por Ángeles Carretero | Jul 26, 2020 | Relatos
Cuando una puerta se abre, nunca nada será como antes.
Sé que el azar no existe, todo en el planeta está entrelazado —situaciones, personas, encuentros y desencuentros—, lazos invisibles que se mueven para destruir la ignorancia e instalar la lucidez en la vida de cada ser humano.
Una tarde de primavera, mientras Javier y yo tomábamos un café frente al mar y me hablaba de su último viaje a las profundidades de la selva amazónica brasileña, entre luces, el crepúsculo se vistió con su manto carmesí dejándonos sin palabras ante su belleza. Javier es un trotamundos en busca de enigmas que la razón no entiende, así como de tesoros y secretos del alma. Los ojos de Javier centelleaban como diamantes en el océano del firmamento —“regreso a ese mágico lugar donde Ailin me espera y donde las personas forman un solo ser con la naturaleza, porque el respeto crece como las flores silvestres y no se pisotea aunque haya desavenencias”— me dijo.
Después de unos días atravesando bosques y cruzando varios ríos llegamos a un pequeño poblado en medio de una vegetación exuberante y de una belleza sobrecogedora, sus gentes eran amables y sonrientes. Aunque no hablaba su idioma, me sentí inmediatamente arropada: “la familia de mi hermano es nuestra familia”, decían entre abrazos y con sus alegres miradas; para celebrarlo, por la noche, hicieron una fiesta donde no faltó la música, el baile, la risa y el canto bajo el cielo estrellado donde por primera vez sentí que todos formábamos parte de ese gran manto.
Me levanté muy temprano, los extraños ruidos me sobresaltaban, salí a respirar el aire puro y el silencio mágico se rompió con los cantos del coro de los pájaros al amanecer y por los susurros del aire que anunciaban a los duendes que era hora de continuar con sus quehaceres. Los primeros rayos dibujaron, en el gran lienzo del horizonte, bocetos con colores nítidos y brillantes como nunca había visto. Me cautivó esa belleza serena y me sentí hechizada ante tanta grandeza. Estaba tan absorta en mis sensaciones que no oí acercarse a Inko, el chamán del poblado y alrededores; como no entendía sus palabras, me señalaba con sus manos abiertas el cielo, la naturaleza, el poblado, y las unía en su corazón en señal de gratitud y recogimiento haciéndome sentir que el espíritu del amor está por todas partes. Javier salió de la cabaña y se nos unió. Permanecimos en silencio ante el magnífico espectáculo de luces que el amanecer nos brindaba.
Después de disfrutar de un agradable desayuno en compañía de todos, Javier me invitó a seguirlo. Llegamos a un paraje idílico, bajamos hacia el río y nos bañamos, mi cuerpo agradeció el contacto del agua cristalina y refrescante. Disfrutamos del silencio, de la belleza y del concierto del lugar. Le comenté con tristeza que era una gran pérdida para el planeta y la humanidad el ataque sin tregua contra el pulmón de la naturaleza, que cada día se ahogaba un poco más. Javier contestó: “La deforestación en el Amazonas es un crimen que causa graves daños al planeta, humanidad y, en especial, a los habitantes de este lugar a los que están exterminando, ese crimen siempre queda impune, pues los poderosos son los que lo ordenan para satisfacer su hambre y sed de codicia”. Javier estaba ensimismado y su mirada fue más allá de la presente realidad, al cabo de un rato volvió a comentar: “todos los seres humanos tenemos que reanudar el contacto con el reino animal y vegetal, percibir la tierra con todos los sentidos, lo que crea crecimiento y respeto por la vida y elimina el sentimiento de soledad al ser conscientes de que formamos parte de un todo. La naturaleza se recrea ella misma cada día con mayor belleza y variedad, al igual que el ser humano. Si no sentimos respeto por nosotros, no lo sentiremos por nadie ni por la naturaleza, lo que traerá graves problemas a la tierra, ya conocemos sus consecuencias. La vida no es poder y dinero, la vida es amar y respetar lo que tenemos”. Lo miré un instante tratando de comprender el significado más allá de las palabras, sus ojos brillaban como soles en verano, tuve la impresión de que su cuerpo se fundía con el paisaje.
Cada día nos aventurábamos por diversos parajes extraordinarios hasta el día del enlace que navegamos río arriba, las nubes cargadas no dejaron de arrojarnos agua durante el trayecto, pero al acercarnos al poblado las nubes habían abierto un claro para dejar paso a dulces y cálidos rayos; Inko y Javier se miraron y supe que los duendes de la naturaleza eran sus compañeros. Javier estaba exultante de felicidad. Nos dieron la bienvenida con una alegría sincera que emanaba del corazón. Las flores aromatizaban el lugar, adornaban cabellos, trajes y casas. Sentía que formaba parte de algo especial, pero no sabía qué era. Cuando la luna llena apareció, se oyó una sinfonía sublime que procedía del canto de la naturaleza y de los presentes; de una casa adornada con flores rojas y blancas salió Ailin, hermosísima que, además, dejaba ver la belleza que había debajo de su piel, su largo pelo azabache, su tez tostada y sus ojos negros como la noche sin luna la hacían parecer una diosa. Llevaba una túnica de dibujos dorados y plateados que fulguraban con los rayos de la luna, con pasos firmes y mirada cautivadora se acercó a Javier, unieron sus manos, pronunciaron unas palabras y se besaron sellando para siempre su unión. Fui testigo del hechizo del amor; comprendí que esa sensación especial que sentí era ver la unión de la naturaleza con los seres humanos, todo y todos formábamos parte de la misma esencia.
