de las memorias que son nuestras vivencias, y aunque huyamos o no queramos aceptarlas, siempre nos atrapan porque forman parte de nuestra historia; también, la intuición nos proporciona información sobre nosotros u otras personas, para que las situaciones provocadas tengan un impacto menor o diferente, aunque, muchas veces, la ignoramos por miedos o dudas. Para romper esas cadenas de miedos y dudas, necesitamos confianza en nosotros mismos y en nuestras percepciones e intuiciones.
Muchas veces hacemos sonar una campana que luego no podemos parar, incluso su vibración perdura durante un tiempo en el aire. Nuestras acciones tienen repercusiones y cuando somos conscientes del daño que hemos provocado, nos aferramos a una esperanza compartida, o, a un dolor aliviado para mitigar nuestra culpabilidad. Es importante que, antes de lanzar palabras hirientes o acciones violentas, reflexionemos para evitar un dolor gratuito a los demás que más tarde nos alcanzará a nosotros mismos por medio de la culpabilidad, siendo nosotros los responsables de su impacto.
La intuición es un don maravilloso que nos permite prever las consecuencias de nuestras acciones y solucionar problemas antes de que surjan, fortaleciéndonos en nuestra confianza. La confianza nos proporciona paz y solo en la paz las heridas pueden sanar.