Unas semanas más tarde, Inko vino a nuestro encuentro, habló con Javier y este me dijo: “esta noche Inko quiere ir contigo a un lugar muy especial”. —“No voy a comprender”— dije, a lo que contestó: “la sabiduría se expresa a través de la percepción de la intuición, no de las palabras”. Por la noche, Inko vino a buscarme, llevaba pintado el símbolo del infinito en su frente y en su corazón un círculo dorado, me llevó a un lugar donde algunos árboles sabios y milenarios habían creado un círculo natural. Nos sentamos frente a frente, cogió mis manos y sentí una descarga en todo mi cuerpo, su magnetismo era arrollador. “Desconecta tu mente y deja libre tu corazón, la esencia de la vida debe ser sentida, no analizada” palabras que oía como un eco lejano. Me miró con sus ojos abismales y empezó una canción. Cerré los ojos y dos arcoíris se unieron para formar un círculo eterno de principio y fin. Al cabo de un rato, sentí que se levantaba, me dijo algo al oído y se fue. Me quedé en ese mundo mientras las dudas y miedos fueron derrumbados y barridos por los relucientes colores. No sé cuánto tiempo estuve así, mi cuerpo imploró el movimiento y después de mover los pies y las piernas, me levanté. Regresé al poblado con las primeras luces, Javier y Ailin me recibieron con un abrazo y ojos radiantes de alegría. Desayunamos y vi que las estrellas iban desapareciendo una a una arrojando lazos invisibles, dando paso al nuevo amanecer. Supe que era el momento de volver. Ese día por la tarde abandoné el poblado con gran tristeza en mi alma —me dolía la separación física con esas personas tan extraordinarias que habían sabido unir naturaleza y humanidad— sé que no hay separación, pues todo está entrelazado por lazos dorados, la vida es encuentros y desencuentros.
Regresé a casa, pero todo había cambiado porque yo no era la misma, y volví a oír ese eco lejano “cuando una puerta se abre, nunca nada será como antes”. Unos días después amanecí con unas palabras del duende de los viejos árboles: “Cuando se une el cuerpo y el espíritu, se abre esa puerta que nos permite entrar en otra dimensión que la razón no puede comprender. El tiempo es el momento entre la causa y el efecto. El momento del ahora es el instante. Es siempre. Recuerda que somos creadores de nuestra propia realidad y depende de nosotros crear un paraíso o infierno terrenal. Tu corazón es libre, encuentra el coraje de seguirle. Los nudos del azar nos juntan o nos separan, el mundo invisible solo se ve con los ojos del alma y es cuando todo cobra sentido”. Comprendí esas verdades eternas que se reflejaban en el espejo de mi alma.
Abrí mis alas para dirigir mi vuelo hacia esa puerta abierta que une la esencia de la naturaleza y de la humanidad, donde se une el amor celeste y terrenal.
(foto privada)
por Ángeles Carretero | Jul 16, 2020 | Relatos
El destino une y el destino separa.
Cuando el rayo partió mi mundo en dos mitades me perdí en la negrura de mi alma y de mis sentimientos. El fogonazo fue tan fuerte que me cegó, sentí como se clavaban espinas en mis ojos y el polvo ahogaba mi vida. En ese momento eterno y efímero, cegado por la incertidumbre y la negrura, vi desfilar mi vida —sentí las manos de mi querida madre cuando nos cogió con suma delicadeza en sus brazos a mi hermana y a mí para darnos la bienvenida a este mundo. Vi pasar mi infancia y juventud como un rayo en el horizonte —risas, reprimendas, amigos, besos, ilusiones y desilusiones—, situaciones livianas de la vida. Emergió el recuerdo de una tarde cuando el sol derramaba un suave color cobrizo sobre la terraza mientras disfrutábamos del atardecer, mi madre dijo señalando a la mesa: “La vida es deliciosa como un banquete en el que hay que saborear cada plato”; también acudió ese retazo de conversación de ayer noche con mi padre, cuyas palabras resuenan ahora en mi corazón: “el saber no ocupa lugar y desgarra los velos de la ignorancia para hacernos libres. Cada alma es diferente dentro de un universo complejo al que hay que abordar respetuosamente para poder expresar el sentimiento de paz y belleza que reside en cada corazón. Cada persona tiene alma propia, voluntad propia, sueños propios y le corresponde desarrollarlos”. Cómo una hoja en otoño bailando su último vals, quedó suspendida en el aire la sonrisa de mi amada y de mi hermana.
Siempre me había gustado subir temprano a la colina para sentir el perfume de la mañana y ver ese baile apasionado de colores en el horizonte. Recuerdo que los colores auguraban un día luminoso y el perfume de pinos y naranjos se esparcía por el aire haciéndome sentir que la vida es un regalo; sonreía al oír esa música mágica que solo el amor puede tocar, en dos días me uniría a mi otra mitad, era un momento de tranquilidad cargado de promesas y pasiones por desvelar. Su sonrisa me embelesaba porque dibujaba alegría en su cara, sus ojos hablaban de caricias que solo la brisa del viento puede ofrecer cuando recordamos a ese ser amado. Una atmósfera de paz y dulzura emanaba del lugar y sentí recogimiento y di gracias al universo. De pronto, un rayo dividió el cielo azul en dos.
Después de mi flashback, todo era vacío como si la fuerza de mi alma se hubiese ido. Bajé y cuando llegué a casa de mis padres solo encontré escombros y polvo en el aire. Unos minutos antes tenía toda una vida y de pronto todo voló al compás de un atronador golpe de tambor. Vivíamos en un país cuya historia había dejado huellas en las piedras de los edificios, puentes, palacios, jardines…; entre tanta historia, complejidad y mezcla de culturas, la vida, en apariencias, florecía como las flores en primavera y el baile de girasoles en verano; mi lucha sin tregua para mantener la paz y el progreso lejos de la tiranía consistía en crear puentes hacia la libertad y derrumbar piedras de poder sin sentido que algunos individuos levantaban para construir prisiones de confusión y destrucción. Comprendí que esos esfuerzos por mantener la unión se habían fragmentado; algunos individuos habían roto el motor de la vida mediante la devastación, quebrando esa magia de primavera y empezando una guerra. Los que destruyen la vida a fuego ganan batallas con millones de muertos, pero jamás su guerra ganará a la vida.
Pasaron varios días y necesité de toda mi fuerza interior para que los pensamientos pudieran fluir y ordenarse, oí, como un eco, a mi madre decir: “aquí ya no hay vida, saca fuerza de tu corazón y ponte en marcha, deja enterrado el odio y el rencor bajo el polvo de tus pies, pues son demonios durmientes que cuando se despiertan destruyen todo, incluso la vida”. Me levanté y me puse a caminar sin dirección por esas callejuelas llenas de muerte. Miré a mi alrededor y por primera vez vi muchas miradas perdidas como la mía, empecé a oír nombres lanzados al aire esperando una respuesta, sentí el dolor de esas miradas y vi que todos llorábamos y arrojábamos gritos desgarradores que quedaron ahogados por los truenos y rayos. Al cabo de unos días, los que pudimos sacar fuerza de nuestros pies, iniciamos una marcha hacia ningún lugar; se oía el silencio del llanto y la tierra a nuestro paso se hizo fértil por tantas lágrimas vertidas. Éramos una isla de penas y tristezas. Después de muchos, muchos días, dejé de ser un zombi, la vida volvió a correr como un pequeño riachuelo por mis venas, empecé a ver, a oír, a sentir. Comprendí que somos seres en transición, que la vida se va en un instante y que los sentimientos fracturados se quedan enterrados bajo los escombros de trozos de corazones rotos, gruesas lágrimas cayeron por el vacío de la pérdida de la magia de la vida.
Un día soleado mi corazón rompió a llorar, cuando volvió a sentir el aroma de pinos y naranjos, experimenté que, incluso, en medio de la oscuridad y aunque haya penalidades y miserias, siempre hay que dejar un hueco para la esperanza… Éramos pocos los que llegamos a esa ciudad donde había belleza y serenidad en sus calles, muchos cayeron en el camino por desesperación, hambre y tristeza. Fuimos recibidos en silencio y con algunas miradas de desconfianza y lástima. Nos metieron en un campo de tierra sembrado de casetas. Dormía en un barracón con otros hombres, por la noche se oían lamentos y suspiros y en medio de la oscuridad se veían ojos abiertos que no podían cerrarse porque aún tenían espinas clavadas de cuando el rayo partió el cielo azul en dos.
Mientras una media luna se elevaba entre las tiendas del campamento y creaba una tenue luz de esperanza, salí a respirar, pues me ahogaba tanto dolor e impotencia. Estaba absorto en mis emociones cuando vi a una niña muy pequeña que intentaba coger una caja mayor que ella; me acerqué para ayudarla, me cogió de la mano y me llevó a su tienda. Al llegar vi a una mujer joven muy demacrada, le di de beber agua y la niña me indicó que esa caja contenía algunas medicinas… Empecé a visitarlas cada día y me hice cargo de la pequeña, poco a poco empecé a sentir cómo la atracción se amparaba de mi cuerpo y, así, del dolor nació el amor. Volví a oír y a sentir la música mágica en mis nervios, vi la sonrisa de mi otra alma y supe que mis heridas habían sanado y podía volver a amar la vida, “nuestra parte mágica reside en el corazón y jamás se va, solo tienes que buscarla” me repetía mi madre cuando era un niño. Día a día fuimos tejiendo lazos invisibles de amor que nos invitaban a saborear la vida y así oír la música para ver los girasoles, bailar. La vida es un asombroso regalo de amor y compasión que debe ser compartido con los demás, aunque a veces no comprendamos los escenarios. La felicidad es soltar el dolor y atreverse a coger la luna con las manos. Recompusimos nuestros retales y formamos un gran paño donde todos pudimos cobijarnos.
La vida son momentos que nos impactan para formar los recuerdos. Cada uno de nosotros somos retales de nuestra existencia y somos corazones rotos y pegados con hilos dorados que hacen que sean más hermosos si los vemos con otros ojos.
Somos retales de la vida que el telar del tiempo enhebra hilo a hilo para escribir el destino.
por Ángeles Carretero | Abr 28, 2020 | Relatos
Algunos recuerdan el olvido y otros temen lo desconocido.
Todos somos viajeros en el tiempo a través de los mares eternos, aunque no lo sabemos.
Vista desde el universo, la Tierra es un grano de polvo en el inmenso cosmos y ha sido creada a través del amor con una belleza que conmueve el corazón; en el planeta habitan diferentes seres vivos y su convivencia se desarrolla en armonía y respeto, excepto, los seres humanos que crean conflictos sin sentido, incluso, hay algunos cuyo objetivo es dar jaque mate a la vida.
“La sabiduría es esencia de luz que, como el aire, se filtra por todas partes y todo contiene. Todo lo que vive en el planeta tiene memoria celular, aunque muchas veces la de los seres humanos esté en hibernación. Por ejemplo, los árboles frutales tienen por misión producir frutos para que los seres vivos los disfruten y, así será, una y otra vez, durante su estancia en la tierra. Los seres humanos poseemos muchas energías —positivas y negativas, creadoras y destructoras, somos hombres y mujeres, santos y demonios—, por lo tanto, tenemos la oportunidad de ser y existir con conciencia, es decir, podemos elegir según nuestro criterio, lo que nos otorga mucho poder y responsabilidad, pues somos creadores de nuestra realidad pudiendo mejorar nuestra existencia si podemos exiliar el olvido para activar nuestras memorias celulares”. Estas eran las enseñanzas que mi maestro Itumi me impartía durante nuestros viajes a través del camino de las estrellas.
¿Fantasía o realidad? Todo depende de con qué ojos veamos nuestra vida.
En mi décimo cumpleaños me contó que mis padres prefirieron darme al templo antes dejarme morir de hambre. Itumi era sacerdote de Atón, hombre mayor, de luengas barbas blancas y ojos serenos, su presencia era paz y me acogió como discípulo. Por la tarde estábamos en la terraza que daba al río Nilo y me regaló un tapiz para cubrir el suelo de mi pequeña habitación, el fondo era azul oscuro y dorado como el cielo de la noche en el desierto, tenía dibujados triángulos, puntos, constelaciones, esferas, elipses todo unido por lazos dorados y en el centro un sol con la llave de la vida, Ank, “nunca olvides que esta llave es la llave del amor que abre tu corazón”, me dijo; me alegré tanto que mis ojos se llenaron de alegría.
Sus enseñanzas fueron un proceso, la comprensión daba paso a la integración. Todo en la vida tiene una función, todos la cumplen excepto el ser humano. Con el tiempo aprendí que la mentira se convierte con facilidad en un hábito de vida, no por vivir en un templo, somos todos sabios y buenos, afirmaba. Me enseñó a desarrollar valor para vivir y a bailar con la luz y la sombra, ambas necesarias, para enfrentarme a los miedos irresueltos de mis vidas pasadas y presente y así descubrir quién era, para poder cumplir con mi verdadero destino, para ello es necesario abrir el corazón y descubrir el alma —recuerda que el alma es curiosa y necesita experiencia—.
Poco a poco, me desveló los secretos de la alquimia, del poder que los seres humanos poseemos. “La meditación es una herramienta mágica que nos permite conectar con la sabiduría ancestral y nos proporciona serena alegría. El espíritu precede a lo manifestado, cada ser humano es un actor dentro de la conciencia universal que se manifiesta en el planeta, eres tu propia ley; también nos ayuda a comprender los beneficios del conocimiento, por eso nuestros antepasados llamaban a las bibliotecas “el tesoro de los remedios del alma” pues curaban la ignorancia. El mayor daño que puede sufrir el ser humano es la pérdida de la sabiduría. Busca siempre la esencia y las raíces, no te pares en las apariencias. Las raíces son el conducto por el que sube el néctar de la energía de la tierra para crear su diversidad —plantas, árboles, ríos, montañas—. Así, sucede en el ser humano, la esencia de nuestro ser es el néctar de luz que nace en la raíz del corazón para darnos la fuerza de vida”.
Un día, mientras el alba arropaba a las estrellas y los colores magenta y dorado nos envolvían calentando nuestro corazón, hizo esta observación: “no olvides las palabras de nuestro querido faraón, el sol. La verdad hay que descubrirla por nosotros mismos sin intermediarios, pues nos impulsa a cambiar de actitud y de forma de pensar. No somos títeres, somos conciencia universal. Ningún esfuerzo pasa desapercibido. La primavera siempre llega después de que las hojas hayan caído al suelo. Aunque nuestra tierra roja caiga, renacerá con su antorcha. El principio y el final es el instante del ahora”.
Esas palabras quedaron grabadas en mi alma como una huella de fuego. Días después, estábamos en la terraza cuyas escaleras llegaban a la orilla del río Nilo, en ese punto de la tarde, donde el calor empieza a alejarse para dejar entrar el viento fresco que por la noche acaricia al desierto, era uno de los momentos que más disfrutaba observando el juego de luces del horizonte y esa calma propiciaba las confidencias. Anoche, tuve un sueño, le dije: “estaba en una aldea pequeña donde vivía gente sencilla y amable en armonía con la naturaleza, todos llevaban grabados el sol en su corazón. Eran otros tiempos”. Itumi me habló un poco de esos tiempos lejanos que nada tenían que ver con Kemet. Me cogió la mano, sentí ese escalofrío previo a un viaje a través del tiempo y de pronto estábamos volando a través de mares y de paisajes de una belleza sobrecogedora.
Llegamos a una tranquila aldea, se oía el alegre canturreo de un riachuelo y se olía la fragancia de las flores de primavera, a lo lejos se dibujaban perfiles de altos picos blancos. El chamán, “Luz del alba”, salió de su tipi para saludarnos. Era un hombre alto y musculoso, vestido con un manto ambarino, pelo largo recogido en una cola. No hacía falta hablar, todo se decía a través de las miradas. Sin más, empezamos a subir por un sendero empinado, su semblante se puso triste cuando nos dijo: “algún día este camino será conocido como el “camino de las lágrimas” por el éxodo de un pueblo cuyo dolor y tristeza seguirá vibrando en la tierra y abonará estos campos que ahora son floridos. El hombre blanco nos echará para arrebatarnos las tierras y por ser diferentes, sin importarle el dolor infligido a mi pueblo y a la madre naturaleza”. Los tres vimos con claridad el terrible espectáculo y una profunda huella de dolor se imprimió en mi alma. “Luz del alba”, me miró a lo más profundo de mi alma con sus abismales ojos que brillaban como una noche vestida de diamantes y me dijo: “algún día volverás a este lugar para continuar la senda del chamán”. Abrí los ojos y ahí estábamos en la terraza, mi maestro mirándome con sus ojos llenos de tristeza; aprovechó para decirme que debía huir, pues un traidor iba a entregar el país del sol al reino de la sombra.
Unos ruidos sonaron en el interior del templo y antes de que la ignorancia y la violencia llegaran a la terraza, me urgió a que huyera a través de las aguas.
“Hay que destruir la ignorancia para construir la lucidez. La violencia, la codicia, y el egoísmo son realidades que traerán tiempos sombríos; no podemos escondernos, pues la vida se ocupará de devolvernos al mismo lugar; hay que tomar la dirección adecuada y seguir luchando para que las personas buenas sigan creciendo como las raíces en la tierra y cubran de vida al planeta”. Me desperté con esa voz tan querida y conocida en mi ser y una gran emoción de amor comprimió mi corazón; salí del tipi para refrescarme en las frías aguas del riachuelo. Mi compañero estaba preparando el desayuno, su mirada se posó en la mía y en silencio saludamos al sol para dar gracias por el nuevo día. Esta noche ha vuelto desde las estrellas mi maestro Itumi, le dije a mi compañero, lágrimas de amor regaron la tierra y recordé aquel viaje cuando el chamán “Luz del alba” nos enseñó el camino de lágrimas, en ese momento, volví a sentir vibrar sus palabras en mi corazón: —“algún día volverás”—; hoy es ese día, pues he recobrado la memoria y estoy en ese lugar, preparada para los acontecimientos que van a pasar.
Mi nuevo ciclo de vida me ha llevado a nacer en este precioso lugar donde la naturaleza nos regala vida y armonía para continuar la senda del chamán.
“Algunos recuerdan el olvido y otros temen lo desconocido. No hay espacio ni tiempo, solo ciclos de vida —principio y fin—; hay que recuperar la memoria escondida en el alma para exiliar el olvido y poder llegar a nuestro destino. La ignorancia nos impide volar, pues aprisiona el don de la sabiduría y de la libertad. El don de la imaginación es poderoso, así como todos los dones que nos regalan los dioses cuando somos merecedores; el don nos permite ser visionarios y volar en una alfombra mágica hacia otros universos donde el perfume de las estrellas se esparce como flores silvestres en nuestra alma”, palabras que “Luz del Alba” lanzó al aire, hace muchos, muchos años, para que todo aquel que quiera escuchar, las pueda sentir en su alma.
(Foto privada)
por Ángeles Carretero | Mar 29, 2020 | Relatos
La vida me llevó por muchos vericuetos, unos sublimes y agradables, otros dolorosos y opresivos. En una de esas experiencias opresivas terminé en un hospital donde me indujeron el coma —recibí tantas patadas en la cabeza que mi vida quedó pendiente de un hilo, produciéndome daños internos y externos y como no hay mejor remedio que el descanso para sanar el cuerpo y el alma, mi cuerpo se durmió durante varios días. Gracias a ese “descanso” muchos de mis sentidos se desarrollaron; mi conciencia profunda me hizo ver y percibir energías sublimes de universos paralelos. Comprendí que no solo somos carne y huesos, somos parte de un alma global fragmentada y cada uno llevamos en el corazón un trocito de esa alma.
Mi conciencia me enseñó a observar sin juicios mi vida, desde mi nacimiento hasta ese momento en el hospital. Éramos energías que jugábamos en el éter donde somos cocreadores de las manifestaciones; me manifesté en un águila que jugaba con el viento, planeando y observando desde lo alto la belleza del planeta – montañas, ríos, océanos de arena y sus altas olas y océanos de agua con olas que al unirse unas con otras forman esculturas de bailes con pasión para acariciar la orilla y dejarlas descansar; volcanes, flores, colores, seres vivos…—.
De pronto estaba en mi casa, era una presencia invisible que todo veía y sentía, sentí un amor profundo por mi madre que estaba a punto de darme la bienvenida al mundo, ¡cuánta alegría en las miradas de mis padres!
Mientras miraba el milagro de la vida bajo esa apariencia de luz donde no existe la oscuridad ni la sombra, vi mi vida física pasar. Reviví muchas escenas, pero me detuve en unas cuantas que fueron las que forjaron mi presente. “Mi madre era un corazón andante que amaba a los demás sin límites, pero su vida cambió por avatares de la vida y con el tiempo se había olvidado de amarse a sí misma, de tanto huir se olvidó que existía; creó una prisión donde era su propia prisionera al aceptar un ambiente de imprecaciones y violencias que herían su alma; había dejado su valía en el desván entre viejos e insignificantes muebles tal y como ella misma se sentía ante esa batalla de violencia, desprecio y miradas vacías. Lloraba en silencio su debilidad cuando pensaba que yo no la veía ni escuchaba. En ese ambiente de violencia, miedo y sumisión crecí y por ello, entre otras cosas, me convencí de que yo no merecía ser feliz. Desde esa perspectiva del Ser vi cómo se reproducía el mismo escenario de mis padres y supe con certeza que hasta que no se rompiera el círculo de esas vivencias y aprendiera las lecciones, una y otra vez se reproduciría el mismo escenario.
Observé otra escena que puso su huella en mi alma, mi comportamiento en el colegio cuando era niña. La violencia que sufría en casa la pagué con una niña que tenía unos preciosos ojos color violeta, aunque apagados por su tristeza; nadie quería jugar con ella, no podía caminar bien y menos correr. Las niñas, incluida yo, fuimos muy crueles con nuestras burlas y desprecio. Al observar y sentir ese dolor causado gratuitamente y sin razón me llené de tristeza, mi corazón sintió una profunda pena y pidió perdón a mí misma, a la niña y a la bóveda celeste. Supe que todos los comportamientos tienen sus consecuencias.
Mi conciencia me llevó al día previo de recibir esa paliza monumental, a veces creamos caos para poder salir del mismo; reviví la escena que me rompió el corazón cuando sentí que había perdido el respeto de mis hijos; prefirieron marcharse a vivir en ese infierno que había creado. Sus miradas de reproche me recriminaban por qué no quería actuar y librarme de esa violencia gratuita…, mi silencio y lágrimas de miedo fueron los que cerraron la puerta detrás de ellos. Grité en silencio, llenándome de dolor y rabia hacia mí misma por mi debilidad, oía sus reproches, sus miradas de incomprensión y dolor, pero también miradas de no aceptación. En ese momento comprendí que al igual que yo hacía con mi madre, ellos lloraban por mí, pero hasta ese momento fui ciega, era yo la que debía tomar la decisión. Vi con claridad que es crueldad hacer daño a los demás.
Al observar mi vida sin juicios, solo como hechos y ver que el velo del miedo se había apoderado de mi cuerpo olvidando al amor, sentí una oleada de ternura y perdón comprendiendo que el amor es la fuerza de luz de la vida que siempre vence a la oscuridad. Sentí una fuerza que atravesaba mi cuerpo físico y tenía ganas de gritar que la vida es para ser vivida, no para ser violentada; comprendí que soy la única responsable de mi cielo o infierno y lo único que debo hacer es decidir lo que quiero vivir. Esa fuerza que sentí hizo que despertara y lo primero que pensé fue: “tengo derecho a vivir, a ser feliz, a la abundancia, al respeto y al amor”, comprendí lo que mi conciencia me enseñó: “el amor todo puede realizar siempre y cuando seas capaz de hacerlo con el corazón”. Esta fue la gran enseñanza que recibí en ese universo donde todo es posible menos el miedo y la violencia”.
Cuando salí del hospital me llevó un tiempo tomar la decisión de separarme y empezar una nueva vida. Subí al desván y tiré todos esos viejos muebles que simbolizaban mi antiguo yo. Había llegado el momento de ser una adulta responsable y ser consciente de mis decisiones. Después de un periodo de aprendizaje y saborear la valentía volvió esa fuerza que sentí en el hospital “la vida es para ser vivida, no para ser olvidada”. Una tarde fui a una charla que trataba sobre el maltrato y como abandonarlo. Cuando terminó me acerqué a la ponente y ¡sorpresa!, me encontré con dos hermosos ojos color violeta que brillaban como soles al amanecer. Me presenté y me reconoció, le pedí perdón por haber sido tan cruel con ella. Con gran sabiduría y compasión me dijo: “que esos momentos tristes y dolorosos habían dado lugar a una fuerza inconmensurable y a preguntarse ¿por qué no yo?”. Su respuesta valiente fue la que hizo que hoy fuera una mujer espectacular, llena confianza y amor, cuya vida está dedicada a la más hermosa misión, ayudar a la familia humanidad.
Comprendí muchas cosas y a partir de ese día me preguntaba continuamente ¿Por qué no yo?
En mi aprendizaje seguí viviendo algunas tormentas, unas más fuertes que otras y ambas me enseñaron que el miedo y la ira nos desprotegen del valor y coraje porque eliminan la fuerza de la vida que todos llevamos dentro. Sin motivación en nuestra vida viviremos en una isla dentro de un inhóspito desierto; solo la energía que nos lleva a la motivación de luchar por la vida es la que nos da la confianza y la seguridad que necesitamos para hacer lo que realmente deseamos hacer aunque haya gente que nos ponga la zancadilla. No podemos olvidar que el problema no es el problema, si no cómo reaccionamos ante el problema esa es la gran diferencia, si no, nuestro presente se alimentará del pasado continuamente.
Muchas personas se cierran en su prisión del miedo, de la violencia, de sus complejos, pues se sienten insignificantes a causa del daño recibido en su alma. Es hora de preguntarse: ¿por qué no yo? La respuesta firme y valiente es la que nos hará sentir esa fuerza llamada motivación para luchar por nuestro derecho a vivir, a decidir y a ser feliz y nunca olvidar que somos los escultores de nuestro día a día.
He pasado por muchas vicisitudes, he vivido ahogada en un océano de arena, pero ahora vivo en un lugar donde el mar crea figuras de amor y pasión y las deposita en la arena para que yo las vea y aprenda a subirme en las olas para viajar hacia donde yo quiera.
(Foto privada)
por Ángeles Carretero | Ene 16, 2020 | Relatos
Una orquesta sin músicos ni instrumentos tocaba una sinfonía de acordes armoniosos que procedía de la Voz de la brisa mientras acariciaba mi piel y la superficie del mar. Los acordes me trajeron bonitas historias de personas que habían transitado y transitan por diferentes y mágicos caminos iluminados por las estrellas. La Voz me dijo: “Sé cómo el pájaro que bebe en la escarcha sin preguntarse por qué el rocío se ha congelado. Sigue adelante, camina recto y da pasos cortos y firmes. No formes parte de esa gente perdida que gira y gira en el laberinto de nubarrones de dudas e incertidumbres porque viven proyectados en un futuro irreal que lleva a ninguna parte; no olvides que la salida del laberinto es el presente y se forma con las decisiones que ayer se tomaron”.
Caminaba por la arena y reflexionaba sobre esas palabras tan certeras mientras oía una bonita canción que la brisa cantaba: “Dios es éxtasis y alegría, qué hermosa es la obra divina en su belleza y armonía, regalando vida a cada instante, haciéndonos sentir cálidos momentos de serenidad mientras sentimos cosquilleos de felicidad”, al mismo tiempo veía como las olas creaban imágenes que se entrelazaban y danzaban, lanzando al viento sus historias y oía la risa de esas siluetas que me miraban sonrientes. Mientras oía esa melodía tan pegadiza, pensaba: “Las palabras crean y construyen nuestros deseos o sabotean nuestros esfuerzos, debilitándonos y confundiéndonos, para perdernos esos pequeños e inolvidables momentos”.
Muchos de nosotros nos preguntamos a lo largo de los días: ¿hacia dónde voy?, ¿cuál es mi destino?, ¿cómo debo actuar ante esta situación?, y un sinfín de otras preguntas cuyas respuestas no encontramos porque no sabemos escuchar ni ver las señales que nos envía nuestra alma.
Cuando las respuestas llegan sentimos esa suave alegría y oímos el canto de la brisa y las risas de alegría de esas memorias que nos envían señales para decirnos que no estamos solos, que las apariencias engañan.
Estamos tan cómodos en nuestro pequeño mundo del sofá que no nos damos cuenta de que a veces caminamos sobre un arcoíris que nos lleva hacia el mundo de la alegría y de la serenidad, pero enseguida regresamos a nuestra rutina y confort, pues pensamos que no somos dignos de esa alegría, pues algo va a pasar, lo que nos hace regresar a ese ritmo plano porque el corazón ha dejado de golpear.
No podemos subestimar la fuerza de nuestros pensamientos, palabras o acciones; todo tiene repercusión en positivo o en negativo, haciéndonos vivir una realidad u otra dependiendo de nuestras decisiones, pero tenemos un regalo divino que es el libre albedrío y podemos elegir, cambiar o anular lo que hemos creado en bien o en mal, de ahí nuestra responsabilidad sobre nuestra vida —caminar por el arcoíris de colores o bien caminar por el oscuro sendero donde la gente se pierde porque no hay vida—.
Cuando caminamos por el arcoíris vemos la vida en colores, sentimos alegría y serenidad y, al mismo tiempo, coraje y valentía para enfrentarnos a los miedos de los oscuros senderos. El arcoíris nos muestra la luz que hay dentro de esa oscuridad y nos guía hacia nuestro destino si se lo permitimos. Esa luz es realidad y vida y es más real que la vida misma.
No podemos olvidar que las estrellas alumbran a los que viajan con pasos lentos y firmes por los diversos caminos de la vida. Ellos han cambiado su actitud tomando decisiones —certeras o equivocadas— y ahora cabalgan con la brisa por un camino donde los ecos de las lamentaciones han sido reemplazados por una sinfonía de mil acordes y colores.
Las palabras elegidas construyen nuestra vida con sueños y amores, o bien sabotean nuestra vida con apatía y dolores, la decisión nos pertenece.
Hay que aprender a interpretar las señales que la Voz nos envía para reaccionar, vapulear y mejorar la vida.
(foto privada)
por Ángeles Carretero | Jun 2, 2019 | Relatos
Por la noche me acosté sin pensar en el mañana, di por hecho que todo sería igual, pero mi vida cambió esa mañana de primavera, cuando el sol encendía sus luces y sus colores de fresa y mandarina nos anunciaban un nuevo día; unos golpes en la puerta y mi amigo me vino a decir que tenía que marcharme a toda prisa porque mis ideas de cambio, tolerancia y apertura molestaban a los que ostentaban el poder; su tic nervioso me hizo comprender la convulsión de su alma y la urgencia en mi huida.
Salí de mi casa con el mínimo equipaje y empecé a caminar sin rumbo ni dirección, solo deseaba salir de esas murallas —que no solo nos defienden del exterior, sino que también nos limitan nuestros pensamientos y libertad porque no quieren que las miradas se pierdan camino del horizonte—. Caminaba, caminaba…, estaba tan cansada no solo por mis pies con llagas, sino de tanta ignorancia, injusticia y represión. Mis pasos acompañaban a mi rostro marcado por el tiempo que huyó del país de la sombra; —en momentos sombríos recuerda que “la verdad duele porque nos hace crecer, pero nos proporciona serenidad, que es la flor del despertar”, me repetía, una y otra vez, la sabiduría del alma vieja de mi padre—. Con estos ecos llegué al desierto cuando el sol se teñía de púrpura —unos recuerdos sangrantes volvieron como un azote a mi corazón que añoraba lo que tejió con otros corazones amantes y sabios, parece que sucedió hace tanto tiempo que no queda huella porque mi tristeza todo lo envuelve de angustia y nostalgia. Apareció la primera estrella y me ofreció su luz y alegría, mi alma se lo agradeció recuperando sus colores dorados con suaves melodías y, en ese momento, prometí que la voz de las ideas de libertad sería una voz viva y viajaría a través del aire y de los corazones vivos a todos los rincones del mundo y no sería apagada ni encerrada por la opresión porque esa voz es la llama del alma.
Empujada por el viento, he navegado entre olas amargas, lluvias torrenciales y brisas cálidas hasta que llegué a la orilla del desierto de dunas doradas. Mi soledad me ha devuelto el silencio, y, oigo, la risa de mis reflexiones que me dicen: “siente la presencia de tu alma y no dejes que los vientos de esa enfermedad, de violencia y opresión que viaja en el alma de esos déspotas que corroen la esperanza, sequen tu fuente de agua del conocimiento porque ellos han olvidado lo que significa tener sed. Los que dudan de sí mismos se pierden en el laberinto de la vida, no es bueno devolver los golpes sino evitarlos. Lo más hermoso del mundo es el conocimiento, la sabiduría, la sed de la verdad y nada lo podrá destruir porque habitan en el corazón de cada hombre y mujer que saben que la esperanza siempre ha de volver”.
Desde que me fui he hecho muchos amigos en el camino, conversando con todo aquel que quería compartir su ciencia, secretos y sabiduría; por las noches dialogaba con mi sabio consejero, el silencio; contemplaba los diamantes en el cosmos negro y profundo como un abismo donde solo el amor reside y es guardián de grandes secretos a través de milenios —mixtura de lo sagrado y profano—, creando un puente entre lo divino y humano, ambos, engranajes de mi alma que siempre me han ayudado. Los recuerdos y saberes se agolpan para salir en estampida, la puerta se ha abierto y entra aire fresco, las ideas, pensamientos y palabras bailan con el viento sembrando nuevos amaneceres que emergen desde las profundidades del océano.
Un atardecer, sentada sobre una duna, sintiendo la arena en mis pies y manos, mirando al mar que jugaba con las olas, borrando huellas en la arena, me vino ese recuerdo tan querido a mi alma, el encuentro de aquel hombre silencioso y delicado, alto, enjuto, amable, sonriente, yo tenía 7 años, me llevó a su casa y me acogió en su familia para siempre; me enseñó muchas disciplinas, pero la más importante fue la de unir lo sagrado y profano. Tenía un medallón que siempre me gustó. Al cumplir trece años me lo regaló —una estrella de cinco puntas, en el centro un sol y dentro un corazón; en la cara opuesta, había grabado una flor—.
El medallón tenía el secreto de la noche de los tiempos y me enseñó a soñar y a volar hacia ese puente entre lo divino y humano, me imaginaba caminos mágicos de flores y viejos árboles donde las ninfas bailaban y me hacían compañía. Soñaba con conversaciones donde todos aprendemos de todos y compartimos saberes. Soñaba con gobiernos limpios y leales al pueblo, donde la opresión daba paso a la libertad. Soñaba con sentir la fragancia del Amor para poder romper cadenas y conocernos mejor. Comprendí que el océano no pertenece a las olas, que las olas crean caminos sobre la arena, que el agua borra y que el amor revitaliza todo aquello que no florece tanto en el alma como en la tierra, porque penetra a través de la piel y de la piedra.
Durante un tiempo, mis sueños de libertad y aromas se volvieron sombríos porque me aprisionaban murallas de personas cuyas ideas estaban llenas de odio y rabia por tabúes, prejuicios, temores…; pesadillas que vuelven con la niebla de la noche como fantasmas en un cementerio de tumbas vivas. Suspiros y lágrimas me tragaba, pero me devolvieron las fuerzas para emprender un nuevo vuelo hacia las cumbres nevadas, donde viven personas que tienden puentes entre lo divino y humano; donde el corazón es el rey y maestro de la sabiduría ancestral; donde el perfume del amor es infinito y flota en el aire alimentando el alma con las más audaces ideas y palabras—. Energía que volvía a vibrar en ese rincón de mi alma donde reinaba la humilde dulzura del saber que mi padre me enseñaba con amor, pasión y grandeza.
Me gusta ver bailar las palabras con las ideas; me gusta subir y pasear sobre el puente profano para llegar a lo sagrado. Me gusta hablar con las estrellas para que me cuenten sus secretos y sueños y ver bailar a la luna con pasión junto al sol. Antes de iniciar el vuelo, aprieto con amor el medallón que me abrió las puertas a los secretos del profundo universo. “Una gran raza de pensadores con una fuerza hercúlea hará cambiar las ideas y pensamientos de los hombres y mujeres. El león de la espiritualidad se ha despertado porque el amor genera por sí solo todo lo que necesitamos”, palabras que mi padre me dijo el día de mi decimotercero cumpleaños y quedaron grabadas a fuego en mi piel, enseñándome a luchar, soñar y volar.